La economía de China, que este año crecerá a una tasa estimada de entre el 6,5% y el 7%, buscará sustentarse en otra vuelta de tuerca del crédito, según lo adelantado esta semana por el primer ministro, Li Keqiang, a pesar del altísimo endeudamiento en el que incurrieron el sector privado y las empresas estatales desde la crisis mundial de 2008 en adelante.

Actualmente, la tasa de crecimiento del crédito en China está duplicando a la tasa de aumento del PIB nominal, por lo que los planes oficiales de apelar a una utilización aún mayor del crédito podría conducir a una elevación de la masa monetaria que, más tarde o más temprano, pondrá aún más presión sobre la moneda nacional, el yuan o renminbi.

De hecho, los peligros de una fuerte devaluación de la moneda china son objeto de serios debates tanto en la cúpula gobernante como en los centros financieros y políticos del mundo desarrollado y también de las grandes naciones emergentes.

Una mayor expansión del crédito y, por tanto de la masa monetaria, presionará en el sentido de una devaluación del yuan, lo que agravaría seriamente el fenómeno de la fuga de capitales que sufre la potencia asiática desde hace más de un año y que, en 2015, totalizó la friolera de 700.000 millones de dólares.

Este ritmo de salida de capitales del país se agudizó en enero cuando se informó que se fugaron del sistema bancario unos 100.000 millones de dólares, una tendencia que, de mantenerse, elevaría el drenaje de dólares de las reservas internacionales por encima del billón de dólares.

Para tener una idea del significado de esta cifra, más allá de su carácter extraordinario, hay que recordar que las reservas del banco central de China alcanzan a unos tres billones de dólares, por lo cual la hemorragia de divisas al ritmo actual significaría una pérdida del 33% de las reservas totales.

Sin embargo, la caída de la fuga de capitales a 29.000 millones de dólares que se registró en el mes de febrero estaría mostrando que la utilización de un mayor control por parte de las autoridades financieras es una herramienta que podría arrojar resultados positivos.

Detrás del problema de la moneda y del crédito como punto de sostén para seguir impulsando la economía, lo que subyace es una «economía real» caracterizada por una sobreproducción de bienes que choca con los límites que impone el mercado mundial en los últimos años.

Esta realidad fue enfrentada por el Gobierno de Pekín desde 2008 hasta el año pasado a través del crédito y un endeudamiento creciente, público y privado, con los bancos estatales cumpliendo un papel primordial en la creación de dinero para impedir el estancamiento económico.

Pero la profundización de la crisis internacional en todos los planos y regiones del planeta llevó a un punto límite el camino de inflar el crédito para evitar la crisis y esto se revela claramente desde el año pasado con la devaluación del yuan, la formidable salida de capitales, la caída estrepitosa de la Bolsa desde mediados del año pasado y el temor cada vez mayor a un estallido de la gran burbuja inmobiliaria que pondría en riesgo al conjunto del sistema financiero local.

A la caída de los precios de las materias primas que golpea duramente a las economías emergentes, incluyendo a Rusia, Brasil y a grandes productores como Australia o Nueva Zelandia, se suman el camino deflacionario y de estancamiento de los países europeos, el fracaso de la «Abenomics» en Japón y la falta de una recuperación sostenida en Estados Unidos.

En Occidente, las política monetarias de «quantitative easing» llegaron a un punto en el cual por sí solas ya no pueden impulsar el crecimiento, tal como lo vienen manifestando importantes responsables económicos y financieros, entre los que destaca el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, y organismos de gran prestigio como el Banco de Pagos de Basilea (BIS).

La apelación formulada por el FMI y economistas de renombre como el Premio Nobel de Economía Paul Krugman para que se pongan en marcha políticas fiscales expansivas, expresan también esa visión de la falta de resultados de los instrumentos monetarios utilizados desde 2007-2008 para superar la Gran Recesión.

Una crisis que, en realidad, nunca fue realmente dejada atrás tal y como la compleja situación de China viene a ponerlo de relieve ahora, producto de sus propias contradicciones y de las que vinieron «importando» de las naciones desarrolladas y emergentes.