Por Carlos Duclos (desde Europa)

Europa, para los europeos, no es la de años atrás, esa que se levantó de la guerra con fuerza, voluntad, fe, empeño y razonable amor por sí misma, alcanzando niveles sociales y estándares de vida asombrosos para naciones que salían de una guerra devastadora. Europa enfrenta hoy varios problemas: una tasa de desocupación que no es la de Argentina, por supuesto, pero a la que no están acostumbrados los ciudadanos del Viejo Mundo y la posibilidad de que en cualquier momento un atentado terrorista sacuda la paz, como ya ha sucedido.

La desocupación, o “el paro”, como le llaman los españoles, es una realidad, pero los estados europeos ponen a disposición de quienes son despedidos de sus trabajos entre 600 y 1.200 euros por persona, dependiendo de sus circunstancias familiares. Quienes más sufren la situación económica son los jóvenes, especialmente aquellos que buscan su primer empleo.

Varios empleados de comercio europeos, de diversas naciones, han dicho a Conclusión que el sueldo promedio ronda los 1.200 o 1.400 euros, monto que para la vida allá alcanza, pero hasta allí nomás.

europa3Y sin embargo, quien camine por las calles de las antiguas y pintorescas naciones europeas, llenas de historia, se hallará con que hay en el Viejo Continente una fuerte y permanente inmigración. No es extraño encontrarse en Praga con un cubano que decidió asentarse allí y que atiende un bar, o con una brasileña en Frankfurt vendedora en un free shop.

Los hindúes, en gran cantidad, forman parte del paisaje europeo. Sin embargo, lo más fuerte, lo más destacado a la vista del viajero, es la gran inmigración árabe ¿A qué se debe este frenesí por radicarse en Europa? Los argentinos lo sabemos: cuando las condiciones de vida en la propia tierra son indignas, hay quienes deciden ir allí donde puedan estar mejor. El asunto nunca dicho, por temor a ser considerado ideológicamente incorrecto, es que esto más tarde o más temprano termina siendo bueno para nadie, es decir malo para todos.

Sin embargo, muchos son los que tienen fe en el potencial europeo. Así lo expresa un joven rumano, casado, con un hijo, quien se fue a trabajar a Roma hace seis años: “Yo estoy bien -dice- es cierto que hay aún personas que no lo están tanto, pero Italia se va a levantar, porque Italia es naturalmente una potencia”.

Tal vez el problema mayor de Europa sean los atentados terroristas, por eso las medidas de seguridad en aeropuertos, museos, edificios públicos, estaciones y hasta en la misma Plaza de San Pedro, en el Vaticano, son muy estrictas. Bolsos y personas pasan por el escáner en todas partes, nadie se salva. Es que hay personas que no llegan a Europa para ayudar con su trabajo a elevarla, sino a destruirla. Para ser claros: hay infiltrados cuyos fines son la muerte y no la vida, terroristas.

Con todo, Europa sigue siendo Europa y de ninguna manera pueden tomarse los problemas que afronta como justificación para los propios (en este caso argentinos). En las ciudades europeas no hay baches, no hay basura en la calle. Las grandes urbes y capitales tienen un servicio de transporte envidiable, consistente en ómnibus de alta gama, tranvías, trenes urbanos y metros modernos y las frecuencias son de dos minutos ¿Igual que en Rosario verdad? Claro que no.

Tampoco hay temor a ser asaltado y de hecho los automóviles, motocicletas de todo tipo y valor en casi todas las ciudades de Europa “viven y duermen en la calle”. Desde luego que en materia de europa1seguridad no es el paraíso, pero no es el infierno rosarino o el porteño o el de cualquier ciudad argentina devastada hoy por la delincuencia. Es que en el Viejo Continente la “absoluta garantía” del delincuente se acaba cuando comienza el derecho de los ciudadanos que con su trabajo sustentan el sistema. Algo que algunos “pensadores” del derecho argentino jamás comprenderán, porque están obnubilados por la letra de la filosofía y desconocen la verdad de la calle.

En Europa se conservan más o menos intactas todavía las reglas de la cortesía. En Barcelona, una de las ciudades más apreciadas por muchos en razón de su historia y de su sociedad, sube una madre con su bebé al metro y si no hay asiento enseguida se ponen de pie mujeres u hombres para cederles el suyo.

En Praga, una persona se detiene frente a la senda peatonal y al instante los automovilistas se detienen para darle paso. A nadie, por otra parte, se le ocurriría arrojar desperdicios en la vía pública y en todo caso enseguida está el servicio público competente haciendo la limpieza. Hay excepciones, claro, y hay lugares en donde esto no se cumple a pie juntillas. Bueno, imbéciles o inadaptados hay en todas partes del mundo, pero de ningún modo puede decirse que el desorden y la descortesía sean lo normal, lo natural allá, como sucede en nuestro país, lamentablemente.

Y esta reflexión no es para denigrar a nuestra Patria, a la que siempre se extraña y se quiere volver, sino para concluir en que pudiendo ser Argentina, con toda su riqueza natural y humana, toda una potencia; pudiendo sus habitantes vivir bien, dignamente, es penoso que esto no suceda. Es lamentable, muy lamentable. Y esto se debe a una simple razón que se reduce a una sola cuestión: cultura de la mezquindad.

Se reproducen en esta nota imágenes del Hyde Park en Londres, una calle empedrada de Cracovia al atardecer y una estación de trenes en Barcelona. Todos estos lugares tienen algo en común: la limpieza. Se reproducen también el moderno tren urbano de Niza, en Francia y motos estacionadas en una vereda de Barcelona y que amanecieron luego de pasar la noche allí.