El padre Pío, hecho santo con la beatificación de Juan Pablo II, fue un sacerdote y fraile capuchino italiano nacido en 1887 y fallecido en 1968. Su nombre era Francesco Forgione y cuando recibió el hábito de Franciscano capuchino, tomó el nombre de «Fray Pío», en honor a San Pío V.

Desde chico mostró interés por la religión y una profunda fe que lo llevó a abrazar la vida religiosa. Para mantener sus estudios, su padre decidió emigrar a Estados Unidos y luego a la Argentina.

A los cinco años, el padre Pío tuvo una visión de Cristo, quien se le presentó como el Sagrado Corazón de Jesús. El mismo Jesús posó su mano sobre su cabeza. El niño, en respuesta, le prometió al Señor que sería su servidor, siguiendo los pasos de San Francisco de Asís.

Desde entonces, Pío tuvo una vida marcada por una estrechísima relación con Jesús y con su Madre, la Virgen María, quien se le apareció en numerosas oportunidades a lo largo de su vida.

Cumplido los 15 años, se presentó para ser admitido como franciscano en Morcone. Eran años muy intensos en su vida, marcados por repetidas visiones providenciales, en las que Dios mostraba las luchas que tendría que librar contra el demonio el resto de su vida.

El 10 de agosto de 1910, Pío es ordenado sacerdote, pero al poco tiempo, enfermó de fiebres y dolores muy fuertes, lo que obligó a sus superiores a enviarlo a Pietrelcina para que se recupere. Años más tarde, en 1916, llegó al Monasterio de San Giovanni Rotondo y el Padre Provincial, al ver que su salud había mejorado, lo mandó permanecer en ese convento, donde comenzó a percibir los estigmas.

En una histórica descripción gráfica de lo ocurrido, el padre Pío contó: «Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa… se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado».

«Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios», describió el santo.

El Padre Pío fue un hombre que siempre se preocupó por los más necesitados. El 9 de enero de 1940 convenció a sus amigos espirituales de fundar un hospital para curar los «cuerpos y también las almas» de la gente necesitada de su región. El proyecto tomó varios años, pero finalmente se inauguró el 5 de mayo de 1956 con el nombre «Casa Alivio del Sufrimiento».

El Padre Pío, también pasó y vivió la experiencia de la pandemia de primera mano. Fue la gripe española – como se la llamaba – una pandemia devastadora que entre 1918 y 1920 azotó al mundo entero, causando decenas de millones de muertes. Muchos recurrieron al Padre Pío, que ya vivía en San Giovanni Rotondo desde 1916 y gozaba de una reputación de santidad. Él mismo se ocupó de los seminaristas que habían contraído el virus.

El Padre Pío partió a la Casa del Padre un 23 de septiembre de 1968, después de horas de agonía repitiendo con voz débil «¡Jesús, María!».

Durante la canonización de San Pío de Pietrelcina, el 16 de junio del 2002, San Juan Pablo II dijo de él: «Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del Padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos».