Por Carlos Duclos

Antigua, sufrida, y a la vez dulce y acogedora, puede decirse de Cracovia que es una de las ciudades más bellas de Europa. Hay en ella historia, mucha historia y circunstancias que llaman a la reflexión. Al caminar por sus calles pintorescas, angostas, de edificios antiguos, cuando la tarde cae, el espíritu de ese “Nocturno” inolvidable de Chopin todo lo inunda.viaje7

En Cracovia, el peregrino se encuentra con las tinieblas de la perversa locura, esa de los campos de exterminio y allí (como se dijo en una
nota anterior) el visitante se pregunta sobre qué significa la vida, y cierta desazón se apodera del corazón del hombre ¿Cómo pretender que ese sentimiento no suceda en quien busca la verdad y está frente al escenario de acontecimientos tan oscuros en la vida de la humanidad? Sin embargo, esa misma Cracovia viaje6que renace del dolor, que resucita a la vida, se encarga de informarle al visitante que también hay otras historias; historias empujadas por la esperanza, la fe, el amor, hacia la corona luminosa, radiante de la vida.

Es lo que sucede, por ejemplo, cuando se está frente a la que fuera la fábrica de Oskar Schindler. Allí se vive intensamente ese principio que dice que a toda acción corresponde una reacción, que pueden más las luces de la vida que las sombras de la muerte.

La historia de Schindler, como se sabe, la hizo mundialmente conocida y popular el cineasta viaje1Steven Spielberg, con su laureada película “La lista de Schindler”, de modo que basta en esta crónica con recordar brevemente la actitud de este empresario, para dar paso luego a una reflexión: Schindler era nazi, para más datos espía devenido empresario, fabricante de artículos de menaje primero y pertrechos bélicos después para el ejército hitleriano. Para abaratar la mano de obra, desde luego, Schindler aprovechó a los judíos que eran sometidos, hechos prisioneros, por el nazismo. A Schindler, en un principio, no le interesaba más que el asunto económico, su renta, su utilidad, su ganancia. Los judíos eran una mera herramienta, una cosa útil a sus fines. Y antes de proseguir, permitirá el lector una expresión al margen: ¿cuántos empresarios hoy mismo hacen de sus trabajadores una cosa desechable? ¿Cuántos trabajadores están condenados a una indigna sobrevivencia?

viaje4Sin embargo, en un punto de su vida empresarial algo sucedió en Schindler. Observó y comprendió en toda su magnitud que lo que cometía el régimen nazi era una verdadera atrocidad. Seguramente arreció en su corazón un interrogante ante semejante realidad: ¿el sentido de la vida para él (ser humano) era no más que hacer dinero aprovechándose de la vida del prójimo, o habría algo más importante, más determinante y trascendente? ¡Y claro que había! Había la necesidad de salvar al prójimo, de preservar su vida.  E imprevistamente, como sucede cuando se corre el velo en el corazón del hombre y ve la verdad en toda su magnitud, el empresario se dedicó a salvar judíos que eran enviados a los campos de exterminio. Simplemente, él, un nazi que en los hechos dejó de serlo, les decía a los oficiales de la Gestapo que necesitaba a los prisioneros para su fábrica.

Claro que esta excusa sirvió por un tiempo, pues los oficiales del régimen comenzaron a advertir la acción del empresario. Llegó entonces para Schindler la hora de recurrir a su dinero para sobornar a la oficialidad alemana fiel a Hitler. Lo que importaba para él, ya no era el dinero que le daba su fábrica, sino salvar vidas humanas.
viaje3La actitud de este empresario la comprende el corazón reflexivo en la misma puerta de la que fuera su fábrica, donde hay una placa en la que se lee uno de los principios del Talmud: “el que salva una vida, salva al mundo entero”.

El sentido de la vida lo descubre el visitante en la plaza de Cracovia en la que eran congregados los judíos y personas de otras minorías que eran enviadas a los campos de exterminio. El memorial que se levanta hoy en esa plaza, consistente en sillas vacías que representan vidas perdidas, sueños truncados, angustia sin fin, conmueve.

Cracovia tiene estas cosas y muchos más, por supuesto. Tiene en sus construcciones, en su estructura viaje5social y cultural, aquellos lejanos tiempos medievales y, desde luego, tiene la historia de un hombre que contribuyó a cambiar decisivamente el rumbo de la humanidad en estos tiempos: el ex Papa Juan Pablo Segundo, cuyo lugar de residencia, durante muchos años de su vida, se levanta como un monumento también a la esperanza.

La vida religiosa en Cracovia es intensa y nadie duda de que la hermandad entre cristianos y judíos fue y es fuerte. La misa en el templo de Santa María, construido allá por mediados del siglo XIV, con el retablo en el altar más grande de Europa, con ese Cristo que cuelga en la nave central, es sencillamente emocionante. El colorido de la plaza, el romanticismo de sus calles angostas y sutilmente iluminadas por las noches, hacen que se sienta la melodía del amor, inaudible para algunos corazones duros, claro. Ese amor derramado por aquellos que se fueron, que vibra en cada rincón de Cracovia con el himno a la vida de Chopin: La Polonesa.

Se reproducen en esta crónica las imágenes de la Plaza del Mercado; la Iglesia de Santa María, su aspecto exterior y su bello interior; el Memorial a los asesinados por el régimen Nazi, con las sillas vacías;la casa donde vivió Juan Pablo Segundo; la que fuera la Fábrica de Schindler; la losa con una inscripción que dejaron los judíos sefaradíes en el campo de Birkenau para que la humanidad no olvide y una calle de Cracovia iluminada al caer la tarde.

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