Por Alejandro Bercovich, BAE Negocios

Carlos Melconian sabe dónde golpear. Durante toda la semana, ejecutivos de bancos, petroleras e industrias que importan insumos para producir se abocaron a analizar su amenaza de no pagar las deudas acumuladas en los últimos meses por compras al exterior que el Banco Central, ya casi sin reservas, les exigió a las empresas que abonen más adelante. Es el talón de Aquiles de la estrategia de Sergio Massa para sostener la actividad aún con alta inflación, ahora que el Fondo Monetario volvió a correrle el arco con su negativa a adelantar por la sequía los desembolsos previstos para el resto del año.

El expresidente del Banco Nación en la primera mitad del gobierno de Mauricio Macri, de quien desconfían todos los economistas de Juntos por el Cambio pero a quien a la vez envidian por sus contactos y habilidades recaudatorias, sobrevuela la coalición opositora con un plan llave en mano que define como «de estabilidad y no de ajuste«. Si finalmente ganan Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta y lo ponen al frente del Palacio de Hacienda, adelantó el viernes pasado por radio, «va a haber una distinción tajante entre la deuda que se herede de este gobierno en importaciones y los nuevos flujos».

Es una forma bastante poco sutil de avisarles a los proveedores de empresas argentinas que probablemente no cobren por los insumos y productos terminados que entreguen este año a sus clientes. Y un intento de precipitar el ajuste recesivo que todos en la oposición consideran ineludible y preferirían que ocurra antes de las elecciones de octubre. «No va a ser cosa que no quieran ajustar el nivel de actividad porque hay elecciones, que no quieran bajar las importaciones para evitar faltantes, para que no se paren las fábricas, y otorguen SIRAS (permisos de importación) a pagar después del 10 de diciembre», completó Melconian por si quedaban dudas.

La alternativa a patear todos los pagos hacia 2024, cuando la nueva cosecha y las obras energéticas reviertan el déficit que este año generó la peor sequía de lo que va del siglo, es una devaluación brusca del tipo de cambio oficial que comprima de un saque las compras al exterior. Es lo que también reclama el Fondo Monetario, interesado en que los dólares se usen solo para el pago de la deuda que dejó como herencia Macri. Algo que el ministro candidato procura evitar a toda costa porque generaría un nuevo fogonazo inflacionario que sepultaría sus chances de ser electo presidente.

No le va a ser fácil porque ya rascó todos los fondos de todas las ollas que pudo. Según los cálculos del heterodoxo Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (MATE), desde la firma del acuerdo con el FMI el año pasado se acumularon importaciones impagas por U$S 11.177 millones y se cobraron por adelantado exportaciones por U$S 3.505 millones. Hay un último favor que Massa le puede pedir al futuro y es el dólar soja 4, pero los productores que todavía guardan cerca de 10 millones de toneladas de granos sin liquidar saben que están en posición de cobrárselo caro.

Nigeria y Noruega

Fullero al fin, el ministro candidato juega lo que tiene y también lo que no. En mayo las importaciones estuvieron cerca de su récord histórico y totalizaron U$S 7.357 millones. Combinado con la abrupta caída de las exportaciones por la sequía, eso empujó al déficit comercial a un récord en cinco años: U$S 1.154 millones. Esta vez el kirchnerismo no acusó a nadie de malgastar las reservas. Una parte de ese rojo se pateó para adelante y otra se pagó con yuanes del swap, como los vencimientos del viernes pasado con el Fondo.

Tensar la cuerda a ese nivel expone al Gobierno a bloopers como el que este jueves destapó el portal especializado Econojournal: la estatal Compañía Administradora del Mercado Eléctrico Mayorista (CAMMESA) quiso pagarle con yuanes a Chevron dos embarques de gasoil para las centrales de generación térmica. El Citibank oficiaría como cambista y le depositaría los dólares a Chevron, pero algo falló y el banco le anunció el giro de esos mismos yuanes a la petrolera norteamericana, que desconoció la operación.

