El escándalo que comenzó con una auditoría de rutina del Consejo de Control de las Actividades Financieras (COAF), que descubrió movimientos atípicos por más de un millón de reales en una cuenta bancaria de un exchofer de Flávio Bolsonaro y un depósito de 24 mil reales realizado por ese empleado en la cuenta de la primera dama, Michelle Bolsonaro, avanza peligrosamente como una mecha encendida que puede hacer explotar una bomba en el Palacio del Planalto, cuando el nuevo gobierno lleva apenas 18 días en el poder.

Mientras el hijo del presidente, senador electo por Río de Janeiro, recurre a fueros que aún no tiene para frenar a los fiscales y anular las pruebas, una nueva auditoría descubrió movimientos en su propia cuenta con indicios de lavado de dinero. En apenas un mes, el joven Bolsonaro recibió 48 depósitos de dos mil reales cada uno, totalizando R$ 96 mil, todos en el mismo cajero automático, ubicado en el edificio de la Legislatura provincial de Río de Janeiro, donde era diputado. Los diez primeros depósitos fueron hechos en un intervalo de cinco minutos, uno tras otro, todos en efectivo, y la misma operatoria se repitió en cinco oportunidades.

La fiscalía local había abierto una investigación al conocerse las primeras revelaciones del organismo antilavado. El imputado no era Flávio, sino su exchofer, Fabrício de Queiroz, pero la familia presidencial asumió la defensa como propia, mostrando una preocupación que indicaba que había mucho más para descubrir. Queiroz no fue a declarar cuando fue citado, se defendió a través de una entrevista en un canal ultra oficialista y se internó en el mismo hospital donde fue atendido el presidente después del atentado sufrido durante la campaña.

El senador electo Flavio Bolsonaro, hijo del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, dijo en una entrevista en la cadena Record que no tiene "nada que esconder".
Tampoco fueron a declarar los demás asesores, ni el hijo del presidente, que esta semana recurrió al Supremo Tribunal Federal para frenar la causa y anular las pruebas, alegando –y poniéndose el sayo, ya que aún no estaba imputado– que está protegido por el fuero privilegiado por ser senador electo. Un fuero que los Bolsonaro siempre criticaron y aseguraban que nunca usarían, por lo que sus propios fans comenzaron a reclamar indignados en las redes sociales.

El ministro Luiz Fux, de turno durante el receso del tribunal, le concedió una muy cuestionada cautelar, pero el receso termina a fin de mes y el relator del caso, ministro Marco Aurélio Mello, ya anticipó que revocará la decisión, recordando que, en casos anteriores, remitió recursos similares “al tacho de basura”. El hijo del presidente aún no asumió su banca en el Senado y la jurisprudencia de la Corte sobre el fuero privilegiado (por el que un senador no puede ser investigado y juzgado más que por el máximo tribunal) es clara sobre su alcance: sólo se aplica a delitos presuntamente cometidos durante el ejercicio del cargo y relacionados con el mismo, que no sería el caso.

El problema de los Bolsonaro es que esta investigación de la fiscalía, si bien empezó con las cuentas de Queiroz, puede ir mucho más lejos, por eso están tan preocupados.

La familia Bolsonaro fue, a lo largo de los últimos treinta años, parte del “bajo clero” del Congreso Nacional y de la política de Río de Janeiro. Hasta hace poco tiempo, no tenían cómo imaginarse que un día llegarían a gobernar el país. No estaban preparados para hacerlo, pero tampoco para que los iluminen los reflectores de la política nacional, que pueden ser impiedosos con quienes tienen mucho que esconder.

Las relaciones políticas de los Bolsonaro no eran con el “primer escalón” del poder político y empresario, sino con punteros de barrio, milicias, policías corruptos, pastores evangélicos y otros políticos de cuarta categoría como ellos. Se movían en el submundo de la política fluminense, una de las más corruptas del país, en partidos fisiológicos y de alquiler, y su principal objetivo era mantener un nicho –que primero fue la defensa corporativa de los uniformados y el discurso de mano dura y, más recientemente, pasó a tener como prioridad el discurso de odio contra los gays– que les garantizara, con el sistema electoral brasileño, mantener para siempre una banca para cada uno: Jair era diputado federal por Río, Eduardo por San Pablo, Flávio era diputado provincial y Carlos, el hijo menor, concejal.

