Miles de turistas que intentan burlar el vallado para sacarse fotos desde la alfombra roja, productores que gritan instrucciones a contrarreloj, policías que impiden el paso y versiones decadentes de personajes de películas que deambulan por la vereda, componen la postal de la zona aledaña al teatro donde, dentro de tres días, tendrá lugar la 87ª entrega de los Premios Oscar.

Desde 2001, el Teatro Dolby (ex Kodak) es la cuna de la noche más importante de la industria cinematográfica de Estados Unidos: cada año, allí se celebra la entrega de premios de la Academia, antecedida de un hecho tan frívolo como fundamental como el desfile de celebridades por la alfombra roja.

Conocida internacionalmente como la “Red Carpet”, estos 500 metros de moqueta hecha 100% de nylon y cero por ciento glamour, componen el suelo sagrado donde actores, actrices y directores desean lucir sus exclusivísimas galas ante cámaras y fotógrafos del mundo.

El recorrido de esta larga lengua roja comienza en la intersección de Highland y Hollywood Boulevard. Allí, las limousines dejan a las celebridades que, cegadas por los flashes, caminan y lucen sus vestuarios, contestan preguntas ante las cámaras y, luego, ingresan al teatro.

Sin embargo, esa quimera de la vía láctea vernácula resulta un sueño lejano. A tres días de la fecha señalada, los doscientos operarios que trabajan desde hace dos semanas deberán convertir una zona turística clásica en una verdadera Cenicienta.

Mientras tanto, la manzana del Dolby, donde está el mítico Teatro Chino –el de las manos de los actores selladas en cemento–, se convierte en un receptáculo de turistas curiosos y vendedores oportunistas.

“Dos estatuillas por doce dólares”, anuncia un cartel en un local de suvenires. Esos Oscar plásticos de dudoso buen gusto y que se repiten hasta el infinito en el exhibidor, premian al mejor padre, a la mejor madre y, entre otras categorías menos esperables, al mejor contador, al mejor terapeuta e, incluso, al mejor periodista.

También por seis dólares hay imanes para la heladera con forma de premio y llaveros que se venden por cuatro dólares. De acuerdo a los comerciantes, las ventas de estatuillas se cuadruplican cada año en la víspera de la entrega de los galardones.

Por fuera de los locales, el espacio que queda para deambular por Hollywood Boulevard es escaso. “Disculpe, señor, me saca una foto con la estatua dorada”, le pide un joven a un policía.

Precisamente de eso se queja un falso Darth Vader que suele ganarse la vida posando para las cámaras de turistas interpretando al malo más malo de Star Wars.

Desplazado de su esquina y su rol habitual –todo estará vallado hasta después de la ceremonia- y con el premio como competencia directa, Vader comparte un cigarrillo con un igualmente falso Freddy Kruger y confiesa que ellos, al igual que Blanca Nieves y el Joven Manos de Tijera, “trabajan mejor cuando toda esta parafernalia de los Oscar termina”.

La 87ª entrega de los Premios Oscar, conducida por el actor Neil Patrick Harris (“Barney” en la serie “How I Met Your Mother”), tendrá lugar en el Teatro Dolby este domingo desde las 22.