Por Fabrizio Turturici

En la Argentina de estos tiempos, pocas personalidades –ni hablar cuando de funcionarios se trata– subyacen por encima de la grieta siendo respetados desde un punto de vista heterogéneo. Uno de ellos es Lino Barañao, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, quien mantuvo un extenso mano a mano con Conclusión para reflexionar sobre la realidad sociopolítica en la que se vive hoy.

El alto funcionario a cargo de la cartera en cuestión, desde el primer gobierno de Cristina Fernández hasta la actualidad con Mauricio Macri, consideró que los argentinos nos diferenciamos ideológicamente por “naturaleza” y que lo que existe hoy en el país es una “profunda diferencia de paradigmas”, que más tarde se encargó de ventilar con precisión.

Retrospectivamente, Barañao discurrió sobre el espíritu del kirchnerismo al decir que “tenía potencia en el discurso pero visiones muy sesgadas sobre la realidad”. Acometiendo la problemática de la corrupción, sostuvo que la misma “daña a un modelo político ya que cuando se apuesta a un ideal, hay que estar a la altura”.

En paralelo, el ministro de Ciencia y Tecnología acotó que el actual gobierno de Macri “prioriza mantener un fuerte papel con respecto al mercado porque cree que el intervencionismo estatal es inconveniente”. Al ser consultado sobre si le daban la espalda al pueblo, Barañao respondió: “No tengo evidencias sobre eso”.

— Usted es uno de los pocos sobrevivientes de la profunda grieta que se ha cavado en nuestra sociedad. ¿Cuál es la realidad argentina que desde allí, parado en medio del fuego cruzado, interpreta?

— En la historia argentina, desde sus orígenes, siempre ha habido profundas divisiones ideológicas o visiones opuestas. De todas maneras, creo que la grieta se ha magnificado en este último período, pero tengo una visión optimista respecto que a lo largo del tiempo, estas divisiones se vayan cerrando. Las mismas diferencias que hay entre hinchas de Boca y de River son las que hoy existen en el plano político, pero en todos los países hay individuos conservadores, que quieren mantener lo que tienen, y otros más altruistas, que apuntan a una mayor distribución de la riqueza.

— En este caso, ¿por qué estamos enfrentados los argentinos y cuál sería el punto de unión para que nos encontremos?

— Se piensa que es la ideología la que lleva a la escisión de la gente, pero en realidad se da antes: si uno va a la naturaleza humana, tenemos tendencia a manifestar esas divisiones ideológicas y confrontar permanentemente. Naturalmente, no es sencillo integrarse a una sociedad con determinada tradición. Los antropólogos determinaron que el cerebro se encuentra cómodo en un lugar con no más de 200 personas. Así que, tendemos a diferenciarnos de los demás para integrar grupos más pequeños. En Argentina lo que hay es una visión de mayor distribución de la riqueza, teñida de cierta visión del mundo más propia de los setenta, una mirada latinoamericanista. Y otra visión, tal vez más liberal y con menos preponderancia del Estado, que prioriza mantener las libertades individuales y un fuerte papel con respecto al mercado, porque creen que el intervencionismo estatal es inconveniente.

— Usted dijo que era el único que se atrevía a discutirle a Cristina. ¿Ella escuchaba a sus ministros?

— Lo que sucede es que otros ministros ya preferían, de antemano, no discutir con Cristina; pero mi naturaleza es ser desobediente. Me consta que a la ex presidenta no le disgustaba la discusión. Al contrario, siempre que se planteaban visiones diferentes, con respeto, no se resentía la relación. Lamentablemente, el gobierno tenía visiones muy sesgadas sobre la realidad. En el marco de la ciencia, si yo no estaba de acuerdo con una idea, la discutía. Siempre tuve una excelente relación con Cristina, no había mucha gente que la hiciera reír como yo. Muchas discusiones se terminaban disipando a través del humor.

— Resulta claro que en política nada duele más que la traición cuando viene de adentro. Hay quienes interpretan que usted “traicionó” al pasado gobierno por continuar en el cargo. Luego de esto, Horacio González lo calificó como un “personaje turbio que no sabe nada de ciencia” y festejó que lo abucheen. ¿Tiene algo para decir al respecto?

— Horacio González tiene derecho a disentir con mi posición y lo entiendo, porque claramente ha absorbido el papel de militante. Lo que no me parece correcto es el modo en que se manejó en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, donde ocurrió lo que usted contaba. Calificándome de tal manera y festejando que me abucheen, no estuvo a la altura de lo que un intelectual debe representar.

— Se dice que el kirchnerismo gobernó para el pueblo y el macrismo le da la espalda, ¿es tan así?

