El domingo próximo, una vecina de Villa Pueyrredón será convertida en santa por el Papa Francisco. Se trata de Nazaria Ignacia, quien en el barrio donde vivió dejó nada menos que una sede de la congregación de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Pero también, recuerdos vivos entre los otros vecinos.

“Ella visitaba a los enfermos por las tardes. Era increíble la atracción que ejercía sobre grandes y chicos. En el trayecto se le acercaban mujeres a pedirle consejos. Había que ver a los niños… venían como enjambres de abejas, se apiñaban a besarle la cruz, sus manos, el hábito». Así lo recuerdan las crónicas que Juan Carlos Gastaldo, colaborador de la congregación en Villa Pueyrredón, le cedió a Clarín.

«Con los más pobres era más amable y a todos invitaba al hogar -siguen los relatos de Gastaldo-. ¡Vengan allí!, les decía, ahí es donde van a encontrar consuelo a sus penas, nosotras hemos venido para eso… somos de ustedes.»

Gastaldo cuenta además que Nazaria Ignacia March Mesa «fue una mujer de aspecto alegre, de mirada profunda y atrayente. De estatura mediana, tirando a baja, cara redonda, ojos medianos y vivaces color café, nariz proporcionada, boca pequeña (siempre esbozando una sonrisa). Era muy generosa, sacrificada, dispuesta al perdón, de memoria ágil, ingeniosa, sociable, sencilla en todo.

Dormía muy poco, era rigurosa consigo misma y comprensiva con los demás», recuerdan también desde la congregación.

La vida de Nazaria Ignacia, de España a América Latina

Nazaria nació en Madrid el 10 de enero de 1889, hija de una familia numerosa que por razones laborales se radicó en México. En 1908, ingresó a la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y en 1912 fue enviada a Bolivia, donde se quedó hasta 1925.

Ese año, a pedido del Nuncio Apostólico, fundó en Oruro la congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia, para ​»hacer conocer al hombre el mensaje de Dios».
Nazaria buscó suplir la escasez de sacerdotes llevando el Evangelio a los más alejados, a las minas, a los ranchos y a los mercados. Organizó y acompañó a desempleados y a agrupaciones campesinas y mineras, encabezó manifestaciones, movilizó a las mujeres desde la acción social fundando el primer sindicato obrero femenino, preparó a las hermanas para recibir y atender a los heridos y huérfanos de la Guerra del Chaco. Decía: «Comprendí que los pobres eran el mejor legado que Jesús me daba… de ellos lo recibiría todo en la Tierra y en el cielo».

Aquí fundó la primera casa de su congregación en Villa Pueyrredón. Y se convirtió en una más para todo el barrio. El 6 de enero de 1930, día de la inauguración, ella escribió en su diario: «En la Villa de Pueyrredón se levantará la primera Iglesia de Buenos Aires dedicada a Cristo Rey y a su lado se funda, en esa gran metrópoli, la Cruzada Pontificia… ¡Qué alegría siente mi alma!»

Durante los primeros años, la congregación se extendió por diversas ciudades de Bolivia: Oruro, Cochabamba, La Paz, Potosí y Santa Cruz de la Sierra. En 1930 fundó la casa en Buenos Aires y más tarde lo hizo en Uruguay y en España, entre otros lugares. Hoy está en 21 países.

Nazaria murió a los 54 años en el Hospital Rivadavia. Fue el 6 de julio de 1943. Sus restos descansaron en el Cementerio de la Chacarita. Luego fueron trasladados a la cripta de la capilla de la casa de la congregación de Villa Pueyrredón y allí permanecieron hasta que, en 1972, fueron llevados a Oruro.

Fue beatificada en Roma por el Papa Juan Pablo II el 27 de septiembre de 1992.

Los milagros de Nazaria Ignacia

Uno de los dos milagros que se le adjudican ocurrió con una vecina del barrio, cuya hija iba al colegio que dirigían las hermanas de la congregación de Nazaria Ignacia.

La mujer, Agustina Ortiz de Jiménez, había sufrido complicaciones luego de un parto que la dejaron al borde de la muerte. Internada en el hospital Pirovano, las monjas le llevaron una reliquia de Nazaria Ignacia. La curación fue repentina.

El segundo milagro, que le abrió el camino a la canonización, está basado en el testimonio de la religiosa María Victoria Azuara, que sufrió un derrame cerebral el 13 de octubre de 2010 y perdió el habla. Aunque los médicos descartaron cualquier posibilidad de recuperación, su congregación le rezó a la Madre Nazaria (que para entonces ya había sido reconocida beata), y Azuara recuperó el habla 12 días después, sin explicación científica.