MARTES, 26 DE NOV

Francisco beatificó a la monja paraguaya María Felicia

El Papa nombró beata a María Felicia de Jesús Sacramentado, una hermana de la orden de las Carmelitas Descalzas. También declaró santo a cinco curas, entre ellos, el español Oscar Romero.

El papa Francisco autorizó la promulgación de nuevos decretos para declarar 5 santos, 2 beatos y 6 venerables. La monja María Felicia de Jesús Sacramentado, de Paraguay, será declarada beata. Entre los nuevos santos están monseñor Óscar Romero, de El Salvador, y al papa Pablo VI.

María Felicia de Jesús Sacramentado profesó la Orden de las Carmelitas Descalzas, nació en Villarica, Paraguay, el 12 de enero de 1925, y murió en Asunción, Paraguay, el 28 de abril de 1959.

A María Felicia de Jesús Sacramentado se le conoce como «La Chiquitunga». «Esta paraguaya que perteneció hasta los 30 años a la Acción Católica y que se hizo luego carmelita descalza, nació en Villarrica, Paraguay el 12 de enero de 1925″, reporta ACI Prensa.

Quienes convivieron con ella destacan “su gran espíritu de sacrificio, caridad y generosidad”.

Según ACI Prensa, las últimas palabras de la monja fueron: “Papito querido, ¡qué feliz soy!; ¡Que grande es la Religión Católica!; ¡Que dicha el encuentro con mi Jesús!; ¡Soy muy feliz!» y “Jesús te amo. ¡Que dulce encuentro! ¡Virgen María!”

Murió a los 34 años en 1959. En 1997 se inició su proceso de beatificación.

Por su parte, Monseñor Romero, nacido en 1917 en El Salvador, fue asesinado de un disparo al corazón por un francotirador, el 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia, en San Salvador. Fue beatificado en mayo de 2015.

Romero era considerado por el gobierno militar de aquel entonces como enemigo público por denunciar en sus homilías los abusos represivos del Ejército y la Guardia Nacional, que ejecutaban órdenes de la oligarquía que no quería que avanzaran ideales considerados comunistas.

Pero Romero era igualmente crítico de los excesos de la guerrilla que secuestraba y asesinaba a militares y policías. El sacerdote decía no ser enemigo de nadie, pero advertía que quien estuviera en contra del pueblo estaba en contra de él.

Para muchos, fue su última homilía, el día antes de su muerte, la que le costó la vida. En su mensaje, le ordenaba directamente a soldados ignorar órdenes de sus superiores de disparar contra el pueblo. Homilía que fue respuesta a una carta enviada por un centenar de soldados pidiendo que intercediera ante la cúpula militar para que no les ordenaran matar a los considerados agitadores porque muchos de ellos tenían familiares o amigos entre los grupos guerrilleros.

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