El reloj marca las 18.30 y en la pizzería De Rosa, ubicada en pleno Palermo viejo, casi todas las mesas están reservadas. Es un viernes de verano y el horno ya está prendido: se espera un fin de semana de mucho trabajo.

Detrás del mostrador se asoma José Luis con su chaqueta negra de cocinero. Sus ojos vidriosos y sonrisa apagada ya denotan sus sentimientos a flor de piel. Es que todavía recuerda sus noches en la calle y el dolor de perder a su familia.

Sentado a una de las mesas del elegante restó en el que trabaja desde hace tres meses, el flamante pizzero cuenta a minutouno.com su historia y las lágrimas no le tardan en brotar.

«Llegué a estar en situación de calle porque todo colapsó en mi vida. Hubo un momento en que todo se me fue de las manos y no cumplir con el trabajo y abastecer mi casa me costó mi familia», relata.

José es de Virrey del Pino. Allí formó su hogar junto a su mujer y sus cuatro hijos, uno de ellos discapacitado, por quien se desvive. Pero cuando «todo se fue de las manos», como él dice, se fue de la casa.

«No es fácil vivir en la calle. Ves cómo la gente se pierde, vive para la droga o para la calle misma», relata.

Los días pasaban y todo seguía igual, el dolor crecía y su familia se alejaba más.

«Todos me decían que vaya a ‘Las Duchas’ para salir de la angustia. Un día me animé y cuando llegué me pude bañar, me afeité y me dieron comida», detalla José Luis sobre el centro de contención de la Basílica Sagrado Corazón de Barracas.

Sin saberlo, ese fue el comienzo de una transformación que llegaba como una respuesta a sus plegarias tras pasar casi medio año en la calle.

De «Las Duchas» a la pizzería

El ánimo de José Luis empezó a cambiar y se involucró cada vez más en las actividades del centro de contención parroquial. Fue así que logró ser becado para participar de unos cursos dictados por Appyce, la escuela profesional de maestros pizzeros, empanaderos y cocineros de la Asociación de Propietarios de Pizzerías, Casas de Empanadas y Afines de la República Argentina.

«Al principio José Luis venía con sus bolsas de consorcio, que era todo lo que tenía. Las dejaba en la puerta, se ponía el uniforme y entraba a clase. Cada lección era un golpe con la cruda la realidad. Aún así siguió y con óptimas calificaciones y una muy buena predisposición del grupo llegó a recibirse», cuenta a minutouno.com Javier Labaké, director de Appyce.

«Disculpame hermano, estoy en la calle», le dijo José Luis a un profesor cuando le ofreció llevarse comida a su casa.

Clase tras clase la vida de José Luis encontraba un rumbo. Hoy recuerda ese milagro que le cambió la vida y no puede dejar de agradecer. Se seca las lágrimas con una servilleta y relata uno de los momentos más fuertes durante su capacitación: «Lo que más me tocó fue cuando uno de los profesores me dijo ‘llevate pizza’ y yo le tuve que decir ‘disculpame hermano, estoy en la calle'». No tenía a dónde llevarla.

La esperanza de recuperar a su familia

Hoy José Luis vive en una habitación en la Villa 31 que logró alquilar gracias a su sueldo en la pizzería De Rosa. Pero cada noche sueña con recuperar a su familia, que es su mayor tesoro. «Con mi señora queremos arreglarnos por nuestros hijos, porque ellos nos necesitan», sostiene.

Al instante se quiebra y el llanto vuelve a inundar la charla. Piensa en su hijo discapacitado y los ojos se le llenan de lágrimas: «Hoy me alegré porque pude comprarle un traje y eso significa mucho para mí».

«Yo también me compré ropa, se lo conté a mi hijo y me dijo: ‘Lo estás logrando papá’.

José Luis fue mozo, trabajó como empleado de seguridad y también es oficial albañil. A pesar de saber tantos oficios se hace una pregunta, pero sin buscar una respuesta: «¿Qué más puedo hacer?».

Pero si algo sabe José es que tuvo una nueva oportunidad y el mensaje que quiere transmitir a los demás es el de nunca darse por vencidos.

«No desaprovechen la vida, uno nunca sabe lo que puede pasar y sean agradecidos», remarca.

La «cocina» del milagro de José

Lo cierto es que, como en una cadena de favores, la beca en Appyce y el trabajo junto a Maurizio llegó a José Luis gracias a la solidaridad de «Buena Morfa Social Club», un grupo de aficionados y profesionales de la cocina nucleados en Facebook.

«La verdad es que yo no soy más que un aficionado a la cocina que al principio formó Buena Morfa para pasar recetas y hablar de los restaurantes. Pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que había muchas ganas de hacer algo más y así empezamos», relata a minutouno.com Marcelo Crivelli, administrador del grupo en la red social.

«Esto es una cadena de favores, podemos cambiarle la vida a una persona», asegura Crivelli

Buena Morfa agrupa a cientos de cocineros y aficionados con ganas de ayudar. «Esto es como un casamiento, uno tiene que animarse a salir a la pista a bailar para que todos se sumen», ejemplifica Crivelli.

Así comenzó la travesía solidaria. «En Appyce nos dieron unas becas para destinar a personas que las necesitaran. En ese momento me acordé de ‘Las Duchas’ y me puse en contacto con ellos», detalla.

«Una de las personas elegidas por las coordinadoras fue José Luis, quien llegó a Appyce y sorprendió a todos», agrega.

Maurizio, el último eslabón de esta cadena, fue quien le dio trabajo a José Luis. Napolitano de cuna, llegó a la Argentina hace un par de años y ya lleva abiertos en el país dos locales especializados en el plato insignia de su tierra.

«Vi el anuncio que publicó Marcelo en Buena Morfa sobre uno de los graduados que habían sido becados. Así que cuando José Luis se graduó, me pareció oportuna su incorporación en la pizzería que recién abría».

«Esto es una gran cadena de favores, porque si bien solos no podemos cambiar el mundo, sí podemos modificar la vida de alguien y eso no podemos dejar de hacerlo», resume Crivelli, que logró unir todas las partes de esta historia que ahora piensa en repetir y agrandar para que llegue a otras personas que necesitan ayuda y, sobre todo, pan y trabajo.

Fuente: Gimena Luz Figueroa/ Minuto Uno