El húngaro radicado en nuestro país, Denes Martos, se plantea ¿Por qué los CEOs son tan malos políticos?, acompañando ese interrogante con una afirmación del estadounidense Lee Iacocca: “Al final de una corporación solo pueden haber un fulano: el CEO”.

Martos, nacido en la ciudad de Budapest en 1943, es politólogo, geopolítico, consultor nacional e internacional, analista de riesgos, especializado en riesgos y procesos sociopolíticos y discípulo de Jacques Marie de Mahieu.

Desde una óptica muy particular, analiza este nuevo proceso que se da en varios países, incluido Argentina, donde los CEOs irrumpen en el escenario de los gobiernos nacionales.

“No es de su ámbito”

El húngaro comienza su análisis recordando que Agustín Álvarez, un militar y moralista de la llamada «Generación del 80» del siglo XIX supo manifestar alguna vez, refiriéndose al general Lavalle: «¿Quién lo metió a reformador institucional, si el asunto no era del arma de caballería?».

Juan Domingo Perón, en una carta al doctor César A. Villegas, aplicará muchos años más tarde esa misma frase al general Onganía.

Con la licencia correspondiente –dice el politólogo-, hoy uno podría preguntarse: ¿Quién lo metió a Macri a Presidente de la Nación si la política no es materia de la carrera de ingeniería?.

Y agrega: “Porque, en lo esencial, ése es el mayor problema de Mauricio Macri. Y no solo de él. También lo es el de unas cuantas personas de su entorno inmediato que vienen de ser CEOs de importantes empresas y cuya impericia política explica -al menos en buena medida- los errores, las marchas y las contramarchas a las que ya nos tiene acostumbrados el actual gobierno.

“¿Por qué los CEOs son tan malos políticos?”, se pregunta. Para empezar –dice Martos- convendría especificar qué es exactamente un CEO. El acrónimo se refiere al inglés «Chief Executive Officer», literalmente «oficial ejecutivo en jefe», y vendría a ser el equivalente anglosajón de nuestro «gerente general ejecutivo», o «director general», o «presidente ejecutivo», según las diferentes empresas y países.

Resulta difícil describir en pocas palabras la función exacta de este puesto porque, al igual que su denominación, varía considerablemente de una empresa a otra y de un país a otro. Pero, para dar una idea bastante ajustada a la realidad, podríamos decir que, en materia de jerarquías, para los empleados comunes de una empresa la jerarquía superior comienza con Dios, luego viene un gran vacío interestelar, e inmediatamente después, está el CEO de la firma. Para los ateos el orden jerárquico empresarial es más simple todavía: dentro de la empresa, por arriba del CEO solo está el vacío interestelar…

El “No” a los CEOs

Todo esto contribuye a un hecho real muy sencillo y fácil de comprender: Los CEO no están acostumbrados a que alguien les diga «no». No están acostumbrados a tener oposición. En una empresa la decisión de un CEO es ley. Ningún empleado discute con un CEO. Si el empleado cumple, bien; caso contrario, está despedido. En contraposición, dentro de la política democrática, el «no» puede ser solamente el punto de partida para una larga y desgastante negociación.

Es que las empresas no son democráticas. Nunca lo fueron, no lo son, y tampoco lo serán mientras quieran ser eficientes y cumplir con sus objetivos económicos. Y ése es el primer gran problema con el que se encuentra un CEO cuando pretende ingresar al ámbito político y se encuentra de pronto prisionero de un sistema perverso en el cual, completamente al margen de lo buena o mala que pueda llegar a ser su propuesta para el país, no solo debe «negociar» para que los aliados lo apoyen sino también para que los opositores dejen de oponerse. El manejo de «la Banelco» política – Flamarique dixit [1] – es sustancialmente diferente al manejo del presupuesto de marketing de una empresa.

En el ámbito empresario el proyecto bueno es aquél que le hace ganar plata a la empresa. Sobre eso no hay, ni puede haber, discusión alguna y todo el mundo lo tiene en claro. Pueden haber – y, de hecho, siempre hay – choques de ambiciones personales y batallas de egos, pero en el fondo todos saben que si a la empresa le va mal, pueden llegar a rodar unas cuantas cabezas y, algo no menos importante, puede no haber ningún «bonus» o premio extra a fin de año, como que tampoco habrá un generoso aumento de sueldo para los puestos directivos.

Los distintos proyectos

En política se dirá que el proyecto bueno es el que le garantiza el mayor bien al mayor número de personas. Al menos ése es uno de los criterios de evaluación teóricamente posibles. Pero es teoría; tan solo teoría. La verdad es que en la política democrática no hay proyectos buenos. Hay proyectos que cuentan con el apoyo de la mayoría de los operadores políticos y hay proyectos que no consiguen obtener un respaldo mayoritario de los agentes y los operadores políticos, incluidos los medios masivos de difusión.

Las razones por las cuales un proyecto político puede recibir – o no – un apoyo mayoritario son múltiples pero, por regla general, no tienen nada que ver con la conveniencia o inconveniencia para el país o para el pueblo. Todavía sigue siendo válido el axioma que dice que los políticos democráticos viven de los problemas no resueltos que tiene la gente por lo que, en realidad, no tienen ningún interés en resolverlos.

Evaluaciones de un político

Las dos preguntas que todo político democrático se hace en forma automática al tomar conocimiento de una posible nueva medida son: «¿A mí eso en qué me afecta?» y «¿Qué hay para mí en eso?». Luego, dependiendo de las respuestas, el político decide otras dos cosas: 1)- Si le conviene – o no – apoyar el proyecto y 2)- Lo que eventualmente podría llegar a exigir en una negociación para decidirse a dar su apoyo o bien, dado el caso, para renunciar a su oposición.

Un CEO no tiene experiencia en este tipo de situaciones, ni tampoco su formación lo ha preparado para enfrentarlas. Por más cursos de negociación que haya hecho para perfeccionarse, la mentalidad política y la económica funcionan con parámetros, tiempos y condiciones sensiblemente diferentes. El concepto de «ganar» significa una cosa en política y otra muy distinta en economía empresaria. En economía si gana la empresa, los miembros de la misma a la corta o a la larga también ganan o al menos pueden ganar. En la política democrática la cosa es al revés: si el político gana – ya sea en poder, en prestigio, en posicionamiento estratégico o simplemente en dinero – es posible, pero nada seguro, que el país también gane algo.

La nota de opinión completa se puede leer en http://denesmartos.blogspot.com.ar/2017/03/por-que-los-ceos-son-tan-malos-politicos.html