Por Claudia Peiró

Las imágenes que aquí se revelan provienen de la filmación que el Presidente destituido y exiliado desde 1955 pidió hacer del cuerpo de su segunda esposa al serle restituido el 3 de septiembre de 1971 y de la agenda en la cual, día a día, se registraban las actividades que tenían lugar en la residencia de Perón en Puerta de Hierro, Madrid.

De los presentes aquel día en el momento de la restitución, solo vive aún Isabel Perón, y es conocida la reserva en la cual se mantiene. Ello resalta el valor de estos documentos, que permiten una aproximación a la intimidad de un hecho que, aunque público e histórico por la dimensión de sus protagonistas, también involucraba los más profundos sentimientos personales.

«Todo el día en tensión y sin noticias. A última hora nos avisan que será el día 3 a las 16hs», es la única anotación en la agenda de Puerta de Hierro el jueves 2 de septiembre de 1971.

Una frase concisa, pero que dice mucho. El acontecimiento esperado es la devolución del cuerpo de Eva Perón, robado en 1955 y del que nada se sabía hasta entonces.

«Cuando entregan el cuerpo, se blanquea todo, dónde había estado. Además Perón percibió, lo contó después, que el chofer hablaba en italiano», dijo a Infobae Osvaldo Papaleo, recordando el viaje que hizo a Madrid como enviado de Canal 9 en aquel septiembre de 1971 al enterarse de que era inminente la restitución del cadáver de Eva Perón.

Se dan también a conocer aquí otros dos documentos secretos, elaborados en 1974, cuando finalmente los restos de Evita fueron repatriados a la Argentina: son los informes elevados a la entonces presidente de la Nación, Isabel Martínez de Perón, sobre los trabajos de restauración del cuerpo practicados por Domingo Tellechea.

María Eva Duarte de Perón había muerto de cáncer en 1952. Su cuerpo, embalsamado por el doctor Pedro Ara, estaba depositado en el edificio de la Confederación General del Trabajo (CGT), en la calle Azopardo. De allí fue robado el 24 de noviembre de 1955 por los militares que un par de meses antes habían derrocado a Perón.

Desde aquel momento, circuló toda clase de rumores sobre su destino: que había sido arrojado al Río de la Plata, que había sido incinerado, incluso profanado…

Durante casi 16 años, Perón ignoró el paradero de los restos de su esposa. Incluso gestiones que hizo ante la Santa Sede –ya que la versión de una intervención del Vaticano había llegado a sus oídos- quedaron sin respuesta.

Es imaginable entonces la expectativa y la tensión con la cual esperaba la concreción de aquello que había reclamado, en el marco de las negociaciones entabladas poco antes con la dictadura de entonces. El viernes 3 de septiembre, Perón se prepara, convocando a Puerta de Hierro al provincial y a otro sacerdote de la Orden de los Mercedarios, como consta en la agenda.

Los restos de Eva Perón ingresaron a España bajo un nombre falso -el gobierno español hizo la vista gorda-: María Maggi de Magistris, el mismo que podía leerse en la lápida de la tumba en el Cementerio Mayor de Milán, donde estuvo sepultado desde el 13 de mayo de 1957.

Muerta y santificada, Evita seguía asustando a sus enemigos, tanto o más que cuando estaba viva. Al punto que el primer militar que tuvo a su cargo el féretro robado prácticamente enloqueció, como lo confirma el coronel Héctor Cabanillas, encargado por el general Pedro Eugenio Aramburu, hombre fuerte del régimen instaurado en 1955, de organizar la «expatriación».

«Era una gestión que había hecho directamente el Vaticano con el gobierno de entonces, con Aramburu, al cual le certifican que todo se iba a desarrollar en paz, y fue así, Evita realmente descansó en paz, bajo otro nombre, lamentablemente, pero descansó en paz», dice Osvaldo Papaleo, quien más tarde llegó a desempeñarse como secretario de Prensa del gobierno de Isabel Perón.

