MIéRCOLES, 27 DE NOV

Imperdibles consejos del Padre Pío para tratar con el Ángel de la Guarda

El Padre Pío se comunicaba intensamente con su Ángel. Llamaba a su Ángel Angelino. Y se valía de él para múltiples actividades.

El Ángel de la Guarda jugó un papel muy importante en la vida del Padre Pío. Confiaba tanto en su ángel de la guarda que lo predicaba constantemente a todos. Pero su devoción no era sólo con su Ángel de la Guarda, también tenía una predilección especial por el Arcángel San Miguel.

Una carta escrita por el Padre Pío con consejos

A Ana Rodote (1890-1972) le escribía el 15 de julio de 1915, y le da, y nos da, una serie de invalorables consejos sobre cómo actuar con respecto al ángel de la guarda, a las locuciones y a la oración.

Querida hija de Jesús,

Que tu corazón siempre sea el templo de la Santísima Trinidad, que Jesús aumente en tu alma el ardor de su amor y que él siempre te sonría como a todas las almas que él ama.

Que María Santísima te sonría durante todos los acontecimientos de tu vida, y abundantemente sustituya a la madre terrenal que te falta.

Que tu buen ángel de la guarda vele siempre sobre ti, que pueda ser tu guía en el camino escabroso de la vida.

Que siempre te mantenga en la gracia de Jesús y te sostenga con sus manos para que no puedas tropezar en una piedra.

Que te proteja bajo sus alas de todas las trampas del mundo, del demonio y la carne.

Tienes gran devoción, Annita, a este ángel bueno.

¡Qué consolador es saber que cerca de nosotros hay un espíritu que, desde la cuna hasta la tumba, no nos deja ni por un instante, ni siquiera cuando nos atrevemos a pecar.

Y este espíritu celestial nos guía y protege como un amigo, un hermano.

Pero es muy consolador saber que éste ángel ora sin cesar por nosotros.

Ofrece a Dios todas nuestras buenas acciones, nuestros pensamientos, nuestros deseos, si son puros.

Por el amor de Dios, no te olvides de este compañero invisible, siempre presente, siempre dispuesto a escucharnos y listo para consolarnos.

¡Oh deliciosa intimidad!, ¡Oh deliciosa compañía! ¡Si tan sólo pudiéramos comprenderlo!

Mantenlo siempre presente en el ojo de tu mente. A menudo recuerda la presencia de este ángel, dale las gracias, órale a él, siempre mantén la buena compañía.

Ábrete tú misma a él y confíale tu sufrimiento a él. Ten un miedo constante de ofender la pureza de su mirada. Sabe esto y mantenlo bien impreso en tu mente.

Él es muy delicado, muy sensible.

Dirígete a él en momentos de suprema angustia y experimentarás su ayuda benéfica.

Nunca digas que estás sola en la batalla contra tus enemigos.

Nunca digas que no tienes a nadie a quien puedas abrirte y confiar. Harías para este mensajero celestial una grave equivocación.

Por lo que respecta a las locuciones interiores, no te preocupes, pero ten calma. Lo que se debe evitar es que tu corazón se una a estas locuciones.

No les des demasiada importancia a ellas, demuestra que eres indiferente. Ni desprecies tu amor, ni el tiempo para esas cosas. Siempre da respuesta a estas voces:

“Jesús, si eres tú el que está hablándome, déjame ver los hechos y las consecuencias de tus palabras, es decir, la virtud santa en mí”.

Humíllate delante del Señor y confía en él, gasta tus energías por la gracia divina, en la práctica de las virtudes, y luego deja que la gracia obre en ti como Dios quiera.

Es la virtud la que santifica el alma y no los fenómenos sobrenaturales.

Y no te confundas a ti misma tratando de entender qué locuciones vienen de Dios.

Si Dios es su autor, uno de los signos principales es que en cuanto escuchas esas voces, llenan tu alma con miedo y confusión, pero después, te dejan una paz divina.

Por el contrario, cuando el autor de las locuciones interiores es el diablo, comienzan con una falsa seguridad, seguido de agitación y un malestar indescriptible.

