La decisión de Arabia Saudita de permitir que las mujeres manejen vehículos es, por ahora, un «maquillaje» para tapar la discriminación que sufren desde hace siglos las sauditas en el reino donde nació el wahabismo.

Por supuesto debe verse como un cambio favorable, ya que la monarquía no será nunca la misma cuando empiece a aplicarse esta medida en junio de 2018, en el marco de las reformas que lleva adelante el rey Salman bin Abdulaziz desde hace dos años.

El monarca es asesorado por el príncipe herededo, Mohamed bin Salman, de 32 años, con el fin de modernizar el reino.

Los cambios -así como el rechazo que generan en algunos sectores- ya se vieron en los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, cuando Riad envió por primera vez a mujeres atletas, dos de las cuales luego fueron acusadas de «prostitutas» por un grupo de clérigos de línea dura.

Sin embargo, a principios de septiembre, la monarquía dio la bienvenida a las primeras mujeres que asistieron como espectadores al estado Nacional de Arabia Saudita, demostrando que lo cambios llegaron para quedarse.

«No conozco bien los motivos que llevaron a levantar la prohibición para que las mujeres manejen. Pero son cuestiones que con el tiempo se hacen insostenibles», dijo Alejandro Simonoff, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP), en declaraciones a Télam.

En cuanto a la posibilidad de que haya sido por un reclamo reciente de Estados Unidos, ya que Donald Trump visitó ese país el 20 de mayo pasado, el analista señaló: «No lo veo al actual presidente norteamericano defendiendo los derechos de las mujeres…Trump tuve algunos episodios en Estados Unidos en los que ha sido acusado de ‘misógino'»

«Supongo que debe haber habido alguna presión en las redes sociales u otra circunstancia que provocó la decisión del reino», afirmó.

Esta semana, muchos recordaron la lucha iniciada por la saudita Manal al Sharif, de 38 años, quien fue filmada por su hermana conduciendo un coche para reivindicar los derechos de las mujeres durante una campaña en 2011.

El hecho fue subido a Youtube y Facebook, lo que desató la furia de la monarquía, que arrestó a al Sharif durante nueve días, la interrogó y la acusó de traición y de ser una espía.

«Yo fui liberada solo después de que mi padre rogara al rey Abdullah (el gobernante de ese momento) que me perdonara», dijo Al Sharif en un artículo publicado en el diario The New York Times.

La defensora de los derechos humanos dijo que cuando salió de la cárcel muchos sauditas la rechazaron por el simple hecho de haber manejado un automóvil.

«Varios clérigos pidieron que me azotaran, que me apedrearan e incluso que me mataran. Y un año después fui forzada a dejar mi trabajo. Entonces, temiendo por mi seguridad, me fui del país donde había nacido y crecido, y donde yo había empezado a criar a mi propia familia», afirmó.

Entre otras barbaridades, algunos funcionarios sauditas sostenían que manejar un automóvil dañaba los ovarios. O que «las mujeres tenían la mitad del cerebro de los hombres».

Para la mentalidad de la monarquía, las mujeres son seres inferiores. Por eso muchos analistas religiosos creen que Riad utiliza el islam como bandera, pero que en la práctica hace exactamente lo contrario.

Aunque los derechos de las mujeres se fueron incrementando, puesto que se les permitió votar y presentarse como candidatas en las elecciones municipales de 2015, se conducta pública es severamente restringida.

Uno de sus principales reclamos es desmantelar el llamado sistema tutelar del reino, mediante el cual las mujeres continúan bajo el control de algún familiar masculino, generalmente el padre, el marido o el hermano que son quienes deciden si puede viajar o estudiar o casarse.

También tienen prohibido usar ropa o maquillaje que muestre su belleza. Por esa razón, la mayoría de las mujeres usa un ‘abaya’ -túnica que las tapa hasta los pies-, con una especie de bufanda en la cabeza, aunque no es necesario que la cara sea cubierta.

Sin embargo, la policía religiosa las puede hostigar si considera que muestran demasiada «carne» o que usan mucho maquillaje.

Tanto en Arabia Saudita como en Qatar rige una versión ultraconservadora del islam sunnita llamada wahabismo, creada por el profeta Muhammad ibn abd al-Wahhab en el siglo XVIII.

Beneficiado por el petróleo, Arabia Saudita es un aliado estratégico de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. Sin embargo, la Casa Blanca no ha manifestado la misma preocupación por Riad que por otros países donde se violan los derechos humanos como Irán o Siria.

Incluso el ex presidente estadounidense, Barack Obama, vetó hace un año una ley del Congreso que permitía denunciar a Arabia Saudita por los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Washington y en Nueva York, que causaron 3.000 muertos.

No fue casualidad: de los 19 personas que participaron en dichos ataques, 14 de ellos eran ciudadanos sauditas.

Muchos vinculan el wahabismo con la raíz religiosa del grupo radical Estado Islámico (EI), que había declarado un califato entre Damasco y Bagdad en 2014, cuyas fuerzas principales resisten ahora en la ciudad siria de Al Raqqa.

El portal de filtraciones WikiLeaks, citando declaraciones de la ex candidata presidencial estadounidense Hillary Clinton, dijo que tanto Arabia Saudita como Qatar apoyaban económicamente al EI. Pero Riad ha rechazado estos informes.

Como otros presidentes estadounidenses, Trump reforzó los vínculos con Arabia Saudita, para contrarrestar la influencia de Irán en la región, y le vendió armas a Riad por más de 100.000 millones de dólares.