De este modo se acababa la amenaza, palpable, de que algún comando de la incipiente resistencia peronista recuperara el cuerpo de Evita para convertirlo en estandarte. Pero también se acababa la sorda pelea entre los militares acerca del destino de los restos. Los más irreductibles querían hacerlos desaparecer definitivamente. De hecho, el robo del cuerpo de Evita fue parte de la ofensiva desatada por la llamada Revolución Libertadora para borrar todo vestigio de simbología peronista.

Papaleo está convencido de que, en ese marco, la intervención del Vaticano fue positiva. «Fue una opción bien elegida la Iglesia – dice-, porque en aquel momento Aramburu se encontraba arrinconado por los sentimientos de muchos de sus camaradas. Si no hubiera intervenido el Vaticano no hubiera tenido el cuerpo de Evita el tratamiento que tuvo, y el silencio que hubo durante tantos años, que calmó los espíritus».

La lápida y la tumba secreta de Evita siempre estuvieron cuidadas. Regularmente llegaba dinero para su mantenimiento al cementerio de Milán.

Con la distancia que da el tiempo, con todo lo cruel que fue esta desaparición de una década y media, puede apreciarse que, en el marco de la violenta ofensiva contra el peronismo en aquellos primeros años, la opción italiana fue tal vez el mal menor.

Aramburu apeló al Vaticano, o al menos a algún sector interno de la curia romana: el secreto quedaba así garantizado ya que muy pocas personas conocerían el paradero exacto del cuerpo. Es por eso que, cuando Alejandro Agustín Lanusse, el general que presidía el gobierno de facto en 1971 y que inicia las conversaciones con Perón con miras a una salida democrática, decide devolver los restos de Evita, debe apelar nuevamente a Cabanillas, el mismo que los había transportado a Milán.

Por el Vaticano, la gestión para exhumar el cuerpo la hizo quien firma el acta de restitución como Padre Alessandro Angeli, que en realidad era el sacerdote y periodista Giulio Madurini.

En Madrid, los trámites ante las autoridades para permitir el curioso procedimiento de ingresar el cuerpo de la esposa del exiliado más notable de España bajo un nombre falso, corrían por cuenta del embajador argentino brigadier Jorge Rojas Silveyra.

Osvaldo Papaleo fue el primer periodista en llegar al sitio donde estuvo oculto el cadáver y pudo reconstruir el recorrido que hizo el extraño cortejo de Evita desde la clandestinidad de aquel cementerio italiano hasta Puerta de Hierro, la mítica residencia de su viudo en Madrid.

«Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20:25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación…»

¿Quién no ha oído alguna vez este anuncio del locutor oficial, Jorge Furnot? Al respecto, el diario de Puerta de Hierro confirma un detalle impactante: que la hora de la restitución casi coincide con la hora en la que Evita «entró en la inmortalidad», en 1952. Cabanillas contó que, al darse cuenta de esta coincidencia, la comitiva decidió hacer tiempo antes de llegar a Puerta de Hierro. En la agenda quedó consignado así: «La entrega de los restos de Evita fue exactamente a las 21:10 hora española».

Se redactó un acta, que fue firmada por todos los presentes, y de la que aquí puede verse el original y la lapicera sheaffer con la cual Perón estampó su firma.

En el documento, Rojas Silveyra y Perón dejan «expresa constancia» de que el primero «ha procedido a entregar [al] Señor Juan Domingo Perón, con la plena conformidad de éste, una caja mortuoria que contiene los restos mortales de su señora esposa doña MARIA EVA DUARTE DE PERON».

«Se labró un acta que firmaron todos los presentes excepto Isabelita, que no lo hizo por delicadeza –escribe el secretario en la agenda de ese día histórico-. Presentes fueron: General Perón – Isabel de Perón – Embajador argentino Rojas Silveyra – Padre Angelo (italiano) – Coronel Cabanillas (el que escondió el cadáver durante 16 años) – los dos padres mercedarios – Jorge Paladino y López Rega».

Cabanillas y el líder exiliado se dieron la mano. No hubo reclamos del General, aunque como lo demuestra la agenda sabía perfectamente quién era el hombre que le estaba restituyendo los restos de su esposa.

«Fue todo muy protocolar, fue un saludo casi militar», contó años después el delegado de Perón en el país, Jorge Daniel Paladino, en una entrevista con la revista Somos.

