A medida que andamos este camino de la vida, y corre el tiempo (una medida inventada por el hombre) nos preguntamos algunos si es cierto que hemos superado eso mal llamado «barbarie» y para ascender al nivel de seres civilizados.

Cuando hace algunos años recorrí las Sierras Centrales de esta Patria, conociendo la magnífica y finalmente triste historia de nuestros hermanos Comechingones, sometidos a matanzas por los verdaderos bárbaros (los colonizadores) hasta extinguirlos, me convencí de que Sigmund Freud tenía razón cuando dijo: «El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización».

¿Cómo puede llamarse civilizado a un ser humano que prospera económicamente (un empresario, por ejemplo) a costa del sufrimiento de otro ser humano (trabajador) a quien sojuzga de múltiples formas, entre ellas impidiéndole acceder a un sueldo justo para satisfacer todas sus necesidades, esas necesidades primarias y las que no lo son tanto? Esta clase de sujeto de ningún modo es un ser civilizado, sino un «verdadero bárbaro perverso repleto de mala intención y alevosía».

El hombre primitivo, en general, era un ser de naturaleza inocente y sobre todo era un ser espiritual (aunque no se crea), respetuoso del orden creado. Un claro ejemplo lo encontramos en las costumbres de los aborígenes montañeses de Sudamérica. ¿Había guerras? Claro, pero ellas casi siempre estaban determinadas por violaciones a los estados naturalmente aceptados como, por ejemplo, la invasión de un territorio que pertenecía a otra tribu, o la toma injusta de recursos que pertenecían a otro grupo ¿Había cuestionables sacrificios a los dioses? Sí, pero no tanto como los sacrificios que hoy se producen todos los días, en todas partes y que pueden resumirse en: asesinatos de sueños y deseos, de vidas dignas, de derechos. Asesinatos literales (muerte absoluta) a cada hora y en todas partes,   sea a mano de delincuentes comunes, de terroristas o de poderes ocultos y siniestros que de la noche a la mañana determinan que se debe invadir  una nación, arrasar a su pueblo sólo por el oro (como sucedió en Irak, por ejemplo, aunque en este caso por el petróleo y mintiendo descaradamente).

Esta declamada civilización que nos ha legado un avance espectacular en ciencia y tecnología (aunque como la misma realidad histórica demuestra demasiada tecnología mata, y ya hablaremos en otro momento de eso) ha terminada con el sagrado concepto de «comunidad», con el principio de la «comunión», es decir de los bienes comunes que sirven a todos y cada uno. El «todo es de todos», ha sido pisoteado por esta falsa civilización en el que unos pocos poderosos, inescrupulosos, homicidas de diversas formas, han acaparado todo, se han adueñado de la «Madre Tierra» y sus frutos para darle a la masa inocente los mendrugos y además escasos.

Un ejemplo de barbarie cometida contra los aborígenes pampeanos y patagónicos y paradigma de sojuzgamiento por riquezas (y es una opinión personal) lo encontramos en la famosa Expedición al Desierto, en la que los representantes del poder y el mismo poder tras diezmar a los aborígenes, se repartieron las extensísimas tierras de la gran y fértil  Pampa Argentina que quedaron en manos de pocas e «ilustres» familias, mientras el gaucho era subyugado, apaleado y  tenido por malviviente. Esa triste historia no se ha revertido y,  peor aún, a esos representantes de latifundios elitistas se ha unido la casta de grandes industriales, grandes comerciantes, grandes bicicleteros financistas que han modificado la consigna, han trastocado el concepto de comunión: «todo es nuestro».

Y para consolidar ese poder verdaderamente salvaje, el monstruo ha creado cierta  especie de mayordomía: cierta estructura política transformada por algunos de sus dirigentes (porque no todos son malos)  de  sublime altruismo en representante del poder oscuro y siniestro de los verdaderos bárbaros.