Pasemos a otra cosa y no hablemos tanto de política. Y no porque la política no sea importante ¡Claro que lo es, si de ella pende el destino humano! Sólo que a veces la política no es tal, sino que es grosera politiquería. En fin. Mejor, como decía, pasemos a otra cosa.

He pensado siempre que la vida es un péndulo constante. En un tiempo el péndulo está en el extremo del goce, del bienestar, de la alegría, en otro en el punto medio y en otro en aquel extremo que el ser humano no desea, no quiere, pero que forma parte del juego de la vida.

Pero en incontables ocasiones el péndulo no se comporta equitativamente, justamente, y permanece más tiempo del debido y necesario en el punto de la angustia. Y es que el péndulo de la vida a menudo se desequilibra, se desbalancea y los encargados de su mantenimiento normal, esto es los muchas veces mal llamados líderes, no hacen el trabajo como deben.

Es muy probable que si los encargados del mantenimiento del péndulo hicieran su labor con amor, a consciencia, como corresponde, la máquina sería generosa y se detendría un poco más en el punto de sosiego, de calma para el ser humano. Pero… no.

De modo que la persona, a veces, debe arreglárselas sola para seguir funcionando y como pueda. El principio del péndulo en la vida del hombre y en el de toda la creación, funciona más o menos así, según mi opinión, claro.

Un corazón se ha detenido,

para que otro inicie sus latidos.

A un rostro se le niega la refrescante brisa,

para que nazca en otro una sonrisa.

El odio inflama a un alma de dolor,

para que en otra florezca la llama del amor.

Una parte de la creación se vuelve sombra,

para que en otra, la luz despierte el concierto de la alondra.

Y mientras unos comprenden este equilibrio generoso,

otros reniegan de lo que tienen por brutal y espantoso.

Pero así se forma la cadena de la vida:

Una vez unos, otra vez otros;

una vez ustedes, otra vez nosotros.

Y en todo tiempo aceptemos el trance,

sabiendo que todo es péndulo, es balance.

Siempre recordando aquello del sabio de Dios:

«Todo tiene su tiempo bajo el cielo».

Por eso: que la vida no se esconda tras el oscurecido velo.