Cuando se retiraron los demás, Paladino ayudó a Perón a abrir el féretro. «No quisimos avisar a ninguna casa mortuoria, especialista en el tema, porque la ley española decía que el cadáver debía ser enterrado», explicó en la nota citada.

A la pregunta de qué había dicho Perón una vez abierto el ataúd, Paladino respondió: «No mucho. Dijo: ‘Sí, efectivamente es Eva’, y nada más. Estaba con el gesto muy adusto, concentrado. No era hombre de demostrar sus emociones, pero la procesión le iba por dentro».

La devolución del cadáver de Evita aparecía como un gesto de apaciguamiento, tras años de proscripción y persecución; era también una señal de debilidad de un régimen en retirada.

Para dejar constancia del estado en el cual le entregaron los restos, Perón ordena hacer la filmación que aquí se muestra por primera vez.

Pero, ¿estaba realmente convencido de que era Evita quien yacía en aquel cajón? El tratamiento hecho al cuerpo en 1952 le había dado un aspecto de muñeca de cera, casi artificial… Tras el tiempo transcurrido, Perón necesita cerciorarse.

El doctor Pedro Ara, el embalsamador de Eva Duarte, residía también en Madrid. En sus memorias relata: «Fue el sábado 4 de septiembre de 1971, hacia las 9 de la mañana (…) cuando sonó el teléfono. El señor López Rega, de parte del general Perón, me rogaba que fuera a visitarles. Fui recibido con su proverbial cordialidad por el general Perón, su esposa, Isabel Martínez, y su hombre de confianza, señor López Rega. Mostrábanse los tres conmovidos; el general, en grado sumo. Penetramos juntos en un largo salón. Especie de jardín de invierno, inundado de sol. Al fondo, sobre una mesa, veíase un viejo y ordinario féretro ya abierto».

Perón le preguntó entonces: «Doctor, usted que lo hizo y fue el último que la vio, ¿qué opina?»

«Creo que no hay duda, pero vamos a examinarlo todo», respondió Ara.

Y cuenta: «A primera vista, el espectáculo impresionaba lastimosamente: humedad y suciedad. Sin el menor desorden en el peinado, la cabellera aparecía mojada y sucia. Las horquillas, herrumbradas, se quebraban entre nuestros dedos. La esposa del general comenzó a deshacer las trenzas de Eva para ventilar y secar sus cabellos y limpiarlos de herrumbre y tierra…»

Carlos Spadone era un joven industrial a quien de pequeño Evita había dado su primer trabajo, como repartidor en el correo. Con acceso al círculo más íntimo de Perón, llegó a Madrid al día siguiente de la entrega del cuerpo de Evita. Recuerda una ciudad semivacía en aquel sábado 4 de septiembre, al punto que le costó encontrar una florería abierta…

Era tan reciente todo, que a Spadone le tocó ayudar a Perón a sacar a Evita del cajón en el que la habían traído, para depositarla sobre la mesa donde Ara la examinaría.

«Al día siguiente, el domingo, Perón me encargó que fuera hasta el aeropuerto de Barajas a buscar a las hermanas de Evita: Chicha Bertolini y Blanca Álvarez Rodríguez», recordó Spadone en entrevista con Infobae. Él fue, acompañado por Isabel.

De regreso en la residencia, «Perón abrazó a las dos hermanas y entraron a ver el cuerpo», sigue contando Spadone. Allí mismo, ellas decidieron que al día siguiente comprarían tela para hacerle una nueva mortaja.

En el diario, se lee: «16:00: Vinieron las hermanas de Evita. Hallaron todo en orden y están al servicio».

«Yo las llevé al otro día, el lunes, a la calle Serrano y compraron la tela para hacer la mortaja con la que después vistieron a Evita», recuerda Spadone.

De regreso al país, las Duarte dijeron a la prensa que los restos de su hermana ya no se encontraban en Puerta de Hierro. Con seguridad, una mentira acordada con Perón para eludir presiones o indiscreciones.

