Por Carlos Duclos

La noticia conmovedora para el mundo de la economía argentina es lo que ha dicho nada menos que el Morgan Stanley hace escasas horas: “El banco consideró en un informe difundido entre sus clientes que la Argentina normalizará su economía en los próximos cinco años, lo que permitirá la atracción de unos u$s 230.000 millones, y planteó que si el gobierno implementa reformas estructurales podría alcanzar un crecimiento anual del 4% del Producto Bruto Interno (PBI)”.

Una mirada primera y fugaz sobre la noticia alienta al alicaído espíritu argentino, o al menos al espíritu de no pocos argentinos desanimados por las realidades, pero una mirada más profunda y nada pesimista invita a una reflexión a partir de un interrogante: ¿cuáles son las reformas estructurales que podrían permitir un crecimiento del cuatro por ciento anual del PBI? Y la posible respuesta da temor, porque las reformas estructurales podrían ser (y algunos dirán “serán”) más ajuste en la economía, una receta que los argentinos conocen de sobra y que a la sociedad jamás le dio resultados favorables.

Directivos del banco dijeron que «el país está volviendo a la normalidad económica y política después de años de ausencia de los mercados de capitales tras su default de la deuda de 2002 y colapso financiero”. Y lo cierto es que es cierto (valga el juego de palabras) no se puede decir que la fabulosa entidad financiera mundial mienta desde su perspectiva: el país está retornando a la normalidad política y económica que favorece a los grandes capitales. ¿Pero qué hay de las grandes masas ciudadanas argentinas que asisten desde hace tiempo a condiciones de vida indignas, y que con frecuencia no son condiciones de vida sino de “sobrevida”?

El problema económico y social argentino, por supuesto y para ser justos en la sentencia dialéctica, no se remonta a la asunción de Mauricio Macri como presidente, el problema argentino es histórico desde hace décadas y se debe a que de una u otra forma los intereses de ciertas corporaciones “patrias”, de uno y otro signo, han estado al servicio propio y nada más. “Cuando el padre no cuida a sus hijos, no puede sino esperarse que la adversidad se los coma”, decía alguien alguna vez, y esto es lo que viene ocurriendo desde hace tiempo en el país de la mano, además, de la disgregación y la contienda absurda, de la mediocridad y la estupidez ideológica, mientras los porcentajes de pobreza, delito y demás hierbas crecen en un campo solo rentable y útil para algunos.