Por Pablo Bloise

“En el momento en que ves que la bandera de tu país se levanta por vos, sentís que todo valió la pena”. Ese particular recuerdo pasa una y otra vez por la cabeza de Patricia López Muñiz, ex nadadora olímpica rosarina que representó a Argentina en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972.

Desde aquel momento, asegura no perderse el desfile de apertura de cada olimpíada y no le avergüenza admitir que llora de emoción al ver cada una de ellos. Le sigue generando ese cosquilleo que sintió aquel agosto de 1972 en Alemania y se siente parte, aunque sea un poquito, de todos los chicos que representan al país.

Hoy, odontóloga y entrenadora de natación y hockey, recuerda con muchísima emoción sus días de competencia y, obviamente, la inolvidable experiencia de tener su lugar en un certamen olímpico. Recibió a Conclusión y rememoró su historia como deportista.

A pesar de haber llegado a Munich como nadadora, en tu currículum deportivo hay más cosas…

—La verdad que sí. Yo siempre fui una apasionada del deporte. Hice atletismo, fui campeona provincial en lanzamiento de bala, y corría 200 metros. Pero sólo lo hice dos años. Jugué al hockey mucho tiempo también. Fui a los nacionales con Gimnasia y Esgrima de Rosario. Seguí jugando en veteranas hasta los 48 años, que se hizo el Mundial acá en la ciudad. Y después de eso ya volví de lleno a la natación, que ha sido lo primordial en mi vida.

¿Cómo nace esa extrema pasión por el deporte?

— Mi papá fue basquetbolista. Jugó en el seleccionado nacional, y fue él quien me inculcó todo esto. Al ser de La Florida, de chiquita me llevaba al río y yo nadaba. Una amiga nuestra le dijo que me lleve a algún club porque me veía muchas condiciones, y ahí fui a GER, en donde aprendí la técnica y comencé a entrenar con Pedro Giordano. Todo eso fue a los 10 años. A los 12, corrí el primer Nacional en donde gané e hice récord argentino, y ya a los 13 ya fui a los Sudamericanos de mayores.

¿Cómo manejabas los sentimientos, la presión y el nerviosismo en esas competencias?

—Lo tomábamos como algo normal en esa época. Entrenábamos duro, e íbamos a nadar y a dar lo mejor de nosotros. No es como ahora que todos están pendientes de bajar su tiempo, de superar las marcas y esas cosas. Hoy en día los chicos tienen mucha información y quieren llegar en tiempo. Nosotros entrenábamos y cuando la marca llegaba, llegaba. Nada de meterse presión.11638459_10206948654024947_2135270169_o

¿Qué te pasó el día que te dijeron que ibas a ir a los Juegos Olímpicos?

—Fue una sensación rara. Estaba en Chile en un Sudamericano, y me clasifiqué en los 800 metros libres para los Juegos Olímpicos. Cuando salí, mi entrenador me dijo ‘¡Bien!, clasificada a los Juegos’, y yo no sabía que decirle. Sólo le dije ‘buenísimo… ¿y ahora qué hacemos?’. Y no era nada más que entrenar todos los estilos, un poco más duro. Lo que me pasaba por la cabeza era normal. Uno se acostumbra luego de tantos Sudamericanos y Panamericanos.

Lo tomaste normal, pero a los 16 años te encontraste en Alemania, rodeado de deportistas de todo el mundo y representando a tu país…

—Eso sí que fue impagable. Yo me entrené hasta junio y nos fuimos para allá. Nos fuimos temprano y volvimos todos juntos. Éramos 364 deportistas: 360 hombres y sólo 4 mujeres. Lo más emocionante fue el desfile. No me pierdo ninguno en cada olimpíada y me emociono y lloro como una nena. Es algo muy fuerte para mí. Estar ahí, una competencia que la mira todo el mundo, conoces gente, deportistas, culturas, historias… es maravilloso.

¿Cómo fue tu desempeño en los Juegos?

—Corrí 200, 400 y 800 metros libres e hice récord argentino; 100 y 200 metros de espalda en donde también tuve récord argentino y en 200 récord sudamericano; y 200 metros combinados, donde también tuve récord argentino.

¿Qué pasó después?

—Volvimos, seguimos entrenando, empecé la facultad, y al segundo año me volví a clasificar a los segundos Juegos Olímpicos, pero dejé de nadar porque era mucho trajín el ir a la facultad, estudiar y mantener el nivel con el que uno entrena.

Una picardía…

—Muchos me lo dicen. Pero la vida se trata de tomar decisiones. Yo no iba a poder mantener mi nivel, y realmente quería hacer las cosas bien en la facultad. Me recibí de odontóloga a los 22 años y me fui a trabajar a Brasil. Sinceramente, no me arrepiento de nada.

¿Sos exigente?

13103557_10209329466823779_8473141893011860540_n—Fui, soy y seré (risas). Está en mi naturaleza. Mi papá me enseñaba a tirar al aro, y no paraba hasta que me salía bien. Es algo que no puedo cambiar ni ahora con mis alumnos. A veces me quedo mal porque realmente soy muy, pero muy exigente. Me critican porque me dicen ‘nunca me vas a decir que me salió bien’. ¡Y si te salió mal… ¿cómo querés que te diga que te salió bien?! Hay que trabajar, es muy gratificante que las cosas te salgan bien porque te esforzaste.

¿Ese fue un poco tu secreto?

—No lo sé. Hay veces que te privas cosas por hacer esto. Tenés que estar pensando en entrenar, pero es muy gratificante. Si querés hacer las cosas bien, hay que sacrificar. En todo orden de la vida. Si yo tengo que nacer de nuevo, voy a ser nadadora otra vez. Fui muy exigente conmigo misma, pero no me arrepiento de nada.