Por Luciano Román

El martes de esta semana se celebró el Día del Periodista. Tal vez no haya sido casual que ese mismo día circulara en Twitter, y llamara la atención, una foto de José Ignacio López viajando en colectivo por la ciudad de Buenos Aires. Los elogios son merecidos: López es un profesional que ha dignificado al periodismo. Fue vocero del presidente Alfonsín y había tenido el coraje, en 1979, de incomodar a Videla con una pregunta incisiva sobre los desaparecidos. Jerarquizó a varias redacciones y forjó una reconocida trayectoria. Hace pocos días fue homenajeado por la Academia Nacional de Periodismo. Pero el hecho de que a muchos usuarios de Twitter les haya llamado la atención verlo subir a un colectivo tal vez nos diga algo sobre la Argentina: la normalidad resulta llamativa. Hemos naturalizado que los hombres públicos no puedan caminar por la calle. Nos hemos acostumbrado, además, a que dirigentes que exaltan el Estado eviten, para sí mismos y para sus hijos, tanto el hospital como la escuela o el transporte públicos. La sencillez y la modestia se han ido distanciando de las funciones y los roles en el Estado. El servidor público que vuelve al llano es casi una especie en extinción. Tal vez por eso llame la atención, y merezca un apunte periodístico, que un hombre que ha formado parte de las más encumbradas esferas del poder se suba a un colectivo como un vecino más. Lo que debería ser habitual, en el paisaje argentino resulta una curiosidad llamativa.