¿Envejecimiento…? De alguna manera, si. La simple observación de que el transcurso del tiempo se acompaña de nuestro envejecimiento, luce monolítica, incuestionable.

¿Qué hacemos entonces? Pues aceptamos la realidad que observamos, y convivimos con ella. Ordenamos nuestras vidas en función de esa asociación entre el transcurrir de la vida y el tiempo, que la observación se obstina en presentar inapelable.

Tenemos hijos a los veinte o treinta años de edad, porque no podremos decidir tenerlos a los noventa. Preparamos nuestro retiro a los sesenta o sesenta y cinco años, porque…, bueno…, la gente no es eterna y ya “queda menos hilo en el carretel”.

¿Algún problema con todo eso? No. Pero la misma realidad en cuyas regularidades queremos confiar (es lo que nos permite vivir en un mundo predecible), nos muestra de forma áspera y brutal que las cosas no siempre ocurren así.

Cuando una joven vida es segada, algo se “mueve” dentro nuestro. Algo parece no “encajar”, y provoca angustia.

Miramos alrededor y la idea de que “esto no es tan predecible como parece”, nos atraviesa de lado a lado. Nunca más somos los mismos.

Pero logramos “sobrevivir”. Existen los accidentes, las enfermedades, en fin…, algo que explique lo inexplicable, y restaure la predecibilidad. Algo que haga soportable una realidad que está más allá de nuestro control, y quizá más allá de nuestra comprensión.

Es un duro golpe mirarse al espejo, como cuando se tenía cinco años, pero descubrir que  después de cincuenta años, uno ya no es el mismo.

¿Cómo asimilar un cambio tan gradual como enorme, sin afectar la conciencia de la propia identidad? Hay una sola manera, y es comprendiendo el proceso en toda su dimensión.

Por suerte existe entre nosotros una rara especie de “observadores profesionales”, que son nuestros científicos. Y aunque no es necesario ser uno de ellos para ser un buen observador, es mejor sistematizar y aplicar cierto método, tal y como lo hacen ellos, tal y como sentencia Mefistófeles en el Fausto de Goethe: “que gran cosa es el método, ya sea en el arte, o en la ciencia, el método os permite ahorrar tiempo”.

Podemos adelantar que, a la luz de ciertas investigaciones, la asociación entre el envejecimiento y el tiempo, deja de ser todo lo férrea e indiscutible que parece. ¿Lo dejamos para el próximo encuentro?