Si el año próximo -cosecha y ductos mediante- hay un superávit de U$S 14.000 millones como el que estima la consultora del exministro Martín Guzmán, y si en 2030 llega incluso a superar los U$S 40.000 millones, como arriesgó esta semana Miguel Pesce, tomar prestado algo de ese futuro para evitar que la sequía genere más pobreza este año no luce disparatado. El problema son los U$S 44.000 millones que reclama el Fondo, que difícilmente pueda acumular Massa ni ningún otro ministro en los plazos a los que obliga el Acuerdo de Facilidades Extendidas. Ahí es donde los caminos divergen y donde empieza a tallar una oposición que ya se siente gobierno y que también saborea esos dólares que vienen.

Lo puso de manifiesto el jueves Luciano Laspina, que presentó su libro Desenredar la Argentina junto a Bullrich, a quien también aspira a acompañar como ministro si gana. «Con el petróleo y el gas podemos ser Noruega o Nigeria. El peronismo quiere que seamos Nigeria y Patricia quiere que seamos Noruega», sintetizó. En la página 404 del voluminoso texto, editado por Sudamericana, Laspina propone desregular las importaciones, cuya administración considera «una fuente de nuevas y variadas intervenciones gubernamentales». Corriendo al Estado del medio, especula, entrarían más divisas y se podría importar todavía más. El único límite lo pondrían la devaluación necesaria para eliminar el cepo cambiario y la recesión resultante.

Lo irónico es que un camino así, si lleva a Noruega, primero pasa por Nigeria. El flamante gobierno de Bola Tinubu acaba de ponerle fin a casi 10 años de control de capitales e incluso encarceló al expresidente del banco central, una idea que resaltó en sus redes sociales Federico Sturzenegger. Pero en el medio debió convalidar un salto del dólar contra la naira (su moneda) a casi el doble. La inflación, del 22% interanual hasta el mes pasado, empezó a empinarse.

Montevideo y San Isidro

Las dos propuestas que comparten sin fisuras Bullrich y Rodríguez Larreta -achicar el Estado y acotar el poder de los sindicatos y las garantías de la legislación laboral- tampoco remiten especialmente al modelo nórdico. Noruega tiene una presión tributaria superior a la argentina, el 30% del empleo es público (acá un 18%), cinco de las siete mayores empresas de la Bolsa de Oslo son estatales o mixtas y la tasa de sindicalización está entre las más altas del mundo.

Los gremialistas criollos saben que no gozan del mismo prestigio que sus colegas del Ártico. Por eso se preparan para un choque frontal con la próxima administración, a la que llegarán más debilitados que en 2015, en parte por cómo se saldó en su contra la interna del peronismo. Lo anticipó Mario Paco Manrique en la última reunión de la Corriente Federal de la CGT, que duró apenas 15 minutos: «Mi despacho como diputado va a estar abierto a todos los sindicalistas», prometió. En el encuentro brilló por su ausencia Pablo Moyano, de quien aún no se sabe si seguirá al frente de Camioneros a pocas semanas de la renovación de sus autoridades.

Las encuestas confirman las intuiciones del planeta sindical. En ellas Bullrich aventaja cada vez más a Larreta en la PASO de su espacio. En el corredor norte del Conurbano (Vicente López, San Martín, San Isidro y Tigre) ya hay sondeos que le asignan el 70% de la intención de voto por Juntos por el Cambio. Y son distritos donde la oposición arrasa.

El Fondo también monitorea esos números. Si bien su staff está conforme con el ajuste fiscal que sostuvo Massa desde que asumió, a caballo de la aceleración inflacionaria, pretende apurar el paso. El libro de Laspina también ofrece pistas de que los asesores de Bullrich comparten ese rumbo. En la página 184, por ejemplo, el autor apunta contra el déficit de las empresas públicas y destaca que AYSA requirió transferencias por el equivalente a 0,3% del PBI, el doble que Aerolíneas. Es uno de los rubros donde recomienda recortar. La experiencia de Uruguay, con las canillas de Montevideo escupiendo agua salada por la demora en las obras de OSE, no sugiere que sea la mejor alternativa para el guadañazo.