Por Facundo Díaz D’Alessandro

El otoño de 2018 no sólo tuvo el clima habitual (lluvioso) de esa estación del año, sino que también trajo aparejada la “tormenta financiera” que aún sacude los cimientos de la economía argentina, y que casi se lleva puesto al gobierno de Mauricio Macri, hoy con un complicado camino a la reelección.

La última semana de abril del año pasado, precisamente el lunes 23, fue la primera manifestación que expuso el diagnóstico de los mercados internacionales: le habían “picado el boleto” al programa económico planteado por la administración de Mauricio Macri.

Ese día, el entonces presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), Federico Sturzzenegger, intervino fuerte en el mercado cambiario y vendió 426 millones de dólares para contener a los inversores, ansiosos por dolarizar sus carteras y marcharse del país. Argentina ya no era prometedor, ni mucho menos previsible.

Para el fin de esa semana, ya se habían vendido 4.133 millones de dólares, récord absoluto. El lunes y martes siguientes, 2 y 3 de mayo respectivamente, se vendieron otros casi mil millones más. Lo peor: el dólar igual subió, y muchos grandes inversores se retiraron con un dólar a $20.

Lo que siguió en lo inmediato es historia algo más conocida: luego de vender todas esas reservas, con el dólar a $22,33 (y subiendo) y un “pánico social” creciente, el martes 8 de mayo de 2018 el presidente anunció que “de manera preventiva” le pediría un salvataje al Fondo Monetario Internacional (FMI), aquel que le diera al país el empujoncito hacia al abismo, a las puertas del cual errores propios de gestión lo habían llevado en diciembre 2001.

El acuerdo con el organismo internacional de crédito, según se dijo, era para dar estabilidad financiera a partir de la certidumbre de que “Argentina cumpliría sus obligaciones”.

En los tres meses posteriores, el dólar se devaluó un 75% más, pasó los $40 en septiembre, hubo que renegociar el acuerdo con el “prestamista de última instancia”, renunciaron dos presidentes del BCRA, y las variables económicas, que no venían del edén, se fueron al diablo.

Sólo para limitar el espectro de análisis, se analizarán aquí cuatro variables interrelacionadas que explicitan lo suficiente la gravedad de la crisis económica que atraviesa el país desde entonces.

Desde abril de 2018 a marzo de 2019 (último dato disponible del Indec), la tasa de inflación acumula 47,5%, con el agravante de que el segmento que más subió en ese lapso, muy por encima de la media de aumentos, es el de los alimentos, variable íntimamente relacionada con la cotización de la divisa por su carácter exportable. Ese consumo, que no puede ser pospuesto, afecta especialmente a los que menos tienen.

La tasa de política monetaria (de referencia), el instrumento financiero del BCRA para fijar el “costo del dinero”, que marca la tasa de interés que pagarán las empresas que busquen financiamiento, estaba en abril de 2018 en 27,25%, un número ya de por sí alto. Hoy orbita el 73%.

Ese dato explica la profunda recesión de los últimos cuatro trimestres, que viene arrasando con muchas empresas y ramas industriales del país. Para graficarlo, puede observarse el Estimador Mensual de Actividad Económica (Emae) que elabora el Indec y permite anticipar la variación anual del Producto Bruto Interno (PBI).

Desde abril de 2018 hasta febrero de este año (el cálculo más reciente), la actividad económica general cayó un 51,5%. Si se observa el indicador industrial las cifras espantan aún más.

Boleto picado

Más allá de todo el daño que advino en la economía luego de esos meses fatídicos, el origen de la crisis tal y como se manifiesta hoy puede rastrearse en aquellos días de abril y mayo, cuando ante una corrida que pudo preverse, se reaccionó recurriendo al FMI.

Consultado por Conclusión, el economista Esteban Guida analizó: “La devaluación de abril de 2018 se produce cuando JP Morgan (primer grupo financiero que inicia la toma de ganancias y se pasa a dólar) hace un desarme de activos financieros en pesos y fuga una cantidad importante de divisas, que básicamente precipita la corrida, genera un efecto contagio en otros operadores y se produce el crack, algo que operadores estaban sabiendo que iba a ocurrir.”

La previsibilidad de ese desenlace, entonces, denota que el Gobierno no supo, no quiso o no pudo advertir la corrida, y esta íntimamente relacionada con la persistencia, hasta ese entonces, de déficits gemelos (fiscal y externo), a los que el equipo económico oficial hizo referencia como el peor mal del país pero se dedicó a profundizar.

Guida: «Los préstamos del FMI, en vez de estar orientados a mejorar la capacidad productiva y exportable del país, apuntan a llegar a octubre con un clima político propicio para el macrismo, una situacion totalmente ficticia».

