Por Facundo Díaz D’Alessandro

A la hora de pensar en el posible plan económico de Alberto Fernández, podría decirse que, por lo menos a priori, se trata de alguien cuyas ideas no son simples de encasillar. Sin ser un especialista en la materia (es abogado), habla de economía intuitivamente y en base a premisas sueltas, por lo cual también descansa en sus asesores, que provienen de distintas escuelas o vertientes.

En principio, no debería uno guiarse por los axiomas vertidos durante la campaña, los cuales caen rápidamente en contradicciones como «el tipo de cambio real competitivo en $60» y «poner plata en el bolsillo de la gente».

Como bien suele señalar el economista Claudio Scaletta, antes de pensar a futuro, por empezar hay que repasar (aunque a esta altura pueda resultar algo saturador) el estado en que quedan algunas de las principales variables macro tras la gestión macrista.

Resulta muy gráfico, para ponderar cuántas obligaciones financieras ha contraído el Estado, observar el fuerte aumento del porcentaje de la recaudación impositiva que se va en el pago de la deuda.

Entre diciembre del 2015 y el primer trimestre de 2019, es decir sin contar la última brusca devaluación, pasó del 7,9 al 16,1 por ciento. Aunque muy significativa, es una cifra previsible a partir de una prologanda recesión que redujo la recaudación, al tiempo que la deuda, en relación al PBI pasó en ese lapso de aproximadamente el 50 al 88,5 por ciento, siempre antes de la devaluación de agosto.

La tasa de inflación, que mide el incremento generalizado de precios, viene desde hace meses rozando el 60% anual (hace por lo menos un año y medio no baja del promedio de 50% anual), con lo cual está entre los valores más altos desde 1991. El Producto, por su parte, cayó en tres de los cuatro años de presidencia de Macri, con lo cual el balance queda marcadamente por debajo del balance de 2015.

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También se auscultaron déficits gemelos en algún tramo de la gestión. Tras la crisis cambiaria de 2018 algo se corrigió la balanza comercial pero sin dejar de profundizar la estructural restricción externa que padece la economía argentina y que, en gran parte, traba su desarrollo productivo.

Respecto al plano fiscal, en el que un gobierno de corte más liberal u ortodoxo se esperaba fuese algo más eficiente, también empeoraron los números. De 2015 a 2019 el déficit fiscal (primario más intereses) pasó del 3,5 al 5,1 del PBI.

Dicho esto, es natural en un candidato a presidente que aparezcan contradicciones y por eso quizás Fernández no tuvo un único vocero en esos temas, aunque con el paso del tiempo y la cercanía de las elecciones fueron imponiéndose más algunas figuras, por lo menos en la esfera de la opinión pública.

Apuntes iniciales

Hoy por hoy, Matías Kulfas y Cecilia Todesca son los dos economistas que Alberto Fernández deja ver más asiduamente.

El primero ya manifestó ante empresarios e industriales que apoya la idea de un “pacto social” de acuerdos y salarios, algo a lo que por el momento se muestran proclives tanto desde la CGT como desde la principal central fabril, la Unión Industrial Argentina (UIA).Lo cierto es que recién con las cartas sobre la mesa cada uno apoyará o no una iniciativa siempre difícil de consensuar, aunque probablemente necesaria ante la urgencia de la crisis que atraviesa el país.

Por lo pronto, Kulfas demuestra así una concepción algo menos ortodoxa del problema inflacionario, que derivaría en su visión no de una cuestión estrictamente monetaria sino más bien de la puja distributiva.

Otra gran clave será como desenlace la reestructuración de la deuda argentina. Para eso deben enfocarse en dos actores, el FMI y los acreedores privados. Con el primero, habrá claramente una modificación del tipo de acuerdo alcanzado, que ahora es un «stand-by».

Fernández se ha mostrado reticente a un acuerdo de «facilidades extendidas» por ser altamente restrictivo respecto a la soberanía decisoria sobre la política económica. Se verá. Con los acreedores externos, probablemente se seguirá el plan de «reperfilamiento».

Es que, aperentemente, desde el entorno de quien será el presidente de los argentinos lograron instalar la idea de que consideran que la deuda no es impagable por su monto sino por los plazos, con lo cual no se buscaría tanto una quita sino más bien una extensión de los mismos.

Por último, deberá revisarse (más bien reimpulsarse) el afán exportador. Si Argentina quiere de una vez ir por un plan de desarrollo sostenible, algo en lo que trabajan en el equipo del mandatario electo, debe buscar superar la barrera productiva de la restricción externa.

Para eso hay que generar dólares genuinos y la única forma es incrementar las exportaciones, algo que en el Frente de Todos confían hacer en por lo menos 70 mil millones de dólares.

¿Cómo? En base a primeras definiciones, podría deducirse que se solventará en algunos sectores puntuales: complejo agroganadero, minería, más los hidrocarburos no convencionales de Vaca Muerta, sumado al incentivo y crecimiento de complejos agroindustriales de las economías regionales, además de lo que pueda aportar una reactivación de la industria, sustentada en sobre la complejos existentes devenidos de la intensificación tecnológica aplicada al conocimiento local.

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A este respecto, resultan clarificadoras también las palabras de Todesca, algunos meses atrás, entrevistada por Conclusión.

«Hay cuestiones vinculadas a la distribución, al formato de sociedad que querés y también batallas del conocimiento aplicado a la producción; con lo cual ese es el verdadero mundo, no el del brindis y el canapé», sostuvo respecto al modelo argentino, pensado dentro de un mundo cada vez más complejo y en mutación.

Y agregó: «No es que nos integramos y somos felices, es bastante más complejo. Los países en vías de desarrollo vienen, por sus condiciones, corriendo desde atrás y se transforman muy fácilmente en plataformas de explotación, a veces de trabajadores y a veces de la vía financiera como estos años en Argentina».

También se mencionan a otros asesores cercanos a Fernández, que potencialmente serían ministros u ocuparían cargos importantes en el área económica, como Guillermo Nielsen, un economista de corte liberal, algo más «amigo de los mercados» y que participó de la última gran reestructuración de la deuda externa, en el inicio del Gobierno de Néstor Kirchner.

Está claro que estos lineamientos serían apenas el comienzo de un camino que será seguro cuesta arriba, sobre todo al principio.

Un gobierno democrático nunca es la materialización perfecta de un plan infalible, por las contigencias inexorables de la realidad, pero sí tiene una tendencia, una intención, y la de Fernández parece ser una economía «activada» y con el inicial optimismo histórico de encarar de una vez por todos el desarrollo de la Argentina, con toda su población incluida.