Con cuatro mandatos, podían ubicar a familiares y amigos en diferentes cargos, nombrar asesores que hicieran lo que hacía Queiroz y hacer pequeños negocios, por ejemplo, en el ramo inmobiliario. No negociaban contratos millonarios, sino pequeños favores, prebendas y desvío de fondos como los que puede manejar un concejal del conurbano bonaerense. Pero las cosas cambiaron. Ahora, son la familia presidencial y todo tiene otro tamaño. Los cuidados que tomaban cuando nadie los veía dejaron un rastro demasiado fácil de seguir.

Según un informe del Consejo de Control de Actividades Fiscales (Coaf), las autoridades identificaron 48 depósitos realizados en un mes a una cuenta del hijo del mandatario.

La cuenta de Queiroz fue un disparador, pero podría haber sido otra cosa. Lo que llamó la atención de los auditores del COAF fue, por un lado, el volumen de los movimientos bancarios marcados como atípicos en la cuenta del exchofer, que alcanzaron los 1.236.838 reales en 2016, cuando aún trabajaba con Bolsonaro, y, por el otro, que su cuenta recibiese periódicamente depósitos de los demás empleados del despacho, justo luego de cobrar. Siete asesores de Flávio depositaban todos los meses en la cuenta de Queiroz un alto porcentaje de sus sueldos. Nathalia Melo de Queiroz, Márcia Oliveira Aguiar, Agostinho Moraes da Silva, Jorge Luís de Souza, Luíza Souza Paes, Raimunda Veras Magalhães y Wellington Servulo Rômulo da Silva depositaron a lo largo del año auditado 116.565 reales en su cuenta.
El propio Queiroz depositó 94.812 reales de procedencia desconocida. Encima, entre los asesores que “devolvían” el salario estaban la esposa y la hija de Queiroz, que trabajaba como personal trainer en un gimnasio en el mismo horario en el que debería asesorar al diputado, y otro empleado que vivía en Portugal y hacía la transferencia de su salario desde allá. El COAF identificó también que Queiroz hizo al menos un depósito de 24 mil reales en la cuenta de la esposa de Jair Bolsonaro, sin motivo aparente.

Ahora, justo después del escándalo por la decisión del hijo del presidente de recurrir a fueros a los que su padre se refería públicamente como “esa porquería” cuando estaba en la oposición, para impedir que sigan escarbando en las cuentas de Queiroz y otros de sus asesores, un nuevo informe del COAF revelado este viernes por el noticiero de la TV Globo lo involucra directamente, porque también escarbaron en la suya. Los primeros datos que salieron a la luz son, apenas, de junio y julio de 2017, y muestran depósitos por 96 mil reales en la cuenta de Flávio Bolsonaro, realizados de formas típicas de quien quiere ocultar la procedencia del dinero.

En su libro Crimen de lavado de dinero, el exjuez Sérgio Moro, ahora ministro de su papá, lo explica con un ejemplo: “En otro caso, se incautaron en una operación policial dieciséis cheques emitidos en la misma fecha, por el mismo emisor, teniendo siempre el mismo beneficiario, y con valores que variaban de cuatro mil quinientos a cuatro mil novecientos […] Todos los cheques tenían, por lo tanto, valores inferiores a diez mil reales, y aun su suma era inferior a cien mil reales. Conductas de esta especie tienen por objeto evitar que las operaciones se comuniquen al COAF.

La estructuración de la transacción con el fin de evitar una comunicación o su identificación por las autoridades es una tipología común del lavado de dinero”. En el caso de Flávio Bolsonaro, fueron 48 depósitos por el mismo valor, 2 mil reales, en cinco días, totalizando 96 mil, es decir, poco menos de 100 mil, cifra que obliga al banco a comunicar al COAF. Todos en el mismo cajero automático, ¡dentro del palacio legislativo!

Los depósitos se hacían fraccionados, pero constituían una misma operación, lo que queda claro porque eran realizados en el mismo cajero, uno atrás del otro. El 9 de junio, fueron diez depósitos entre las 11:02 y las 11:07. El 15 de junio, otros cinco depósitos, entre las 16:58 y las 17. El 27 de junio, diez depósitos, entre las 12:21 y las 12:24. Al día siguiente, otros ocho depósitos, entre las 10:52 y las 10:56.

Por último, el 13 de julio, fueron otros 15 depósitos, que esta vez tardaron seis minutos. Y esa información corresponde, apenas, a las operaciones bancarias de un mes. Los auditores siguen buscando mes a mes y, según reveló anoche el diario O Globo, ya descubrieron movimientos sospechosos por más de un millón de reales en la cuenta de Flávio Bolsonaro y por más de siete millones en la cuenta de su exchofer.