Por Facundo Díaz D’Alessandro

Esta semana el Indec publicó dos índices relativos al segundo trimestre cuya lectura, tanto separada como conjunta, es lo suficientemente contundente como para magnificar, desde lo estadístico (en la práctica se ve –y se siente- a cada hora cada día), la densidad de la crisis social y económica que atraviesa el país.

Por un lado, las relativas a la distribución del ingreso: el promedio individual del total de la población en el segundo semestre del año alcanzó los $16.174 y se ubicó muy por debajo de las líneas de indigencia y pobreza.

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El 80 por ciento de la población ocupada tenía ingresos individuales máximos de $40.735 de promedio y se ubicaba por debajo del costo de la canasta básica total que mide la condición de pobreza, que en junio pasado era de $43.810.

En la comparación por ingreso total familiar el 60% de los hogares no tenía ingresos superiores a $43.764, y tampoco alcanzaba a cubrir el nivel de pobreza.

El correlato fueron las cifras de la tasa de desocupación, relativas al mismo período de 2020. Para el Indec, los desocupados son 1,4 millones, pero solo releva aglomerados donde habitan 28,6 millones. Por eso, si las cifran se proyectan a 44 millones de habitantes, habría unos 2,2 millones de personas afectadas por el desempleo.

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Eso significó un promedio de 13,1% de desempleo (cifras cercanas al 20% en aglomerados como Córdoba o Rosario), el nivel más alto desde 2004. La diferencia es que en ese momento la curva era ascendente.

Si a eso se le suma que en el segundo trimestre la tasa de actividad (es decir la gente que además de estar en condiciones legales de trabajar, tiene la voluntad de hacerlo) se ubicó apenas en 38,4%, más vale no calcular la cifra en que podría estar el nivel real de empleo a esta hora del país (en el mejor de los casos, apenas igualaría al peor momento de la serie 2001/2002).

Funcionarios del Gobierno nacional ya admiten públicamente que «los índices de pobreza sin duda van a dar un aumento importante», en palabras del ministro de Desarrollo Social de la Nación, Daniel Arroyo, este sábado.

«Los índices de pobreza sin duda van a dar un aumento importante. Lo primero es recuperar a los que cayeron en la pobreza en la pandemia», sostuvo el funcionario en declaraciones radiales, un día después de dar positivo de Covid-19; todo un síntoma del Gobierno y la economía.

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El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, sale de Casa Rosada junto al asesor Daniel Schteingart. Foto: Archivo/NA.

El presidente Alberto Fernández maneja -de mínima- hace tres meses información precisa que adelantaba el nivel de destrucción en el entramado social y laboral argentino, a través de las mediciones del ajustado equipo estadístico del ministro Kulfas en Desarrollo Productivo.

¿Rebote o meseta?

Según manifestó el Doctor en Sociología y asesor del Ministerio Daniel Schteingart, en las últimas cuatro semanas, la actividad industrial -acorde a lo relevado por el indicador que manejan- “a partir del consumo de energía, fue 0,7% superior al del mismo período de 2019”. “La industria ya está en niveles similares a la prepandemia”, concluyó en su cuenta de Twitter.

“A diferencia de otras crisis, en donde a la industria le va peor que al resto de los sectores, en esta le va mejor que al promedio. La razón es que la pandemia cambió drásticamente nuestros hábitos de consumo, de los servicios a los bienes, que pasaron del 56% al 65% del consumo”, agregó junto respectivos gráficos.

Coincidente con esa línea se expresó también este sábado el consultor Orlando Ferreres, quien analizó que en el AMBA durante el mes pasado «apareció un poco más de actividad» económica, aunque en el interior del país se está dando un mayor número de contagios, lo que podría «compensar» la cifra de crecimiento.

«Se está abriendo de a poco la economía», destacó el ex viceministro de Economía, mientras evaluó que el país está «teniendo una nueva relación con el Covid-19». «Va a mejorar la economía a medida en que la pandemia disminuya», pronosticó.

En tanto, el director del Centro de Economía Política Argentina (Cepa), Hernán Letcher, remarcó que «el gran problema es que hay una reactivación en materia de producción más rápida que lo que tiene que ver con el consumo».

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«Hasta que no se reactive el resto de las actividades, hay una parte del consumo que no va a poder llegar a la etapa pre- pandemia».

Sangre, sudor y lágrimas

El resto de las actividades hoy se “quita las cadenas” de la cuarentena al tiempo que comprueba que ni bien abran quizás los primeros días algunos se agolparán, pero que al tiempo todo se normaliza en un nivel que no alcanza a cubrir -ni de cerca- los quebrantos de la ya demasiado extensa recesión.

Más allá de quienes quieran ver fantasmas golpistas (que por lo demás, en el margen, los puede haber), en la calle se palpita: la economía argentina está para el knockout , un golpe (o soplido) que sin más podría ser una devaluación que profudice inexorablemente la recesión, algo que ya no se tolera. Dólares faltan más que nunca y eso es mucho decir. La incertidumbre es una realidad y quedó manifiesta en una decisión que tomó esta semana el Ministerio de Economía, cuando postergó la licitación de bonos en dólares y, si bien no hubo una explicación oficial, habría tenido en cuenta el alza del riesgo país para adoptar esa medida. Raro para un país que acaba de reestructurar de forma exitosa su deuda externa con bonistas privados. 

Con ese debate en el centro de la escena desde la medida del Banco Central que intervino aún más el mercado financiero, con barreas al acceso de dólares, el Fondo Monetario Internacional envía una nueva misión a controlar las cuentas argentinas.

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Todas las dudas todas respecto a las cartas (¿plan o no plan?) que el Gobierno mostrará y la flexibilidad ya no de Kristalina Georgieva sino del board del Fondo, en el que pesa inexorablemente la Casa Blanca.

A pesar del endurecimiento del cepo cambiario anunciado la semana pasada y en un contexto en el que los bancos de a poco retoman la venta de dólares, las reservas del Banco Central siguen en descenso.

En este  contexto, el precio en aumento de la soja y algunos otros porotos parece ser de las pocas boyas a las que el Gobierno puede anhelar aferrarse en lo que a divisas se refiere, para atravesar la tormenta. No obstante, son largos los meses que restan de aquí a hasta que efectivamente se “liquide” la cosecha gruesa, con suerte allá por marzo/abril de 2021.

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Con todo, el Gobierno debe tener máximo cuidado en las próximas semanas y evitar fallas de coordinación o ni hablar de concepto, operar al extremo en alerta para funcionar de la manera más óptima, con todo el sentido de la palabra, a modo de poder finalmente mostrar un rumbo y torcer la desesperanza imperante a partir del escenario aquí apenas evidenciado.

Forzar los límites del sistema cambiario no parece ser algo que propicie un clima que tienda a la calma económica: cuando en Argentina hay déficit fiscal alto y se empieza a hablar demasiado del dólar, las cosas suelen no terminar bien.