Para introducir el famoso cuento de Charles Dickens “Christmas Carol” (de 1843), Gilbert K. Chesterton escribió, en febrero de 1925 en el London News: “Para contestar a la persona que habla de superpoblación debemos preguntarle si ella misma es parte de esa superpoblación o, si cree que no, cómo sabe que no lo es”.

Marcello Veneziani, exquisito intelectual a quien aprecio y respeto, escribió el sábado 29 en La Verità que la superpoblación es el mayor problema de la humanidad que no se afronta con la indiferencia general. En consecuencia, mientras se asombra de que la gente no se movilice y no proteste en la calle y de que los que gobiernan el mundo no pongan en marcha protocolos adecuados, propone la limitación inmediata de los nacimientos para salvar a la humanidad.

En realidad, hace más de cincuenta años que quienes manejan las riendas del poder mundial se han ocupado, demasiado y mal, de frenar la natalidad, pero solo han logrado sumir en una crisis irreversible al mundo occidental y hacer que fuera real el mayor conflicto al que tendremos que enfrentarnos en este momento de deseable recuperación económica pos-Covid.

Hablo de la relación entre: 1°- Necesario crecimiento económico. 2º – Natalidad, especialmente en Occidente. 3°- Tutela prometida del medio ambiente. Si alguien consigue encontrar una solución a estos tres elementos integrados entre ellos, ganará dos premios Nobel, uno por la economía y otro por la paz. ¡Ánimo! Es cierto que la gran incógnita que hoy parece ignorarse es la demográfica, pero esto sucede porque no queremos tratarla como deberíamos, es decir, en serio.

Descubrimos que somos 8 mil millones. ¡Caramba! Permítanme hablar con números redondeados, para simplificar. En 1970 éramos (aproximadamente) 4 mil millones: mil millones en el llamado mundo occidental (EE.UU. y Europa) y 3 mil millones en el resto. En 2021 somos (aproximadamente) 8 mil millones, de nuevo mil millones en el mundo occidental y 7 mil millones en el resto. En 1970, por tanto, el mundo occidental tenía (siempre valores redondeados) el 25% de la población y el 90% del PIB mundial. En 2021, Occidente tiene alrededor del 12,5% de la población y el 45% del PIB. (Solo como ejemplo, entre las dos fechas, el crecimiento del PIB occidental fue de alrededor del 12%, el del PIB asiático alrededor del 100%).

¿Tan preocupante ha sido entonces el crecimiento de la población? La ONU reconoce que entre 1900 y 2000 la población mundial creció 4 veces, pero el PIB mundial lo hizo 40 veces. En cuanto a la distribución, la ONU también explica que en la década de 1970 el PIB de los países ricos era 26 veces el de los países pobres, pero en 2000 se reduce a 5-7 veces (según las áreas geográficas). Esto gracias a la entrada en el mercado (debido a la globalización) de varios países pobres, especialmente China, India, Asia, América Latina y parte de África.

De nuevo la ONU explica que el crecimiento de la población en los países pobres no ha sido provocado por la excesiva fecundidad, sino por la caída de la mortalidad, especialmente la infantil. Según estimaciones un tanto complejas de evaluar, de 1970 a 2010 la fecundidad global ha pasado de un 5% (aproximadamente) a un 2% (aproximadamente). En los países ricos, el número de hijos por pareja pasa de 2,5 a 1,2. En los países pobres baja de 6/7 a 3/4. Pero en los países ricos el número de “jubilados» sube del 10% a cerca del 30% de la población.

En resumen, se desploman los nacimientos, pero la ciencia alarga la vida… un gran problema para resolver. A finales de los años 60 – principios de los 70, las teorías neo-maltusianas que resurgieron en los EE.UU., especialmente en la Universidad de Stanford, con el prof. Paul Ehrlich (Population bomb), lograron reducir la natalidad, pero solo en Occidente, donde la población culta leía libros y escuchaba la televisión.

Así, sin nacimientos, se observó que el PIB no crecía como era de esperar, por lo que era necesario hacer crecer el consumismo individual para compensar esa falta de crecimiento. Pero el consumismo creciente conlleva poder adquisitivo creciente, que se obtiene deslocalizando tantos productos como sea posible a Asia e importándolos y revendiéndolos a precios bajos.

Este fenómeno genera los cimientos del posterior problema ambiental, ya que en Occidente para compensar el desplome de la natalidad se fomenta el hiperconsumo contaminante y en Oriente se concentra la producción a bajo costo, altamente contaminante, y la escasa atención al problema medioambiental. Así que el problema medioambiental también es una consecuencia del desplome de los nacimientos.

Si hoy el mundo interrumpiera aún más los nacimientos, debería pensar en apretarse el cinturón en un momento pos-Covid en el que la recuperación económica es indispensable, aunque solo sea para saldar deudas… Si hoy en Occidente se obligara a una política neo-neo-maltusiana, habría una falta aún mayor de recursos para invertir en las distintas transiciones energéticas y digitales y en tecnología e investigación. Se deberían subir aún más los impuestos para una redistribución forzosa de la solidaridad y la integración forzosa de las poblaciones migrantes.

Los valores y los bienes muebles e inmuebles colapsarían, los bancos se resentirían, no se podría ayudar a los países más débiles y pobres. La desnatalidad esperada con cierta superficialidad ideológica, la que niega las leyes naturales relativas al valor de la dignidad de la vida, la que considera al hombre un cáncer para la naturaleza y un accidente de la evolución, esa es la que debería preocuparnos y hacernos reflexionar. Y ciertamente no sólo desde un punto de vista económico. Pero reflexionar con consideraciones morales hoy en día está “prohibido”. Conformémonos con las económicas.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana