Por Roberto Fermín Barga*

Sigue ocasionando un morbo fenomenal imaginar el mundo del post coronavirus, o el de la convivencia con el monstruo por un buen tiempo. Es por eso que apelamos desde esta columna a distintos pensadores para tratar de entender lo que vendrá.

En este caso nos detenemos en el filósofo británico John Gray, quien no se anda con medias tintas y pronostica, entre otras cosas, que la Unión Europea puede desaparecer. Para mayor gloria de los adeptos a las teorías disolventes, Gray anuncia el fin de las democracias liberales tal como las que conocemos en Occidente y augura un resurgimiento de los estados-nación muchos más parecidos a los que nos enseñó la historia del siglo XIX, que al Orden que se impuso después de la 2da. Guerra Mundial, y ni qué hablar del que surgió después de la caída del Muro, como paradigma del fin de la Guerra Fría.

Hay que ver lo que estamos viendo. Es tal el cúmulo informativo que arroja la peste, que episodios de enorme calado desde lo simbólico, pasan casi desapercibidos.

¿Alguien imaginaba la posibilidad de que unidades del Ejército Ruso ingresaran a territorio italiano?

¿Cientos de técnicos chinos acampando en las calles de la Lombardía rica e industrial?

Eso está pasando en estos momentos. Las unidades militares soviéticas se pararon ‘en seco’ a las puertas de Austria al finalizar la 2da. Guerra Mundial para dar lugar a los acuerdos de Yalta, acuerdos pulverizados en la coyuntura. Estamos en ese momento gramnsciano de la historia, donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. El viejo Orden geopolítico se desvanece.

Cada actor importante de esta crisis juega sus fichas para tratar de imponer un relato funcional a sus intereses.

Italia ya avisó que así como está la Unión Europea no tiene sentido; se refiere claramente a la falta de cooperación que muestran Alemania y Países Bajos para facilitar los ‘coronabonos’, es decir los títulos de deuda que le permitan gastar para la reconstrucción.

El viejo Imperio Romano tira de la ayuda rusa, se abraza a su ‘síndrome de Estocolmo’ y apela a China, rompiendo todos los mapas del viejo Orden.

La tierra del Dante cuenta con un aliado inesperado en su “guerra” europea, Francia. Los ‘gavachos’ (tal como llaman despectivamente los españoles a los franceses) se pusieron del lado de la Europa mediterránea y rompieron su vieja alianza con los alemanes, tal vez porque el virus está haciendo desastres en las tierras del vino y los quesos.

Además, se abrió el libro de facturas, en búsqueda de los responsables del gran desastre.

Aparecieron revelaciones impresionantes en el diario The Washington Post. Diplomáticos estadounidenses, advertían sobre experimentos con animales en laboratorios, concretamente murciélagos a los que se inyectaba coronavirus. Estos cables secretos son de 2019 y aseguraban que en Wuhan, sede original de la pandemia, dichos laboratorios no contaban con la seguridad para llevar adelante los ensayos.

Ipso facto, Donald Trump anunció que retira el aporte millonario que hace USA a la Organización Mundial de la Salud y acusó a esa organización de ocultar en favor de China lo que realmente estaba pasando allí. Como por arte de birlibirloque, China empezó a reconocer más infectados y más muertos a causa del virus. Uno de los que saltaron a defender la OMS fue Bill Gates, quien entre otras cosas tiene fuertes intereses en la industria farmacéutica y laboratorios propios afincados en China.

En la lucha por las culpas y el relato, Inglaterra y Francia van tomando envión y le reclaman a China una respuesta seria y coherente sobre lo que pasó con el virus, amenazando a los herederos del camarada Mao con sanciones y bloqueos comerciales. Como dice nuestro telúrico relator futbolístico, Walter Nelson “se están tirando con de todo”.

Ofertita u Ofertón

Mientras vemos como se configura una nueva cartografía (recomendamos leer “El retorno del mundo de Marco Polo”, de Robert Kaplan), en nuestra Ciudad Gótica, se macera el debate que va desde el impuesto “patriótico” de los “ricos” a la oferta que se le efectuó a los tenedores de bonos de deuda argentina.

Insistimos desde esta columna en los peligros que se avecinan. Argentina venía en una frecuencia decreciente de su economía y el Covid-19 fue la frutilla de la torta para montar ‘la tormenta perfecta’.

Plantearse un impuesto solidario en un contexto de caída generalizada suena coherente probablemente para la mayoría, otra cosa es la correlación de fuerzas que tiene el Estado y el gobierno para llevarlo adelante.

En un país como la Argentina, donde la presión fiscal no guarda relación entre lo que aporta el sector privado y la contraprestación deficiente que recibe por parte del Estado, plantear un nuevo impuesto suena desde la percepción, como algo negativo.

Si algo tienen a su alcance los sectores que serían alcanzados por el nuevo impuesto son abogados tributaristas, y los amparos por inconstitucionalidad ante la doble imposición, lloverán hasta que se caiga el cielo.

Parecería más realizable la convocatoria a un aporte voluntario de esos sectores “ricos” antes que una imposición. Por eso la importancia de un gran acuerdo, pacto o cómo se lo quiera llamar.

De paso, se evitaría la reapertura de una grieta que es justo lo que menos necesita nuestro país en estos momentos. Un paso en falso del Ejecutivo frente a los poderes fácticos quizás abriría una caja de pandora innecesaria.

Hay que dar las batallas que se pueden ganar, porque sería un error creer que el 80% de aprobación presidencial que registra la gestión sanitaria del coronavirus, es igual al apoyo que tiene la gestión económica.

Por último, con respecto a la oferta a los bonistas, hay dos bibliotecas bien diferentes. Los que dicen que es una oferta agresiva e inaceptable (62% de quita y 3 años de gracia) y los que creen que el gobierno argentino se quedó corto, al no aprovechar la excepcional circunstancia que atraviesa el mundo.

En cualquier caso el dato empírico es que se les reconoce a los bonistas unos US$ 0,38 por cada US$ 1,00 prestado. Y que en el último año del mandato de Alberto Fernández comenzarían los pagos de esa deuda.

Si la Argentina no muestra un programa claro de crecimiento y tomando en cuenta que 2023 puede ser el año donde el Presidente Fernández juegue su reelección, dicha oferta ¿es ofertita u ofertón?

*Fuente: Urgente24.