No dudo en absoluto de que Dios es el autor de las locuciones, pero hay que ser muy cauteloso porque muchas veces, el enemigo mezcla una gran cantidad de su propio trabajo a través de ellas.

Pero esto no te debe asustar, éste es el juicio al que fueron sometidos, incluso los más grandes santos y las almas más ilustradas, y que fueron aceptables al Señor.

Debes sencillamente tener cuidado de no creer en estas locuciones con demasiada facilidad, sobre todo cuando ellas se relacionen en cómo debes comportarte y lo que debes hacer.

Debes recibirlas y enviarlas a juicio de quien te dirige. A continuación, debes resignarte a su decisión.

Por lo tanto lo mejor es recibir las locuciones con mucha cautela e indiferencia constante.

Compórtate de esta manera y todo va a aumentar tu mérito ante el Señor.

No te preocupes de tu vida espiritual; Jesús te ama mucho, y trata de corresponder a su amor, siempre avanzando en santidad delante de Dios y de los hombres.

Ora vocalmente también, que aún no ha llegado el momento de dejar estas oraciones, y con paciencia y humildad soporta las dificultades que experimentas en hacer esto.

Que estés pronta también a someterte a las distracciones y la aridez, y no debes, de ninguna manera, abandonar la oración y la meditación. Es el Señor que quiere tratarte de esta manera para tu provecho espiritual.

Perdóname si termino aquí. Sólo Dios sabe lo mucho que me cuesta escribir esta carta. Estoy muy enfermo, reza mucho para que el Señor pueda desear librarme de este cuerpo pronto.

Te bendigo junto con la excelente Francesca. Que puedas vivir y morir en los brazos de Jesús.

Otra carta del Padre Pío con recomendaciones

Dice una de las hijas espirituales del padre Pío:

Una de las devociones que más nos inculcaba era la del ángel custodio.

Porque, como él decía, es nuestro compañero invisible que está siempre junto a nosotros desde el nacimiento hasta la muerte, por lo que nuestra soledad es sólo aparente.

Nuestro ángel está siempre a nuestro lado desde la mañana, apenas te despiertas, y durante toda la jornada hasta la noche, siempre, siempre, siempre.

¡Cuántos servicios nos hace nuestro ángel sin saberlo ni advertirlo!.

A Raffaelina Cerase (1868-1916) le escribía el 20 de abril de 1915:

¡Cuántas veces he hecho llorar a este buen ángel!

¡Cuántas veces he vivido sin temor de ofender la pureza de su mirada!

¡Es tan delicado y tan sensible!

¡Oh Dios mío, cuántas veces no he correspondido a los cuidados, más que maternales, de este ángel sin ninguna señal de respeto, de afecto o reconocimiento!

Este pensamiento al presente, me llena de confusión y es tal mi ceguera que no tengo ningún sentimiento de dolor.

Y lo que es peor todavía, trato a este querido angelito, no digo como amigo, sino como un familiar. Y este angelito no se ofende con tales tratos. ¡Qué bueno es!…

¡Oh Raffaelina, cuánto consuela el saber que siempre estamos bajo la custodia de un espíritu celestial!

Que no nos abandona ni siquiera aunque demos un disgusto a Dios.

¡Qué dulce es para el creyente esta gran verdad!

¿De qué puede temer un alma que trata de amar a Jesús, teniendo siempre consigo tan insigne guerrero?

¿Acaso no fue él uno de aquellos que junto a san Miguel defendieron el honor de Dios contra satanás y contra los espíritus rebeldes, a quienes arrojaron  al infierno?

Ten en cuenta que él es todavía poderoso contra satanás y sus satélites. Su amor no ha disminuido ni jamás disminuirá para defendernos.

Toma la costumbre de pensar siempre en él. ¡Oh, si los hombres supieran comprender y apreciar este grandísimo don! ¡Dios, en un exceso de amor nos ha asignado un espíritu celeste!

Invoquen frecuentemente a este ángel custodio y repitan muchas veces la bella oración:

“Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, custódiame, guíame ahora y siempre”.

¡Qué gran consuelo, cuando en el momento de la muerte el alma vea a este ángel tan bueno, que nos acompañó a lo largo de la vida con tantos cuidados maternales!

