Fabiola Czubaj / La Nación

Hay pequeños conflictos sociales que se dan en la vía pública a diario por maniobras riesgosas o temerarias con o sin roces o roturas entre vehículos, obstrucción de rampas o garajes y hasta insultos o gestos desmedidos. Son parte de un fenómeno que en el país se estudia poco, y menos aún se previene, para evitar incidentes graves: la furia vial. Se la conoce en inglés como road rage y, según estudios publicados fuera de la Argentina, la experimentan un tercio de las personas al volante. En otros países ya es considerada un problema de salud pública y seguridad en el tránsito.

“Son muchos los conductores que se descontrolan al manejar. Esta alteración emocional aparece de pronto en personas aparentemente sanas ante diferentes situaciones en el tránsito y que pueden llegar a anular su capacidad de conducir –señala Carlos Schwartz, cirujano y uno de los 100 sanitaristas que integran el Grupo PAIS (Pacto Argentino por la Inclusión en Salud)–. Vemos constantemente conductores alterados que circulan en zigzag, tocando bocina o haciendo señales con las luces, gestos, azuzando con sus vehículos, pegados a los paragolpes traseros o proponiendo carreras, con otros conductores que también reaccionan de manera violenta e irracional a provocaciones que terminan en accidentes o agresiones. Esto agrava el problema”.

Hace casi dos décadas que viene proponiendo incorporar, como en otros países, este problema de salud y seguridad mediante la normalización del término. De acuerdo con los estudios epidemiológicos, alrededor de un 2% de los incidentes terminan con daños graves contra las personas o los vehículos.

“Quienes padecen furia vial difícilmente son conscientes de ella, la consideran vergonzante y no piden ayuda”, describe Schwartz, que también es médico consejero de la embajada de Francia. “Incorporar el término permitirá que se afronte esta patología, que puede ocasionar desde problemas triviales hasta muertes y que, por diversos motivos, en el país no se animan a calificar, tratar y prevenir eficientemente”, agrega.

En investigaciones publicadas en la última década, se la considera entre las manifestaciones del trastorno explosivo intermitente descripto en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5, por su nombre en inglés), el sistema de clasificación universal de los problemas de salud mental.

La prepotencia, la falta de respeto y la irresponsabilidad ciudadana, así como la falta de legislación específica y de mecanismos de intervención institucional rápida para minimizar estos conflictos callejeros, colaboran –según opina Schwartz– con un fenómeno que sigue siendo tabú, mientras que en los caminos de otros países, como Canadá o Estados Unidos, hay carteles que advierten a los conductores tanto sobre penalizaciones como las medidas para prevenir que un problema escale; por ejemplo, mantener distancia o alejarse de esos vehículos si es necesario.

“La actitud de los argentinos al volante es similar a la de muchos conductores en otros países, con elevadas tasas de muerte en sus calles y rutas. Y la gran mayoría tiene miedo no solo de la agresividad de otros conductores, sino también de la potencialidad de la suya. Confiesan, anónimamente, episodios de diferente gravedad vividos en los dos sentidos”, continúa el profesional sobre el relevamiento informal que viene haciendo de distintos hechos, incluidos incidentes con lesiones o fatales con cobertura mediática.

En el país, como publicó lanac ion en ediciones anteriores, los investigadores de Córdoba Aldo Merlino y Gabriel Escanés lograron medir por primera vez en 2012 la ira al volante y combinar ese resultado, además, con la probabilidad de cometer una infracción con los nervios alterados. El resultado, según indicaron en ese momento, fue “el caos total”.

Ese trabajo local único en su tipo, ya que no había nada relevado hasta ese momento, permitió conocer que un 52% de los conductores de entre 18 y 70 años manejan con signos de irritabilidad, mientras que casi un 20% lo hacen con un nivel de irascibilidad demasiado alto como para reaccionar de manera adecuada ante el menor imprevisto, ya sea que tengan o no razón.

En ese estudio, que se hizo en la ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán, Corrientes y Chubut, las mujeres manejaban más tensas y los hombres, más irascibles. Vociferar, insultar y/o hacer señas a otros conductores; tocar bocina para indicarle a otro automovilista que hizo algo que nos disgusta, utilizar las luces para indicar una maniobra incorrecta o pelearse físicamente con un tercero por un problema de tránsito fueron los signos de irritabilidad que se tuvieron en cuenta para construir el índice.

A finales del año pasado, tras el aumento del tránsito con la reapertura de actividades que habían sido restringidas por la pandemia de Covid-19, el 65% de los residentes del área metropolitana de Buenos Aires (AMBA) percibían que el nivel de violencia vial había aumentado con respecto a 2019 o antes, de acuerdo con un relevamiento de la Cámara de Empresas de Control y Administración de Infracciones de Tránsito de la República Argentina (Cecaitra) que difundió la nacion.

“El auto o el vehículo motorizado que se maneja a veces maneja a la persona. O mejor dicho es su personalidad que maneja y revela su forma de conducir. Cuanto más impulsiva sea la persona, más riesgos correrá y hará correr a terceros, tanto al interior de su vehículo como de otros”, señala Juan Tesone, psiquiatra de la Universidad de París XII y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Recuerda que cuando se renuevan las licencias de conducir hay que pasar por una serie de exámenes de aptitud –como conocimiento teórico de las reglas de tránsito, exámenes visuales y auditivos– y firmar una declaración jurada sobre antecedentes de patologías existentes.

“Pero no se evalúa la personalidad ni el estado mental de la persona [en todas las provincias]. Si uno considera al automóvil un ‘arma impropia’, en el lenguaje de los médicos forenses, dado que no está diseñada para matar, pero puede causar la muerte: ¿por qué no evaluar el estado psíquico de la persona?”, plantea el psiquiatra.

La furia al volante es una patología que existe, según define en diálogo con la nacion. “Es gente que maneja con el freno de los demás, que no usa el guiño indicador para doblar, ni las balizas cuando se detiene o que pasa impunemente por la derecha”, describe.

Este problema, como se dijo, no es exclusivo del país. “Aunque no existen estadísticas confiables, tendería a pensar que nuestra idiosincrasia favorece ese tipo de conductas –apunta Tesone–. Fenómenos actuales de lo que parecería ser un aumento de las expresiones de ira son el reflejo de un clima social en nuestro país, en el que cada vez más asistimos al resquebrajamiento del lazo social y, como consecuencia, la persona queda por fuera de lo que la vinculaba a sus semejantes. Esto lleva a la anomia. Múltiples son las causas. La ira es el fracaso de la posibilidad de resolver conflictos por vía de la palabra en un contexto de desligazón social y pérdida de sentido grupal”