por Florencia Vizzi

«Forma parte de esos cineastas muy contados que han supuesto un antes y un después para el cine». (Frédéric Bonnaud, director de la Cinemateca Francesa).

Algunos nombres han señalado hitos en la historia del cine, como ocurre en todas las aristas de las expresiones artísticas. Uno de esos nombres será, sin lugar a dudas, Abbas Kiarostami, quien ha aportado a la trayectoria del séptimo arte grandes films que hoy son clásicos ineludibles para cualquier cinéfilo o estudioso del tema.

Este lunes, el cine ha despedido a uno de sus más grandes maestros que, a los 76 años,  falleció luego de darle larga batalla a un cáncer que lo tenía en coma desde marzo.

Kiarostami podría definirse de múltiples formas,  poeta, cineasta, fotógrafo,  pero, sobre todo, un humanista. Uno hombre pleno de sensibilidades y profundamente humilde, capaz de renegar de los elogios de Jean-Luc Godard, Martin Scorsese y Akira Kurosawa, sólo por nombrar algunos de tantos cineastas que lo han venerado. Esa humildad es la que contrasta con la maestría con la que era capaz de explorar los temas cuya cotidianeidad los volvía tanto más complejos.

Kiarostami es originario  de Teherán, dónde nació en junio de 1940. Luego de estudiar dibujo y pintura en la Academia de Bellas Artes, y de trabajar como ilustrador de pósters y libros infantiles, su vida dio un vuelco al ingresar como docente al Centro para el Desarrollo Intelectual de Niños y Jóvenes, que se convertiría, bajo su influencia, en un tipo de semillero de lo que fue el Nuevo Cine Iraní, y desde dónde dirigió y produjo sus primeros cortometrajes.

A partir de 1979, la conocida Revolución de los Ayatolas empujó a muchos artistas iraníes a exiliarse en países occidentales. Sin embargo, Kiarostami prefirió, con una actitud que muchos calificaron de rayana en la tozudez, permanecer en su tierra, a pesar de las permanentes presiones y restricciones que se cernían sobre él y su obra.

La extensa cosecha de premios internacionales no lo hizo cambiar de opinión, pero impulsó al cine iraní a un nuevo plano mundial.

Películas como El sabor de la cereza, que le valió la Palma de Oro en Cannes y Detrás de los Olivos, por nombrar dos de sus más famosas obras en occidente, revelan un lenguaje propio, que terminó instituyéndolo en un clásico, ineludible para quienes amen y estudien el cine. Pero ese lenguaje propio, construido a lo largo de sus  más de 40 obras entre cortos y largos, muchas de ellas, auténticas obras maestras, pone en juego la compleja trama que se esconde detrás de lo aparentemente simple.

Kiarostami logra generar un vínculo auténtico entre el espectador y los protagonistas de sus obras, por más lejanas que parezcan las geografías y las culturas, el nexo que los une es lo que generalmente une a las personas, y que trasciende fronteras e idiomas, el factor esencialmente humano, y todo lo que de frágil y maravilloso lo contiene. Eso es lo que ha convertido al hombre de las gafas oscuras en un clásico moderno.

Entre sus obras más famosas, se cuentan además de las ya nombradas, Copia Certificada,  la primera  que realizó fuera de su país, y en el que se permite un poético homenaje a Rosellini, (refiere a Viaggio in Italia, con Ingrid Bergman y George Sanders). El juego que hace Kiarostami con el film del gran maestro italiano, refiere en realidad a la eterna discusión en el campo de las artes. Una pareja, que en su deambular por museos y ruina italianas, encuentra una copia de un retrato, que durante siglos había sido tenido por original. La excelencia de esa copia era tal, que la convertía a su vez, en una verdadera obra de arte.

Otra de sus más nombradas películas es El viento nos llevará, en el que rompe con reglas consideradas esenciales, para concentrarse en el fuera de campo y en las diferentes percepciones que puede provocar en los espectadores, poniendo nuevamente de manifiesto ese vínculo particular que construía con la audiencia.

El viento nos llevará es también una forma de poner en práctica su teoría de “cine inconcluso”, por el que abogaba, el cual sería completado por el “espíritu creativo de los espectadores”.

Abbas Kiarostami ha partido, pero su obra es uno de los legados más importantes del siglo pasado y probablemente lo será en el presente. Su mirada, clásica y moderna, tan abstracta a veces, tan contundente otras, su profunda humanidad y su bajo y modesto perfil,  tornan la belleza de ese legado en imprescindible. Así lo entendió Jean-Luc Godard cuando manifestó que: “El cine empieza con David Wark Griffith y termina con Abbas Kiarostami”.

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