En un nuevo mensaje repleto de consideraciones sobre la necesidad de mirar a los pobres y desprotegidos, a los sectores más vulnerables de la humanidad, el Papa Francisco ha dicho en la homilía de este domingo, recordando la historia del rico y el pobre Lázaro narrada en el Evangelio, que hay ricos que “no ven con los ojos porque no sienten con el corazón”.

En su mensaje, el líder de los católicos habló de la mundanidad, a la que definió como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo”. Francisco exhortó, ante la multitud de pobres que hay en el mundo, a “buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana»

No alcanza con bonitos sermones

En la homilía dada hoy en el marco del Jubileo de los catequistas, que se celebra  como parte del del Jubileo de la Misericordia, Francisco dijo que “a Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino”. El Papa aseguró que “no se anuncia bien a Jesús cuando se está triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones. Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio”.

Parábola del hombre rico y el pobre Lázaro

En su mensaje el papa señaló además que “el Evangelio de este domingo nos ayuda a entender qué significa amar, sobre todo a evitar algunos peligros. En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta» (Lc 16,20). El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera.

Siguió diciendo: “No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. “La mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo. “Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor”.

“El que vive para sí no construye la historia”

Francisco dio un mensaje de esperanza a los descartados por el mundo al expresar que “el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta. Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre”, recordó. “Su nombre significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su Reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos”.

Contundente en su mensaje a ricos y poderosos, sostuvo que “el hombre rico, en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia. La insensibilidad de hoy abre abismos infranqueables para siempre. En la parábola vemos otro aspecto -manifestó-, un contraste: La vida de este hombre sin nombre se describe como opulenta y presuntuosa: es una continua reivindicación de necesidades y derechos. Incluso después de la muerte insiste para que lo ayuden y pretende su interés. La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas. Es una valiosa lección: como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de apariencia y a no buscar la gloria; ni tampoco podemos estar tristes y disgustados”.

“No somos profetas de desgracias”

En el rico texto, el papa ha advertido que quienes siguen a Dios no son “profetas de desgracias que se complacen en denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad”, aseveró. “El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios. El que proclama la esperanza de Jesús -añadió- es portador de alegría y sabe ver más lejos, porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades.

“El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos -enfatizó-, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana».