Por Franco Albornoz

“Cuando hayas terminado de aceptar que tus muertos se murieron, dejarás de llorarlos y los recuperarás en el recuerdo para que te sigan acompañando con la alegría de todo lo vivido… No te mueras con tus muertos, recuerda que donde ardió el fuego del amor y la vida, debajo de las cenizas muertas, quedan las brasas esperando el soplo para hacerse las llamas”. Esto escribió René Trossero en su libro No te mueras con tus muertos publicado en 2005.

El miedo en la mirada, las sonrisas obligadas, y el “¿Por qué a mí?”. Las manos desesperadas que se agarran entre sí para no dejar ir a los seres amados. La esperanza que habita en una oración susurrada, y el temor de no haber pedido perdón a tiempo, son factores inevitables en el acontecer de todo ser humano. Saber reconocer la muerte, también forma parte de la vida.

El final está presente a lo largo de los años. Desde el mismo momento del nacimiento. En ocasiones, hacer frente a la muerte es mucho más tolerable cuando se vivió una vida plena, cargada de afectos. El mundo de hoy, con sus tabúes y sus incertidumbres, también guarda soluciones a la hora del deceso de un ser querido. La tanatología es una disciplina integral que ayuda a los pacientes en situación terminal y a sus familiares durante este proceso. Se trata de entender el suceso dándole sentido a la vida.

“Buscamos acompañar a niños y adolescentes que se van a morir o que tienen la posibilidad inmediata que eso suceda. Los ayudamos en la aceptación de su enfermedad o en tratamientos difíciles como quimioterapia o diálisis. La asistencia profesional es importante en el objetivo de transitar un duelo ‘saludable’. No sólo para el niño sino para todo el entorno familiar”, explica Carla Calvi, psicóloga social y máster en tanatología de la Universidad de La Laguna, en las Islas Canarias, España.

La muerte de un hijo no está escrita en el guion de la vida de un padre. El daño que produce es distinto a cualquier otro. Según cuenta la psicóloga es un duelo para el que nadie está preparado. “Es muy doloroso ver morir un hijo. Ves morir tus expectativas, sueños compartidos, y fundamentalmente, algo que amamos. El fin es lograr que no lo vivan como un sufrimiento o un castigo sino que lo recorran desde la aceptación. Algo que paso, es real, duele, pero está”, afirma.

Cuando alguien cercano fallece, la incertidumbre y el temor se adueñan de la escena. Aunque, se sabe, es el único porvenir seguro que existe en este mundo. “Si no se asume como un proceso natural de la vida es muy difícil elaborar un duelo. Quien no vive no puede morir. Quien no muere no puede vivir. El miedo a morir tiene que ver con el desconocimiento, y aparece cuando no estamos viviendo enteramente la vida. Cuando hay temor a la muerte, hay miedo a vivir la vida”.

Muchas veces las religiones pretenden buscar respuestas a lo inexorable en la divinidad. Es allí donde el pensamiento abstracto parece chocar con lo concreto. En este sentido, Calvi opina que más allá de algunas diferencias puntuales la tanatología y la religión pueden convivir y hasta complementarse.

“Nuestra tarea llega hasta el momento que esa persona se va, sobre lo que sucede después no tengo nada para decir. Lo que sí afirmo es que siempre quedará el amor y las experiencias vividas. Lo que esa persona me hizo sentir siempre vivirá. Respeto todas las religiones, aunque en algunos casos complican el duelo. Hay que trabajar desde muchos espacios y asumiendo la realidad. Creo que ambas pueden ser de ayuda, no son incompatibles”, profundiza.

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La profesional cuenta que desde muy chica se interesó en la temática. Una vocación que no abunda, pero es de vital importancia para los que sufren. “Siempre intenté buscar respuestas a este fenómeno. Desde muy chica. Luego de me recibirme comencé a dedicarme de lleno. En ese camino mi hija se enferma gravemente. Casi sin darme cuenta me encontré del otro lado. Todo lo que había estudiado, toda la teoría se derrumbó. No sabía qué hacer. Comprendí mucho más como tratar con familias en duelo, como dar el diagnóstico o la noticia que nadie quiere oír. Mi hija no murió, pero me ayudó mucho a ver el universo de otra manera”, confiesa.

