David Narciso

El acto de Miguel Lifschitz el viernes pasado en el salón Metropolitano, donde reunió a 3.500 militantes, funcionarios, intendentes y referentes sociales vinculados al Frente Progresista, no fue un relanzamiento de gestión sino la hoja de ruta para la segunda y última etapa de su gobierno, la de los dos años finales de mandato, que en Santa Fe están caracterizados por la imposibilidad de reelección, y en consecuencia la necesidad de evitar que las expectativas de poder afecten la gobernabilidad.

El lema “Santa Fe es futuro” suena a respuesta a quienes dan por muerto al Frente Progresista tras los resultados de las últimas elecciones, especialmente en Rosario, pero en lo concreto es un libreto para el propio oficialismo.

El acto marcó el camino a transitar en esta etapa para llegar al 10 de diciembre de 2019 con un objetivo por cumplir: que la banda de gobernador sea para otro hombre o mujer del Frente Progresista.

Lifschitz exhibió las herramientas con las que darán esa pelea: gestión y realizaciones para convencer votantes (usó mucho la comparación con Nación y otras provincias) y una referencia electoral nacional propia para evitar que se repita lo de 2015, cuando Cambiemos y el PJ diezmaron el electorado del Frente Progresista.

Tras ese cimbronazo el armado nacional arranca desde cero. Margarita Stolbizer, socia en 2011 y 2013, aparece como la aliada natural tras fracasar su alianza con Sergio Massa. Podrían sumarse otros dirigentes del Frente Renovador que no están dispuestos a ir al PJ con Massa, así como radicales relegados por Cambiemos, como el bonaerense Ricardo Alfonsín y en menor medida el porteño Martín Lousteau. Los demás casilleros se reservan para independientes, organizaciones y dirigentes sociales que quieran sumarse.

Con la proyección que le da ser el gobernador de Santa Fe y de una fuerza distinta al resto del país, Lifschitz se promueve para desempeñar un rol dirigente nacional en el armado de ese espacio. Se sumaría así al rol que desempeña Antonio Bonfatti en su condición de presidente del PS argentino. Lifschitz dijo que “el cambio en 2019 no vendrá del Norte postergado (quizás en alusión al salteño a Urtubey) ni del centralismo de Capital, sino del verdadero federalismo de Santa Fe”. Es inevitable ver ahí un deseo de ser candidato presidencial o cumplir un rol nacional (el tiempo dirá) en caso de que no prosperen la reforma constitucional y la reelección.

Socialistas y radicales acordaron con el gobernador ponerle un marco temporal a la idea de la reforma constitucional. Lo primero son las reuniones con los partidos políticos de la provincia que se iniciaron este miércoles. Luego ingresará el proyecto formalmente, lo que ocurrirá apenas la Legislatura defina reforma tributaria y endeudamientos, proyectos más urgentes que vienen encarajinados desde diciembre.

La reforma constitucional tiene ínfimas chances de salir. Sólo en Diputados el oficialismo necesita 34 votos y en el mejor de los casos cuenta 25. En el Senado el PJ es mayoría. ¿Por qué insiste entonces el gobernador? Se dice que una cosa es que la reforma se diluya en el olvido y otra que la oposición se haga cargo de haberla negado. Es relativo el costo que paga la oposición por el “no”. En cambio, persistir en el tiempo con la idea de reelección puede ser un arma de doble filo.

Es difícil saber cuánta esperanza guarda Lifschitz de que le habiliten la reforma. El hecho de haber tratado de “conservadores e hipócritas” a quienes se pretende que levanten la mano por la reforma no parece que vaya a persuadirlos de cambiar de opinión, por el contrario.

Es absolutamente legítimo que Lifschitz pretenda ser reelecto con una constituyente que lo habilite. Hace más ruido que en otros casos por una tradición de sus antecesores. Obeid, Binner y Bonfatti promovieron la reforma autoexcluyéndose de buscar la reelección por el hecho de haber jurado una Constitución que no lo contemplaba. Carlos Reutemann fue la excepción. Incluso en parte del socialismo no cierra esa aspiración personal, pero hay un compromiso, desde el presidente del partido Antonio Bonfatti para abajo, de que nadie pondrá palos en la rueda. Tampoco los aliados radicales del NEO.

La reelección de un gobernador siempre mejora las chances electorales, pero cuando esa posibilidad es tan remota, lo mejor es tener un plan alternativo que quite dramatismo al futuro. Lifschitz empezó a darle rodaje a ese plan B el viernes pasado en Metropolitano. Si finalmente éste se transforma en el plan A, se abrirá otra serie de especulaciones

El discurso de Lifschitz tuvo contenido político, fue sólido y marcó diferencias con los adversarios, en especial con el gobierno nacional. Después de la goleada electoral de octubre pasado, el Frente Progresista necesitaba definiciones para que desde el primero al último de los militantes sepa dónde está parado, para qué, hacia dónde se va y por qué se está en un lugar y no en otro.

Estos aspectos son particularmente importantes para los radicales que permanecieron en el Frente Progresista, que a su vez tienen que contener a su tropa disputada por el PRO. Lifschitz les dio argumentos para que vayan a convencerlos de que vale la pena quedarse, de que tienen una gestión para mostrar y futuro hacia el cual transitar.

También las filas socialistas demandaban coordenadas claras, un tanto aturdidas por las contradicciones entre sus líderes, la imposibilidad de haber encontrado una salida al desafío de la polarización electoral de 2015 y las posiciones ambiguas con las que el gobierno provincial hasta aquí surfeaba la realidad nacional.

Toda la política santafesina entró en modo 2019. El peronismo avanza hacia un frente común (buscará hacer una gran interna que pueda contener a todas sus vertientes) por lo que profundizará su rol opositor y presionará, acotando el margen de maniobra de los grupos legislativos con mayor vocación de diálogo con el Ejecutivo.

En el caso de Cambiemos es esperable que la Casa Rosada responda al posicionamiento opositor de Lifschitz acentuando la disputa política con la provincia, con mucho uso de los medios nacionales para desgastar a los dirigentes del Frente Progresista y frenando proyectos y llegada de recursos.