Por Carlos Esteban

Tiene el tiranicidio una historia que se remonta al principio de los tiempos, e incluso habla Sir James Frazer en La Rama Dorada de tribus que convertían el expeditivo procedimiento en principio constitucional, previendo la ejecución del rey al cabo de cierto plazo, lo que nos parece llevar demasiado lejos la limitación de mandatos.

En el seno de la Iglesia se ha debatido acaloradamente la licitud del tiranicidio, desde Santo Tomás al padre Juan de Mariana, pero ninguna conclusión ha pasado a ser doctrina indudable y, en cualquier caso, los requisitos son tan estrictos, al menos, como los de la guerra justa, en algunos casos, los mismos.

En la práctica histórica reciente, más lejos aún llevó la medida Stalin, aunque sin aplicársela a sí mismo, dándole una elegante y sucinta formulación: detrás de cada problema hay siempre un hombre; acaba con el hombre y habrás acabado con el problema. Y a fe que el líder encontró millones de problemas.

Ahora es Biden quien propone, en un pronto extemporáneo, algo similar aplicado a Putin, como fórmula para poner fin a la invasión de Ucrania.

En realidad, su declaración al final de un discurso en Varsovia no exige la eliminación física del líder ruso, sino su apartamiento del poder en un golpe de Estado, pero que de lo uno se llegaría a lo otro parece harto probable, tanto más cuanto la CIA norteamericana tiene cierta experiencia en estos menesteres.

Uno de los pecados de la política de nuestro tiempo es la precipitación, y estas ‘soluciones’ expeditivas y sencillas son una prueba de ello. Es como si necesitáramos concentrar la fuente de nuestros males en un solo punto, y hacer de este una persona, mucho más fácil de odiar que un régimen o una estructura. Y así surge la idea de que, sin Putin, nada de esto habría pasado y, sobre todo, de que su desaparición sería como el beso del príncipe a la Bella Durmiente, que devuelve a la vida y a la armonía a todo el reino.

Nadie parece plantearse las consecuencias, al margen de la guerra en Ucrania, de un golpe palaciego contra el líder de una gigantesca potencia nuclear con un apoyo popular que para sí quisieran Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Boris Johnson, Justin Trudeau o el propio Biden. Y no, no me baso en resultados electorales que, por forma y costumbre siempre que el líder no nos gusta, damos por groseramente amañadas, no: me baso en las macroencuestas realizadas en Rusia por demoscópicas occidentales, sin ningún interés especial por apuntalar a Putin.

¿Cómo reaccionaría Rusia, el pueblo y la clase política y el ejército, ante un golpe evidentemente instigado por potencias enemigas contra un líder popular? Creo que no sería bonito verlo. El caos es una posibilidad en absoluto descartable, un caos en una potencia nuclear que podría dejar la amenaza que supone la guerra de Ucrania en un picnic.