La veneración del Padre Pío al Arcángel Miguel tuvo un gran impulso en julio de 1917

Además de la devoción a la Virgen María, el Padre Pío era un gran devoto del Arcángel San Miguel.

A quien recomendaba mencionar en sus súplicas e incluso imponía la peregrinación a la gruta de Gargano como penitencia, a quienes iban a confesarse.

Y cada año hacía una cuaresma preparatoria para la fiesta del Arcángel. Pero desde el 3 de julio de 1917 su devoción hacia el Príncipe de la Milicia Celeste tuvo un impulso más claro y mayor.

El 3 de julio de 1917, el Padre Pío peregrinó a la Gruta de Gargano para venerar a San Miguel, y de esta peregrinación surge el prodigio del agua que no moja al Padre Pío.

San Pio de Pietrelcina quedó prosternado, en devota y profunda meditación a los pies del altar de San Miguel. Todo y a todos los confió a San Miguel.

El devotísimo de San Miguel Arcángel peregrina al monte Sant Angelo

Con anterioridad a esta peregrinación había experimentado repetidas veces la protección del Arcángel en sus luchas contra satanás, en Pietrelcina o en el convento de Santa Ana, en Foggia.

Muchas veces había deseado hacer la misma peregrinación que había llevado a cabo, siglos antes, su seráfico Padre san Francisco.

Manifestó este deseo a su superior, el padre Paulino de Casacalenda.

Y éste, apenas los seminaristas terminaron los exámenes, organizó el viaje al Monte Sant’Angelo.

Lo hizo en honor del Patrono de la provincia religiosa capuchina de Foggia, tanto para premiar a los colegiales como para complacer al Padre Pío.

La comitiva, formada por el venerado Padre, por Nicolás Perrotti, Vicente Gisolfi, Rachelina Russo y los 14 seminaristas, se dirigió desde San Giovanni Rotondo hacia el Monte Sant’Angelo, a las 3 de la mañana del día señalado.

El Padre Pío hizo a pie un buen trecho del recorrido, pero después, a causa de la enfermedad que padecía, fue obligado a subirse a una carreta.

Cuando despuntaba el sol, caminó algunos pasos a pie para desentumecer las piernas y entonó el santo Rosario, intercalando devotos cantos en honor de la Virgen y de san Miguel.

Al entrar en el santuario, se emocionó profundamente.

De repente, al recordar lo que le había sucedido en aquel lugar al Poverello de Asís, que, juzgándose indigno de entrar en la Gruta, se detuvo a la puerta.

Y pasó allí la noche entera ensimismado en oración, se arrodilló y, envuelto en lágrimas, besó con respeto y gran humildad el umbral de la Gruta.

Después, y una vez escuchada la explicación del canónigo sacristán, que le mostró la TAU grabada por san Francisco, entró y se postró de rodillas a los pies del altar de san Miguel, en devota y profunda meditación.

Rezó por él, por la provincia religiosa capuchina, por la Iglesia, por la paz en el mundo, por todos sus hermanos de religión y por los soldados expuestos al peligro de la guerra. Todo y a todos encomendó a san Miguel.

El agua que no lo mojaba

Uno de los colegiales, queriendo hacer una prueba, se colocó junto al venerado Padre, pero muy pronto quedó bañado por el agua.

El Padre Pío permaneció largo rato concentrado en la oración y totalmente ajeno a la realidad.

Desde aquel día su devoción al Príncipe de los ejércitos celestiales experimentó un sensible y fuerte impulso.

Cada año hacía una cuaresma de preparación para la fiesta del Arcángel.

A las almas que se acercaban a él, el Padre Pío les hablaba siempre del poder de san Miguel. Eran continuas sus invitaciones a dirigirse con confianza a este glorioso Arcángel, sobre todo en las tentaciones.

A los fieles que se acercaban a San Giovanni Rotondo el venerado Padre les animaba a continuar la peregrinación hasta el Monte Sant’Angelo, para venerar a san Miguel en su santuario.

Con frecuencia esta invitación era la “penitencia sacramental” que imponía al final de la confesión.

Además, si sabía de alguien que iba a marchar al Monte Sant’Angelo, le pedía para sí una oración a san Miguel.

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