Tanto Spadone como Papaleo atestiguan el impacto que el hecho causó en el líder desterrado. Aunque habían transcurrido casi 20 años de la muerte de Eva Duarte, sus enemigos se habían ensañado al punto de la profanación, ocultando sus restos y negándole impiadosamente a la familia toda noticia sobre su paradero. Y he aquí que, de repente, Evita regresaba…

«Y sí, Perón estaba muy mal, muy afligido por todo lo que habíamos visto, por lo que tenía el cuerpo –cuenta Carlos Spadone-. Estaba muy triste, mal, no era el Perón que yo conocía de siempre, el que después también fue».

«Lo que vivimos en Madrid fue el impacto que hizo en Perón persona, Perón marido, el hombre cuya esposa había muerto estando en él ya en el poder; estaba acongojado y también reconfortado», dice por su parte Papaleo.

Pero también aparece en el recuerdo de estos testigos el Perón conciliador que, aunque registra los hechos que está viviendo, no los hace públicos. No hubo denuncias ni reproches.

«Decir que Evita había vuelto a Perón, que el cuerpo de Evita estaba, fue tomado en Argentina como un alivio –sostiene Papaleo-, porque había mucho mito, al punto que cuando empezó en Buenos Aires a hablarse de la posible devolución yo pensé que era mentira».

El cuerpo, recuerda Papaleo, tenía «algún deterioro, que Perón adjudicaba al odio que puede dividir un país». «Perón sacaba conclusiones de eso, eso fue conformando un poco al Perón que volvió en 1972 y 1973, que se dio cuenta de que los argentinos habíamos ido demasiado lejos en el odio político», dice también. «Por eso buscó quitarle dramatismo a la situación», agrega.

Tres años más tarde, Isabel Martínez de Perón, muerto ya el General, y habiendo asumido ella la presidencia, ordenó restaurar el cuerpo de Evita, quedando así borradas para siempre, gracias al trabajo de Domingo Tellechea, las huellas del agravio.

Sobre esta última vivencia de los restos de Evita se adjuntan dos documentos secretos.

El primero es el detallado informe de Domingo Tellechea, el hombre convocado por el ministro de Educación de Isabel, Oscar Ivanissevich, para restaurar el cuerpo embalsamado. Son 40 páginas muy detalladas, que se inician con un informe del trabajo hecho por Pedro Ara y del deterioro y daños sufridos después por el cuerpo. Pese al tono técnico del reporte, Tellechea no puede dejar de consignar: «… aún bajo la influencia del impacto que para mí representaba la primera observación de estos restos, de superlativa importancia histórica, pude comprobar…», y sigue el detalle de los daños.

El otro documento es un informe, de una veintena de páginas, elaborado por el coronel Eduardo Augusto Escudé, jefe de la Casa Presidencial, a quien se le ordenó asistir a todo el proceso de restauración.

Escudé también abunda en descripciones técnicas del trabajo, pero intercala en su relato más consideraciones de tipo político. Como cuando explica que la decisión de hacer restaurar el cuerpo estaba motivada en la necesidad, «según propias expresiones de la Exma. Señora Presidente de que el cuerpo [de Eva Perón] fuera presentado ante el público sin ninguna señal de que hubiera recibido cualquier tratamiento cruel o poco digno, en el deseo de no reavivar las heridas y los odios entre los argentinos, y muy especialmente del pueblo peronista hacia las Fuerzas Armadas (…)».

Lamentablemente, ya estaban en desarrollo los demonios de la violencia que pronto estallaría en toda su magnitud y no hubo iniciativa alguna de conciliación que prosperara frente a la ceguera de muchos actores del momento.

«La señora María Eva Duarte de Perón, Evita para el pueblo argentino que venera su nombre, ya descansa definitivamente en nuestro suelo patrio, y al lado del Tte. Gral. Don Juan Domingo Perón –consigna Escudé, al concluir la restauración-. Al dar término a la misión recibida, solo me resta rogar porque sus reliquias contribuyan a logRar la paz y unión de los argentinos».

Completada la tarea, el cuerpo de Evita fue depositado en la cripta de Olivos, junto al de Perón, fallecido poco antes, el 1º de julio de 1974.

Hoy se encuentran uno en Recoleta y otro en San Vicente, separados nuevamente por los avatares de la historia y los caprichos de la política.

Mirá el video acá: Video: cómo vivió Perón la restitución del cuerpo de Evita