Por Florencia Vizzi

Hubo mujeres en la guerra de Malvinas. Aún hoy, esa es una verdad que a muchos sigue sorprendiendo, porque fueron los soldados invisibles de una guerra cuya historia fue, por décadas, desfigurada, tergiversada y acallada. Pero hubo mujeres en esa guerra, que pusieron el cuerpo, el alma y todos sus conocimientos para defender a la patria: instrumentistas quirúrgicas, radiooperadoras, enfermeras, que prestaron servicio durante el conflicto del Atlántico Sur en la Marina Mercante, la Armada y la Fuerza Aérea.

Tras la derrota, llegó el proceso de “desmalvinización”, y la orden que se repitió en cada uno de los cuarteles y ante cada uno de los soldados fue la de mantener silencio, porque nadie debía saber lo que realmente había pasado allí.  Esa red de silencios y complicidades tuvo un capítulo aparte, y el cerrojo que se echó sobre la participación de las mujeres en el conflicto fue doblemente rígido. Tuvieron que pasar más de 30 años para que ese silencio fuera doblegado y sus testimonios comenzaran a salir a la luz, quebrando y cambiando la historia por todos conocida.

A cuarenta años del 2 de abril de 1982, las mujeres de Malvinas siguen batallando día a día para que se les reconozcan sus plenos derechos como veteranas de guerra, pero, sobre todo, para salir del olvido y la negación a la que han sido condenadas y dejar de ser tratadas, como ellas mismas dicen, como NN.

Marcadas a fuego: las enfermeras de la Fuerza Aérea

En 1980, la Fuerza Aérea hizo la primera convocatoria para incorporar personal femenino. Alicia Mabel Reynoso tenía 24 años y poco antes se había recibido de enfermera en la Escuela Superior de Santa Fe. Circunstancialmente estaba en Buenos Aires en esa época y, un poco por vocación e historia y otro por espíritu aventurero, se presentó a rendir. Así, se convirtió en una de las pioneras en ser personal militar con grado femenino. “Rendí, quedé seleccionada y después terminé jefa de enfermería del Hospital Aeronáutico Central en Pompeya”, relató Alicia en la entrevista que concedió a Conclusión.

“En 1982 nos sorprendió la guerra. Nos llamaron y nos dijeron que el destino era Malvinas, esa era la orden. Pero cuando llegamos a Comodoro Rivadavia, una de las 6 bases continentales militares en que la fuerza operó para atacar la flota, nos avisaron que nos íbamos a quedar ahí, que el hospital llegaba después y que iba a ser el hospital de referencia para todos aquellos heridos que llegaran”.

Para cuando comenzaron los bombardeos, las enfermeras no sólo se encargaban de atender a los heridos, sino que realizaban todas las evacuaciones aeromédicas. “Nos traían los heridos, a veces íbamos más abajo a buscarlos, a Rio Grande, Usuahia, Río Gallegos y los atendíamos ahí. Además, yo soy instrumentadora, así que, si había que hacer una cirugía de emergencia, el quirófano tenía que estar listo. Si después había que evacuar a otro establecimiento de mayor complejidad o porque no podía quedar internados allí más de uno o dos días, hacíamos las evacuaciones correspondientes con un médico y una enfermera”.

La madrugada del 1º de mayo de 1982, podría considerarse el inicio oficial de la guerra. Un bombardero de la Real Fuerza Áerea británica descargó un racimo de 21 bombas de mil libras sobre la pista del aeropuerto de Puerto Argentino. Horas después, los británicos desplegaron otro ataque al sur de Puerto Argentino y al día siguiente, el 2 de mayo, se produjo el hundimiento del crucero ARA “General Belgrano”.

Para las enfermeras, uno de los grandes quiebres se produjo cuando los heridos empezaron a llegar, no era sólo la brutalidad de la guerra destrozando los cuerpos, sino también el hambre y el frío, y la caída del velo sobre el el falso triunfalismo.

“Para nosotras, los soldados eran como el hermano más chico. Yo creo que la fuerza aérea estuvo acertada en poner en esa línea a las mujeres, porque fuimos un poco todo, un poco madres, un poco hermanas, un poco cartero. Yo siempre hablo del nacionalismo que tenían esos pequeños leones de 18 años, que estaban cumpliendo un servicio militar obligatorio, que ni siquiera tuvieron instrucción militar, la guerra misma fue la instrucción y que venían desorientados, con hambre y frío, mal vestidos. Y cómo era para ellos encontrarse con estas mujeres, con una palabra y un trato diferente, con un olor diferente y con una contención. Porque además del dolor que traían en el cuerpo, nos decían que querían volver, porque tenían la angustia de haber dejado a sus compañeros, a sus hermanos…”

Los ojos de Alicia brillan con lágrimas del todo involuntarias. El paso del tiempo, y las muchas, muchas veces que habló de esto en los últimos 10 años no la endurecieron lo suficiente, probablemente nunca lo hagan. El contacto con esa desolación sigue siendo una de las cosas que más la ha marcado.

