El infierno de Birkenau y la sonrisa de un sobreviviente
Uno de los peores campos de exterminio que se recuerden, ubicado a unos 70 kilómetros de Cracovia, fue recorrido por Carlos Duclos, quien refleja la conmocionante experiencia en esta crónica.
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- Jun 5, 2016
por Carlos Duclos (texto y fotos)
Ese lúgubre ingreso tantas veces visto en películas, documentales y fotografías, está ante nosotros. Es sólo el esqueleto del monstruo devorador de vidas inocentes: judíos, gitanos, homosexuales, políticos que no compartían el ideario y la acción del régimen nazi y otras minorías. Pero aun siendo un esqueleto, un despojo del mal, inspira miedo, tristeza, indignación, es decir una serie de emociones que forman un sentimiento final difícil de explicar. Es el campo de exterminio de Birkenau
Allí las condiciones de los prisioneros eran muchos peores que las de Auschwitz. Las barracas eran precarias, a veces de madera. Las camas (¿camas?) eran verdaderos nichos de cemento con colchón de madera, preludio de la muerte. El piso de las barracas hecho de cualquier cosa, fango al fin, que en invierno se hacía nieve, escarcha o hielo. En cada uno de esos nichos de tres pisos, dormían, apretadas, cuatros personas. Cuatro personas que sabían que un día no lejano dormirían para siempre. Unos pocos se salvaron. Es el caso de Jack Meister, un sobreviviente con quien me encontré en Birkenau. Era el prisionero B488, el mismo que aún muestra el tatuaje que ha llevado, como un testimonio indeleble del sufrimiento y la discriminación, en su brazo.
Después de caminar por Auschwitz, Jack no ha querido recorrer todo el predio de Birkenau, dice que se cansa, pero yo sé que esa es una excusa. Sospecho, o mejor aún tengo la certeza, de que no ha querido toparse con eso que significó para él la soledad, el horror, el umbral de la muerte. “No sé lo que fue de toda mi familia -me cuenta- entré a los campos cuando tenía 14 años totalmente solo y estuve prisionero durante cuatros años” ¡Cuánto dolor de adolescente que quedó como rastro, como número de prisionero en la mente, en el espíritu!
“Es muy difícil explicar lo que es estar aquí de nuevo -dice- y añade algo que sospechábamos: “Me ha costado más de 64 años regresar aquí. No quise antes”. Jack vive desde hace años en Australia y ha sido acompañado al campo de Birkenau por su hija. A los dos se les nota la emoción; sin embargo, este sobreviviente tiene espacio en su alma para una sonrisa y me la regala cuando le pido que nos tomemos una fotografía juntos en las fauces del monstruo ahora muerto, en el ingreso de eso que fue exactamente una parte de la “abominación de la desolación”.
En rigor de verdad fue más que la abominación de la desolación, como lo demuestra lo sucedido un día con más de 15.000 gitanos que ocupaban una parte del campo. No había más lugar y llegaban más prisioneros judíos. Los nazis adoptaron una decisión rápida: todos los gitanos que estaban allí, hombres, mujeres, niños, familias enteras que habían sido deportados desde Hungría, fueron enviados en masa, entre gritos desesperados, a las cámaras de gas. “No hubo ninguna piedad ni selección, todos fueron gaseados y quemados”, dice nuestra guía, Mireya. Eso y mucho más sucedió en Birkenau y en muchos otros campos de exterminio.
En estos lugares, como en ningún otro, salen a la superficie muchas preguntas desde el corazón del hombre, o al menos de algunos hombres que son más que curiosos turistas: ¿por qué existe el dolor?, ¿Cuál es el sentido de la vida? Es difícil encontrar la respuesta en medio de un mundo mezquino, que no sabe o no quiere saber qué es el amor genuino, qué la tolerancia, qué la amabilidad y la comprensión. Un ser humano sensible en Birkenau se hará muchas preguntas, su corazón se comprimirá hasta la angustia del llanto. La misma angustia, el mismo llanto que se siente ante la indiferencia del mundo cuando el ser humano camina por el desierto de la vida. Sin embargo, esa angustia jamás se podrá comparar, ni remotamente, con la desesperación de los sueños que allí se perdieron.
Y sin embargo también, a veces la vida nos pone delante a un sobreviviente como Jack, con una sonrisa que invita a más preguntas: ¿por qué sonríe quién ha sufrido tanto? Todos esos interrogantes se me pegaron al salir de Birkenau. La respuesta la encontré en la puerta de la fábrica de Oscar Schindler. Pero esa respuesta será razón, motivo, para otra crónica desde Europa. Este final de la presente nota es el inicio de un breve descanso, el agobio espiritual, después de las recorridas por los campos, es mucho. He tocado con mis manos los nichos donde dormían las mujeres, he pensado en esa que durmió donde se posó mi mano y que fue luego llevada a la cámara de gas, he pensado en sus seres amados, en sus sueños perdidos, en su mirada, en su llanto mientras caminaba famélica hacia la muerte. Nunca la vi, nunca la veré, pero la siento.
El lector verá en las fotografías la entrada al Campo de Birkenau, los camastros de las barracas de mujeres; los restos de las cámaras de gas subterráneas; un vagón donde eran transportadas hasta más de 100 personas apiladas; barracas que han quedado en pie; al autor de la nota con Jack Meister y el brazo tatuado de Jack. También se reproduce una placa conmemorativa que dejaron los judíos sefaradíes en el campo.