En esta época del año, cuando muchos argentinos pueden disfrutar de vacaciones en las playas atlánticas, hay un código no escrito que los lleva a pasar el día con algunas “vituallas” a mano, en el ámbito del mundo gastronómico playero.

La lista la podemos encabezar con el choclo, al que se lo come hervido, con sal y hasta manteca o mayonesa encima. Y, por supuesto, sin cubiertos. O sea, a mano pelada. Este tradicional “pasatiempo” en las playas argentinas, se supone vino desde Brasil, país en el cual se lo conoce como «mirlos».

Sobre la caliente arena, los carritos desplazan esa riquísima oferta, a la cual los argentinos le hincan el diente generosamente. Otra opción muy de moda en los balnearios la constituyen las rabas, fruto del mar muy preciado a la hora de tener un frugal almuerzo.

Este exquisito plato no está en la venta ambulante pero se lo encuentra en los muchos “paradores” ubicados frente a las olas del mar. Limón en mano, sal a gusto y, en la mayoría de los casos, sin tenedor y ¡“adentro mi alma»!

A licuar se ha dicho

En esos mismos paradores, y para quienes opten por algo más livianito que unas rabas o comida parecida, los licuados aparecen como otra alternativa recomendable.

La mezcla más antigua y quizás la más consumida es la banana con leche, aunque existen montones de opciones que combinan varias frutas, agua y el nunca bien ponderado hielo granizado.

En esa línea de sabores dulces, y para los más chicos -aunque algún que otro adulto también lo compra- están los famosos “pirulines”, famosísimos chupetines con forma puntiaguda. Esta golosina es casi materia de compra obligada si uno va con gurrumines a la playa.  Y para la merienda qué tenemos?, se preguntan entre los integrantes de una familia que ya ha disfrutado de un almuerzo “al paso”. Y ahí la respuesta es casi unánime: ¡¡Queremos churros!! Y a los churros van junto con mate en mano y a esperar que el sol nos salude desde el horizonte y nos diga: «Hasta mañana».