Por Domenico Agasso Jr

Por primera vez en seis años el Vaticano se queda chico para «dos Papas». O, mejor dicho, para el Pontífice y para el emérito. Los «apuntes» de Benedicto XVI sobre la pederastia podrían llegar a crear una fractura en esta situación única: la coexistencia de dos sucesores de San Pedro dentro del «recinto de Pedro». Hasta ahora, el equilibrio se había mantenido gracias a la relación afectuosa entre ambos, además de la prudencia del Papa emérito, pero ahora la Santa Sede sufre debido al peso de esta coexistencia. Se plantea, pues, una cuestión «consustancial» sobre el papel del Papa emérito.

Partiendo del presupuesto de que el Papa es el Obispo de Roma, quien subraya esta nueva cuestión alude a las indicaciones para «el ministerio de los obispos», en el que se lee: «El emérito desempeñará su actividad siempre de acuerdo y en dependencia del Obispo, para que todos comprendan claramente que solamente este último está encargado del gobierno». Los apuntes de Benedicto XVI sobre la pederastia abren la “consustancial” cuestión y desencadenan acusaciones a su entorno. Más allá del contenido del texto de Ratzinger (en el que critica la teología progresista y escribe que el colapso espiritual debido a la pederastia comenzó en con el ’68), nunca como en esta ocasión la forma se convierte en contenido. En el Vaticano se vive un clima tenso, porque muchos consideran que, con esta aparición, Ratzinger no ha permanecido «oculto al mundo» como había anunciado después de renunciar al Papado. Y, agravando la situación, surge nuevamente el tema de la pederastia, decisivo en el Pontificado de Bergoglio y para toda la Iglesia.

La acusación es explícita: el Papa emérito interviene con un texto que puede representar «una línea pastoral y teológicamente paralela a la del Papa», por lo que se presta a ser instrumentalizado como arma por los adversarios de Francisco.

Entre todas las “rarezas” encontradas, está, por ejemplo, el descuido de casos emblemáticos como el de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que comenzó a cometer sus primeros abusos sexuales en la década de los años 40, mucho antes del ’68, y que no pertenecía precisamente de la corriente progresista. Al mismo tiempo las afirmaciones ratzingerianas son consideradas por la galaxia conservadora y tradicionalista de la Iglesia como palabras de verdad necesarias y urgentes para salvar la «barca de Pedro», que se estaría hundiendo. Un poco como “tuiteó” el cardenal Robert Sarah: «Debemos agradecer al Papa Emérito por haber tenido el valor de hablar. Su análisis de la crisis en la Iglesia es de fundamental importancia».

Las acusaciones caen principalmente sobre el entorno de Ratzinger, acusado de querer insistir en continuar de alguna manera con el Pontificado ratzingeriano, dando por cierta la tesis de que en realidad el verdadero Papa sería el alemán y no el argentino. El primero de los indicios serían las modalidades de esta nueva operación mediática, con la participación de los medios católicos y no católicos que en los Estados Unidos forman parte del aparato que produce constantemente propaganda contra el Papa Francisco.

Además, se pone en duda la autenticidad del largo artículo. Según sostiene Luis Badilla, director del blog “Il Sismografo”, cercano al Vaticano: «El férreo círculo alrededor de Ratzinger se ha sustituido en no pocas ocasiones al Papa emérito». Y, según declara Gian Franco Svidercoschi, ex vicedirector de “L’Osservatore Romano”, autor del panfleto “Iglesia, líbrate del mal. El escándalo de un creyente ante la pederastia”: la incertidumbre «es casi obligada, vinculada a las precarias condiciones de salud, no solo física, de Ratzinger». Por lo que se habría creado una «acrimonia que no le pertenece». Si alguien pudiera «responder que no es así –prosigue–, ¿entonces por qué no se limitó a transmitir estos “apuntes” a Francisco?». Svidercoschi cree que, aunque hubieran sido advertidos tanto «Parolin como el Papa Francisco», no se «atenúa la gravedad de un gesto inevitablemente interpretado como un ataque contra Bergoglio». Sobre todo porque, «¿cómo habrían podido responder “no” a una petición del Papa emérito?». Además, el personal que colabora con Ratzinger, con esta «coordinación internacional anti-Francisco, pone también en dificultades a Ratzinger, obligado a tener un papel que no quiere. Sufre nuevamente otra imposición». Explica: después de la renuncia, «él quería llamarse padre Benedicto y no asumir el título de emérito, ni estar vestido de blando ni vivir en el Vaticano. Pero después alguien lo forzó».

Fuente: lastampa.it