Por Fabio Montero

“Si yo hiciera mi mundo todo sería un disparate. Porque todo sería lo que no es. Y entonces al revés, lo que es, no sería y lo que no podría ser si sería” escribió Lewis Carroll en el cuento “Alicia en el país de las maravillas”. Por el contrario, el mundo es la paradoja de la lógica de Carroll. El mundo suele ser lo que siempre fue.

El inicio de la pandemia alentó la esperanza de un cambio social que alumbraría un nuevo status humano, más sensible a la igualdad y la equidad. Sin embargo, las corporaciones y los Estados ricos no son amigos de los cambios, más aún, cuando pierden privilegios. Los poderosos son lo que siempre fueron, para ellos no hay paradojas.

La distribución de las vacunas en el mundo da cuenta que todo sigue igual: la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostuvo que el 75% de las vacunas contra el COVID19 se aplicaron sólo en 10 países, mientras que el 25% restante es carroña de la que se alimenta el resto del mundo.

Para muestra basta un botón: El director general del organismo, Tedros Adhanom dijo que hasta el momento Guinea recibió 25 dosis de la vacuna, o sea un 0,00006 por ciento del total. En el otro extremo de la “liga de la injusticia”, Estados Unidos vacunó a más 12 millones de personas y China superó las 10 millones de inoculaciones. La realidad demuestra que las potencias económicas son implacables y que la equidad no es un término de su “manual de usuario”.

El problema de la fabricación y distribución de las vacunas abre un campo de análisis que pone sobre la mesa el debate acerca de la producción de conocimiento. Los países del tercer mundo fueron deliberadamente excluidos de la ciencia. Los gobiernos neoliberales (y otros) desfinanciaron (casi hasta el agotamiento) la educación, la ciencia y la tecnología. Los países en desarrollo son simples compradores del conocimiento que producen las naciones ricas. Los que se las arreglan con el 25% de las sobras.

La división internacional del trabajo no es un capricho de la naturaleza. La especialización de la producción es definida por los países poderosos en virtud de sus necesidades de mercado. En otras palabras, es la división entre quienes producen conocimientos exportables y se quedan con el 75% de las vacunas, y quienes simplemente subsisten con las migajas.

El contraste entre los que hacen ciencias y los que sólo las aplican es una contradicción insinuantemente irresuelta. Bernardo Houssay, premio Nobel de medicina, sostenía que “Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen”. Si la riqueza de algunos pueblos se sostiene en la pobreza de otros comienza a quedar claro porqué los países en desarrollo no son productores de vacunas.

Otro dilema es el motivo por el cual los países pobres no dedican dinero para el desarrollo científico tecnológico. El comunicador e investigador Jesús Martín Barbero sostiene que en Latinoamérica el quehacer teórico sigue mirándose como algo sospechoso y que para la derecha política hacer teoría es un lujo reservado a los países ricos. “Lo nuestro es aplicar y consumir”, dice, y agrega: “la teoría es uno de los espacios claves de la dependencia”.

Por su parte, Houssay sustentaba que: «Sin la investigación pura, una universidad o un país está condenado a la inferioridad. Prohibirla es una especie de suicidio nacional. Es obligar a importar los conocimientos…”.

La ciencia y la tecnología de nuestro país pasó (y pasa) por muchas incidencias políticas: desde gobiernos que mandaron a los científicos a lavar los platos, hasta los que desfinanciaron la investigación por “grasa militante”. En el medio, algunos gobiernos alientan las investigaciones con la repatriación de “cerebros”. Actualmente muchos científicos intentan reafirmar la soberanía tecnológica de nuestro país, principalmente en materia de COVID 19 y desarrollo satelital.

Un proyecto de país que tenga entre sus fines el desarrollo industrial y social necesita de la ciencia y el conocimiento. El crecimiento del sector científico será entonces, un impulso soberano al servicio de la seguridad alimentaria, la cura de enfermedades, la producción de energía, el cuidado del medio ambiente y la comprensión de las necesidades vitales de nuestra sociedad.

A veces el mundo es un disparate, aunque casi nunca se pone al revés. A veces el mundo se asemeja al mito de Lélape y Teumesia: un perro al que nunca se le escapa una presa y una zorra que nunca puede ser atrapada. Sin embargo, hasta estos destinos contradictorios fueron resueltos cuando Zeus transformó a Lélape en una estrella.

Entonces, la paradoja de Carroll puede ser realidad y todo será lo que actualmente no es. Para ello, habrá que cambiarle el manual de usuario a los poderosos. Un mundo nuevo no será posible simplemente porque algunos sueñen “un disparate”; será posible cuando muchos luchen por ese sueño. El sueño de los que hoy se quedan con el 25% de las vacunas.