MIéRCOLES, 27 DE NOV

Daniel Barenboim, sobre el conflicto palestino-israeli: «Se habla de la solución de dos estados, ¿dónde está el segundo?»

El director de orquesta y pianista argentino habló con La Vanguardia, en ocasión de una gira musical por España.

Daniel Barenboim deja atrás un 2017 en el que por fin se ha reabierto la reformada Ópera Unter den Linden, el teatro que dirige en Berlín; un año en que ha inaugurado la Pierre Boulez Saal, ese caramelo de sala de cámara que además es sede de la Academia Barenboim-Said, y un año en que el maestro argentino-israelí celebró el centenario de Debussy grabando un disco con sus obras para piano solo. Con esta delicatessen ha recalado en Madrid y lo hace este jueves en el Palau de la Música, en el ciclo BCN Clàssics. Conversamos con él por teléfono.

-Felicidades por ese año tan resolutivo, que por otra parte ha acabado con el anuncio de Donald Trump de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén. ¿Qué opinión le merece esa leña que añade al fuego del conflicto árabe-israelí?

-Todo lo otro que mencionó antes me confirma que soy un ser privilegiado que hace en la vida lo que he querido, mucha gente tiene una existencia bastante menos interesante. Llevo 67 años en el escenario y aún con buena salud, así que son muchas razones para estar más que agradecido. Respecto a lo de Trump, como muchas otras cosas que ha dicho este señor me preocupa mucho para el futuro del mundo. La hegemonía americana ha perdido importancia en los últimos años, pero con él esto ya es… Mire, llevamos 30 o 40 años en los que se habla de una solución de dos estados. Y yo sigo haciendo la misma pregunta, ¿dónde está el segundo Estado? Que el mundo reconozca Palestina como Estado y luego que como Estado negocie con Israel. El hecho de que el mundo tenga aun un sentido de la responsabilidad moral por los crímenes cometidos en el siglo XX a los judíos es algo que considero absolutamente necesario pero no automático, no significa que haya que seguir los caprichos del gobierno israelí, que no entiende que la ocupación de otro pueblo no es admisible.

-¿Cuáles son hoy sus referentes políticos?

-Tengo varios. La señora Merkel mantuvo una actividad de gran calidad no solo en Alemania sino mundial. Es uno de los pocos líderes políticos que comprenden la diferencia entre estrategia y táctica. Y a decir verdad, no entiendo las opiniones de cierta gente en Alemania con el hecho de que no puedan concebir un gobierno, cuando se trata de una situación muy importante a nivel europeo. Hoy se habla mucho de derechos y no lo suficiente de responsabilidad. Alemania tiene una responsabilidad universal: entre el loco de Estados Unidos y el cínico de Moscú, solo podemos crear una Europa unida, inteligente, racional, y por eso los partidos políticos en Alemania tienen una responsabilidad. Si la mayoría del voto fue para Merkel, deben asumir la responsabilidad, no sólo el derecho, de formar un gobierno. Por otra parte, también tengo admiración por el presidente francés, que en pocos meses pudo desatar nuevos vientos positivos en el mundo. Naturalmente estoy influenciado porque Macron tomó la decisión de que haya educación musical en todas las escuelas de Francia, y dinero para orquestas infantiles, pero el deseo es que haya pronto un gobierno en Alemania y que juntas con Francia puedan adelantar.

-A estas alturas sigue usted grabando discos. ¿Es porque lo persigue su discográfica?

-He grabado tanto en mi vida que podría dejarlo, pero me hace feliz cuando hay algo importante como el disco de Debussy. Y ­Deutsche Grammophon ha querido que se grabe y que lo haga yo.

-¿Qué le implica a usted sumergirse en el estado de ánimo de Debussy?

-Es un compositor que yo adoro. Hace varios años que trabajo sus obras sinfónicas con la Staakskapelle Berlin. Y su Pélleas et Mélisande. Y hacer sus obras al piano es algo muy bonito. Estoy contento de tocarlo en Barcelona: la gente se olvida que fue un gran centro para la música contemporánea en los años treinta: Prokofiev, Schönberg…

-Asegura que Debussy era un impresionista inspirado por la naturaleza y la literatura de Mallarmé, de Baudelaire, pero no por la pintura impresionista.

El viento, el agua, la nieve… eso se lo inspira la literatura, no está en la pintura. Debussy es mucho más que un compositor de color, hay gran profundidad en su obra.

-La gira que inicia en España acaba en esa Boulez Saal de Berlín, su nueva casa de milagrosa acústica, donde dice usted que se produce “música para el oído que piensa”. ¿Me lo explica?

-El oído es el órgano más inteligente del ser humano. Sirve para la memoria y para entender las cosas. Si yo le quiero dar mi teléfono y no tiene cómo apuntarlo lo repetirá para acordarse… Vivimos en una época mucho más visual que auditiva, porque hemos ensuciado todo lo que entra al oído con ruidos y con esas músicas de ascensor y restaurante que se oyen sin escuchar. No tenemos el respeto que el oído merece.

-¿Qué recuerdo guarda de Pierre Boulez?

-Muy fuerte. Lo conocí durante medio siglo. La primera vez que toqué con él fue en junio del 64, en la primera temporada de la Philharmonie en Berlín. Y siempre estuve cerca de él, en Nueva York, en París… Boulez me enriqueció la vida. Sin él no habría entendido la música contemporánea de la misma manera, porque cuando empecé de niño, lo contemporáneo era Stravinski (a quién conocí), Bartók (que venía de morir), y los soviéticos, Shostakóvich y Prokofiev. La segunda escuela vienesa era desconocida y reservada a proyectos especiales. Y gracias a Boulez, ahora Schönberg o Berg forman parte de cualquier programación en cualquier sitio del mundo. Él entendió algo importante: que para la música contemporánea hace falta la curiosidad y la familiaridad. Las orquestas que tocan contemporánea una vez, se olvidan y nunca llegan a tener la flexibilidad ni el sentido del «por supuesto se toca así». Para eso hace falta familiaridad, es lo que te permite volverte propietario de aquello.

-La pianista Martha Argerich, compatriota suya, actúa también esos días en Madrid y Barcelona. Compartieron infancia de niños prodigio…

-Nos conocimos en 1949. Íbamos tanto ella como yo a casa de un hombre de negocios, judío austriaco, que era amateur de violín, y en cuya casa se hacía siempre en viernes música de cámara. Su mujer hacía el strudel de manzana típico y todos los músicos que pasaban por Buenos Aires iban a esa casa. Martha y yo por esa época jugábamos no al piano sino debajo de él, como niños traviesos. Y tocamos el mismo día para alguien que por entonces prometía mucho: Sergiu Celibidache.

-Tiene usted ahora un protegido, el chelista de origen iraní Kian Soltani. ¿Qué otros nombres de futuro hay?

-Es un chico de muchísimo talento. Lleva cuatro años ya de solista en la orquesta del Divan, con una carrera fulminante. Con él y mi hijo Michael, que es otro valor, he formado un trío. Este año hacemos la integral de Beethoven.

Fuente: Maricel Chavarría, Barcelona. La Vanguardia

Últimas Noticias