El duelo es un recorrido psicológico con altibajos, una montaña rusa de emociones duras, pero, necesarias para sanar. Si bien cada caso es diferente, realizar un proceso “sano” tiene una duración de 3 años aproximadamente, en los cuáles el segundo se sitúa como el más difícil porque ya no hay recuerdos que sostengan esa falta. “Debemos hacerlo desde el dolor y no desde el sufrimiento. La primera etapa que transitamos luego del shock es la negación. Se deja la pieza intacta, los amigos quieren ayudar distrayendo y quizás no lo dejan llorar, trabajan el doble, o viajan. Todos elementos que fomentan mucho más la negación. Luego llega el enojo y la ira. Más tarde se siente una angustia profunda. Y recién ahí empiezo a entender. La última etapa es la aceptación que llega cuando asumo la realidad, me despido de lo físico, trabajo el enojo de que la vida no me haya dado lo que quería, vivo el dolor de la ausencia, dejo de culparme y culpar al otro”.

Por ello recomienda aceptarlo como parte de la materia, no desperdiciar ni un segundo pensando en lo que hubiera sido. Para ella, “soltar” y “dejar ir” son claves para encontrar la paz. “Hay que animarse a vivir el dolor. Es la única forma de acercarse al amor por esa persona que partió. Duele porque se amó mucho. La muerte lo único que se lleva es el cuerpo. El amor queda. Las experiencias y momentos vividos perdurarán para siempre. Dejar de lado el egoísmo, la frustración y aprender de lo que no sale. Admitir que la vida es difícil, pero hay herramientas para vivir mejor”. Y agrega: “En eso también debemos educar a los chicos. En preocuparse menos por lo inevitable y dedicarle más tiempo y valor al alma, que es la que trasciende. Es aquí y ahora”. “La clave está en tenerle amor a la vida, no miedo a la muerte”, enfatiza.

Valentín, el primer gran héroe

Tras 16 años en la profesión, la tanatóloga atesora cientos de historias y vivencias. Admite que cada una de ellas le enseñó algo, aunque se emociona al hablar de Valentín. Un recuerdo que le quedará marcado a fuego en la memoria y en el corazón.

“Él fue mi primer gran héroe”, dice. “Valentín tenía 7 años cuando lo conocí. Padecía una enfermedad terminal y fue el primer niño que murió en mis brazos. Había una conexión increíble entre nosotros. Cuando comenzamos a trabajar lo primero que me preguntó era si iba a morir. Le dije que sí, como todos, pero que no sabía ni cómo, ni cuándo. Jugamos mucho durante el tiempo que estuvo conmigo. Fue un gran aprendizaje para mí tanto en lo personal como en lo profesional. Se propuso hacer todo lo posible para que sus padres puedan superar su ausencia física. Hacerles entender que iba a ser parte de ellos para siempre. Tal es así que un día me dijo: ‘¿Qué te parece si le dejó regalos a mis papás para cuando ya no esté?’ Armamos cartitas, fotos, dibujos y cajitas especiales para cada fecha en la que no iba a estar. Afrontó todo con mucha valentía. Pero lo más importante es que disfrutó cada instante. No se trata de vivir para siempre. Sino de dejar algo que viva eternamente, y él lo hizo. Por eso lo considero un héroe”.

Charlas

Los últimos viernes de cada mes en Corrientes 985, Carla Calvi realiza charlas destinadas a personas que estén haciendo su duelo. La próxima será el 30 de septiembre donde abordará el «Duelo en los niños y adolescentes». Por otra parte, en el mes de octubre brindará una conferencia gratuita con fecha y horario a confirmar. Para más información contactarse a carlacalvi@hotmail.com