— No tengo evidencias de que sea tan así. Es cierto que desde el discurso, el kirchnerismo tuvo al pueblo como uno de sus símbolos más centrales, proponiéndolo como una de las metas principales. En muchas cosas se cumplió el objetivo, ya que hubo una cierta cantidad de hechos que se concretaron, con medidas importantes para el pueblo trabajador, como las asignaciones y los planes sociales. Lamentablemente, no se complementó con una tarea fundamental que era generar trabajo genuino. Retrospectivamente, creo que se podrían haber hecho muchas otras cosas para alcanzar una mayor productividad, que es lo que nos faltaba y nos sigue faltando.

— Desde su óptica, ¿la corrupción es inherente a un modelo político o lo invalida totalmente?

— La corrupción daña a un modelo político. Cuando se apuesta a un ideal, hay que estar a la altura. De no ser por el sacrificio de Cristo que se juró en sentencia, no habría un ideal tan fuerte como el cristianismo que suscriba por gran parte de la humanidad, por eso pienso que los líderes tienen que vivir a la altura de las circunstancias. Con esto quiero decir que si un funcionario público no tiene una conducta correcta, es sumamente dañino no sólo por la corrupción sino también por el ideal mismo del proyecto político. Me parece que en los últimos tiempos faltó conciencia crítica. La problemática de la corrupción es inherente a la naturaleza pero no a la política. Lo que mantiene a la pureza humana es algo que se llama “castigo altruista”: Dios castiga aquel que saca los pies del plato para mantener las responsabilidades que dan coherencia a una sociedad. Creo que acá estaría faltando el castigo de esas personas para que no se generalice a la política. En los países más civilizados que toman esto como modelo, prácticamente no existen casos de corrupción. Y no porque sean mejores sino porque, como decía Perón: “Los hombres son buenos pero si se los controla son mejores”. El control social es necesario para reducir la corrupción.

— A modo de reflexión final y en carácter de virtud, ¿qué puede destacar de este gobierno que no haya tenido el anterior y qué tuvo el anterior que no tenga éste?

— Este gobierno tiene gran respeto por las diferencias ideológicas y mucho reconocimiento de los errores. En este sentido, no creen ser portadores de la verdad absoluta; al contrario, tienen una matriz más experimental que ideológica. Buscan aplicar la receta más adecuada y sobre la marcha, si advierten que no es la mejor y la torta está saliendo mal, la vuelven a hacer. En cambio el anterior gobierno partía de una base ideológica que le daba fuerza en muchos sentidos, pero tenía el inconveniente de evitar los cambios. Se suponía que las medidas se tomaban en función de un gran ideal y la gente se entusiasmaba por un discurso enfervorizado. Pero si las cosas no salían bien, no se permitían ajustar el rumbo y en ese en definitiva fue un error.

— Pasando al plano de la ciencia, ¿cuánta importancia tiene la misma en una sociedad y cuál debe ser el rol del científico?

— En las sociedades de los países desarrollados, donde se vive mejor, la ciencia tiene un papel central, donde el principal capital no solamente son los recursos naturales sino también el conocimiento. En estos países, la ciencia es el motor del desarrollo económico y social. No ha sido así a lo largo de la historia, ya que antes cumplía un papel cultural. Los científicos siempre han sido imprescindibles, pero desde las últimas décadas, la ciencia ha comenzado a tener un lugar más preponderante en la sociedad, como se dijo antes, por ejemplo, en  la economía, en la producción, en la agroindustria y demás. En eso estamos trabajando y ya hay indicios concretos de dichos avances; esto requiere claramente ser una política de Estado, porque los resultados al fin son fruto de décadas que superan al período de un gobierno en particular. Es importante la decisión del gobierno actual de continuar con esto que ha sido, a nivel mundial, un ejemplo a seguir.

— Conicet dirige varias investigaciones que uno, desde el desconocimiento previo, podría calificar como ajenas al interés popular y funcionales a un determinado mercado. ¿Es realmente así, o siempre una investigación científica representa un bien social?

— Todo conocimiento siempre aporta nuevas visiones. En la historia de la ciencia, ha sido muy difícil determinar –en el momento- qué investigaciones producirían en el futuro un aporte considerable al bienestar social. Siempre tratamos de dirigir los proyectos a modo de cambiar la tradición de un campo particular o aportar otras novedades. Estas dos variables son las que nos permiten juzgar la conveniencia de financiar o no un determinado proyecto. El rol del Conicet es diferente al de otros organismos que son creados con una misión específica de desarrollar un área particular, por eso financia investigaciones que van desde lo social hasta lo científico. Conicet ha contribuido significativamente a desarrollos que hoy nos permiten, por ejemplo, tener nuevos tratamientos para el cáncer, mejorar la producción de alimentos y demás. Esas investigaciones fueron originalmente motivadas por la curiosidad y han contribuido a desarrollos aplicables. Es importante por eso no prejuzgar una investigación antes de que ésta dé sus primeros frutos. Conicet ha sido reconocido internacionalmente y está ubicado en el ranking 79 sobre 5.000 instituciones mundiales.