“Se venía observando que los desequilibrios macroeconómicos iban a generar insuficiencia de divisas para atender el déficit fiscal y los compromisos de deuda. El déficit de cuenta corriente en 2017 fue de 30 mil millones de dólares”, especificó Guida, quien preside la Fundación Pueblos del Sur y da clases en la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística de la UNR.

“Si sumás vencimientos de deuda, intereses de deuda en dólares, y déficit fiscal, te da una cantidad de dinero (en dólares) enorme que la economía no genera. (Los mercados internacionales) te financiaron dos o tres años, si el déficit fiscal no se achica, sino que se agranda, la decisión termina siendo del primero que la toma para precipitar la corrida”, profundizó.

Respecto a la ida al FMI como solución y su posterior impacto en las cuentas, Guida explicó: “El FMI se transforma en el único prestamista que puede garantizar políticamente el esquema. Los 57 mil millones que nos prestaron es el financiamiento privado que no está. En términos económicos no ha cambiado nada, los desequilibrios siguen, a pesar de que se achicaron los déficits producto de la recesión.”

Y cerró: “El modelo económico que produce esos desequilibrios no cambió nada. El FMI lo que hace es poner un paño frío con una cantidad gigantesca de préstamos en dólares, pero las condiciones en ese sentido empeoran, se abulta la deuda y se postergan compromisos enormes para los próximos años. Si esos préstamos estuvieran orientados a mejorar la capacidad productiva y exportable del país, todavía, pero encima apuntan a financiar los déficits y la fuga para mantener el tipo de cambio medianamente bajo, para controlar la inflación y llegar a octubre con un clima político propicio para el macrismo, una situación totalmente ficticia, luego de lo cual se van a presentar nuevamente los problemas de fondo de la economía.”

Por su parte, el asesor bursátil y economista Jorge Bertolino, enumeró a Conclusión distintos factores como causales de aquella corrida que desencadenó la crisis, entre ellos la “pesada herencia” del gobierno anterior y la incapacidad “total” del macrismo, manifestada en distintas formas.

“Durante gobierno anterior se infló el gasto público hasta niveles inéditos y la presión impositiva era insoportable. Como consecuencia, cuando asume Macri ya hacía 4 años mas o menos que estábamos en estanflación, con una economía ahogada por el cepo y la asfixiante presión fiscal”, consideró el consultor.

En segundo término, indicó que el factor fundamental fue que “el gobierno de Macri hizo todo mal desde un principio, principalmente la política monetaria, más bien la incongruencia entre la política fiscal y la monetaria”.

Bertolino: «No hubo gradualismo. El gobierno no achicó nada el déficit fiscal, había déficits gemelos. Entonces los mercados dejaron de creerle, nos picaron el boleto y se vino el desastre».

“Hoy todavía algunos defienden a (ex presidente del Banco Central, Federico) Sturzenegger, un error inmenso. La política monetaria estuvo errada desde un principio, no había que bajar tasas de interés, pero si no la bajaban la economía estaba entrando en una profunda recesión que no se llegó a ver porque aflojaron. Cualquier escenario ya era equivocado”, afirmó Bertolino.

En cuanto a los otros los factores, ponderados por el economista como agravantes, se enumeran: el “abandono” por parte del Gobierno del “afán reformista”, luego de la victoria en las elecciones legislativas de 2017, la suba de tasas de la Reserva Federal del Tesoro estadounidense, que generó el fly to quality (huida de inversores hacia bonos norteamericanos), ya que “de dónde más rápidamente se fueron es de aquellos países con mayores desequilibrios”.

“En ese momento (abril de 2018), Argentina tenía 5 puntos del PBI de déficit en la balanza de pagos (cuenta corriente) y no estábamos yendo hacia el equilibrio friscal. No hubo gradualismo, si hubieran hecho gradualismo les hubiera ido bien. El gobierno no achicó nada el déficit fiscal, había déficits gemelos. Entonces los mercados dejaron de creerle, nos picaron el boleto y se vino el desastre”, detalló Bertolino.

Por último, sobre el acuerdo con el FMI, sostuvo que “la pregunta no es si había que ir” sino que se usara para “bajar la presión impositiva, de manera que la economía se reactivara, hubiera más recaudación y se cerrara la brecha fiscal”.

“Lo dije en su momento, si se utilizaba para mantener todo como estaba y seguían con el ‘falso gradualismo’, a los botes. El FMI nos permitió seguir haciendo lo mismo, con una política cambiaria totalmente inconsistente, imposible de sostener, por eso no sirvió para nada”, concluyó.