Este espacio tiene como finalidad dar otra mirada sobre los hechos que gestaron la identidad nacional o brindar testimonio, a través de pinceladas que reflejan acontecimientos de distintas épocas, que no fueron debidamente divulgados o tendenciosamente escondidos.

El tema de la vivienda siempre fue un problema recurrente para los trabajadores rosarinos. Como veremos más adelante, no fueron precisamente los apellidos de los miles de hombres que trabajaron en el puerto, en el ferrocarril, en la refinería o en los comercios, los que quedaron estampados en la historia de la región.

Según el censo del año 1900, se constataban en Rosario cerca de mil cien conventillos o inquilinatos, y aproximadamente cien casas de alojamiento.

Los conventillos fueron albergues colectivos donde predominantemente se alojó la mano de obra inmigrante, donde convivían centenares de personas amontonadas con algunas pocas canillas, dos o tres letrinas apestosas, y en pésimas condiciones sanitarias. En el barrio Refinería, que contaba con 1716 habitantes, se emplazaba un conventillo conocido como “Los Cuatrocientos Cuartos”, donde se asentaban mayoritariamente trabajadores de la Refinería Argentina, que entró en funcionamiento en 1889, en la zona norte de la ciudad. En ella había obreros españoles, italianos, austríacos, turcos y argentinos que trabajaban hasta doce horas diarias. Según el informe de Bialet-Massé “Sobre el estado de las clases obreras en Argentina”, en la Refinería el calor era sofocante. Los hombres tenían que estar desnudos de medio cuerpo y se veía trabajar a niños de 12 y 10 años de edad.

Otros conventillos famosos en la ciudad fueron los que se ubicaron en 1º de Mayo entre Rioja y San Luis, cercano a las vías del ferrocarril oeste santafesino; en 3 de Febrero y Moreno, una construcción de 96 habitaciones que albergaba 600 personas; en la zona de Pichincha, “Los Cuarenta Cuarto”; en avenida Alberdi al 100, “La Siete Culos”; en calle Salta, “Las Catorce puñaladas”; en Suipacha al 100, “El

Portón de Fierro”; en Wheelwright al 2100, “Las Catorce Provincia”; en Balcarce entre Tucumán y Catamarca, “El Doña Anselma”; en Balcarce 150, “Pabellón de Rosas”; en Güemes al 2400,y “La Paloma”, ubicado en Córdoba 1129. En el fondo de algunos de estos conventillos se podían encontrar mujeres ancianas que eran empleadas a domicilio en la fabricación de cigarrillos.

Los comerciantes llegados de Europa comprendieron rápidamente que el porvenir en el municipio era la propiedad inmobiliaria. De este modo, gracias al hacinamiento de miles de criollos e inmigrantes, los hombres de la alta clase social se enriquecieron y mientras los apellidos de los trabajadores se perdieron en la desidia de la pobreza y la promiscuidad de la falta de vivienda, hoy todavía vemos sus nombres en calles, museos y barrios.

Algunos de los propietarios de aquella vasta red de conventillos rosarinos fueron Luis Pinasco, José Castagnino, Ciro Echesortu, Casiano Casas, Miguel Grandoli y José Arijón.