Falleció en San Vicente, en España, en el siglo XI.

En el cerro que domina el valle, en el santuario actual, descansan desde el 1750 las reliquias de Santa Casilda, -«la virgen mora que vino de Toledo», muy venerada en Burgos.

La figura de Santa Casilda tiene el encanto de la sencillez y el sabor de lo heroico en el amor; cautivó al pueblo cristiano medieval y le animó a la fidelidad.

No se conoce con exactitud el nombre de su padre, rey moro de Toledo, al que se nombra como Almamún.

La princesita mora es abundante en clemencia y ternura; rodeada de todo tipo de comodidades y atenciones en la fastuosidad de la corte, no soporta la aflicción de los desafortunados que están en las mazmorras.

Un día, cuando llevaba viandas en el hondón de su falda a los cautivos pobres, fue sorprendida por su padre que le preguntó por lo que transportaba, contestando ella que «rosas»: pese a la mentira, esas flores aparecieron al extender la falda.

Los mismos cautivos cristianos fueron los que, viendo lo recto de su conducta, le hablaron de Cristo; correspondieron a sus múltiples delicadezas y dádivas, instruyéndola en la fe cristiana.

Comienza una grave dolencia y la ciencia médica de palacio es incapaz de curarla; el Cielo le revela que encontrará remedio en las aguas milagrosas de San Vicente.

Almamún prepara el viaje de su hija con comitiva real; en Burgos recibe Casilda el Bautismo y marcha luego a los lagos de San Vicente, junto al Buezo, cerca de Briviesca.

Recuperada la salud, decide consagrar a Cristo la virginidad de su cuerpo milagrosamente curado y resuelve pasar el resto de sus días en la soledad, dedicada a la oración y a la penitencia.

Murió de muy avanzada edad y fue sepultada en la misma ermita que ella mandó construir y que pronto se convirtió en lugar de peregrinación.