“Después, cuando pudimos recuperar parte de lo que habíamos pasado, nosotras entendimos que lo que más nos grabó a fuego, aparte del dolor que traían, era el pedido por las madres: ‘llamen a mi mamá, busquen a mi mamá, traigan a mi mama´. En esa oscuridad, de noche, con frío, con viento, ver eso cuando bajábamos las camillas, nos marcó a fuego, es algo que no vamos a olvidar nunca más. Y menos, cuando fuimos madres, y mucho menos, en mi caso, cuando fui abuela, Tengo dos nietos varones, entonces, a fuego..”

El mandato del silencio

El denominador común para todas las mujeres que prestaron servicio durante el conflicto del Atlántico Sur fue el silencio. La clausura sobre esa parte de sus vidas fue tan honda que ni siquiera se atrevían a contarles a sus parejas o sus hijos. Tuvieron que pasar 30 años para comenzar a echar por tierra el mandato de callar.

“Esa desmalvinización que sufrimos todos, fue más cruel con las mujeres. Nos dolía más, más que la guerra misma, porque esta vez estábamos confrontando con nuestros camaradas, con nuestros superiores que nos decían, no, ustedes no son veteranas, a pesar de las medallas y los diplomas”, reflexiona Alicia.

Y recuerda con peso el silencio impuesto: “Nos decían usted no debe hablar, acá no pasó nada, usted no tiene que decir nada.. Al final, nos terminamos metiendo bajo ese caparazón en el que en el que nos negábamos a decir, hasta dudábamos y nos preguntábamos si no tendrían razón. Tuve que hacer una terapia muy dura para poder poner esto en palabras, al principio no podía hablar, solo lloraba”.

En el año 2009 Alicia se atrevió a decir basta, cansada no solo de la negación de su propia historia sino de la desigualdad en el reconocimiento, y comenzó a hacer públicas las fotos que daban testimonio de su historia.

“Era cada vez más claro para mi la discriminación que había hacia las mujeres, era el no por el no mismo. Tanto es así que, cuando empecé a subir las fotos y a exigir los mismos derechos que tienen nuestros compañeros, ahí la cosa se puso mucho más difícil. Las primeras fotos las subí en un álbum que decía Nosotras también estuvimos. Y me dijeron de todo menos linda. No es fácil estar en este lugar, porque luchamos con un sector de la sociedad que tiene su impronta aquí en la Argentina”.


Tan profundo fue el sometimiento al silencio que las propias hijas de Alicia sólo supieron que su madre era una veterana de guerra cuando comenzó a reclamar el reconocimiento. “La verdad es que cuando llegaba el 2 de abril, yo las obligaba a no mirar televisión, porque me hacía mucho daño. Ellas no entendían por qué. Y cuando empecé a hablar, al principio no lo entendían. Pero ahora están contentas y, creo yo, orgullosas. Solo quiero que ellas y mis nietos estén orgullosos de que un grupo de mujeres y hombres, en el año 82, dijimos presentes y su mamá y su abuela estuvo ahí”.

Un NN entre los vivientes

Hay cierta decepción en el tono de la voz de Alicia Reynoso cuando habla del camino que tuvo que recorrer hasta el fallo judicial que le otorgó sus derechos como veterana, sobre todo cuando se refiere a sus pares.

“La verdad está demostrada en las fotos, testimonios, en las cartas, en los lugares, y estamos todavía resistiendo al olvido. Cuando nos pusimos fuertes y dijimos queremos los mismos derechos que tienen nuestros compañeros, los que estuvieron en el mismo lugar, ahí fue mucho más difícil, porque nos contestaban no, vos no cruzaste. Sí, pero hay muchos otros que tampoco cruzaron y están reconocidos plenamente y yono”, resalta Alicia.

Y agrega: “Cuando empezás a preguntar por qué, y a exigir los derechos que te negaron sistemáticamente durante 30 años, te convertís en molesta, en la persona ‘complicada’… Entonces tengo que decir que me encanta ser complicada, porque estoy en la vereda de enfrente contando una historia que casi borran de la historia. O la pluralizan, como «las patricias argentinas», a las que les quitaron su identidad, «las niñas de ayohuma», sin identidad… pero las enfermeras de Malvinas tenemos identidad, tenemos voz y podemos hablar, no necesitamos que ningún historiador hable por nosotras, podemos hacerlo por nosotras mismas”.

Si bien en 1990, las enfermeras de la Fuerza Aérea fueron distinguidas en el Congreso Nacional, sus historias empezaron a salir a la luz mucho después. Y a pesar de esas distinciones, siguieron sin ser reconocidas como veteranas. Recién en el año 2012, cuando se cumplieron 30 desde el inicio del conflicto del Atlántico Sur, la Legislatura nacional les otorgó ese reconocimiento. Pero eso no les concedió la pensión que les correspondía, derecho que obtuvo por la vía judicial en mayo de 2021, 23 años después de haber comenzado el reclamo.

Sobre su decisión de judicializar ese reclamo, Alicia es contundente: “Me cansé de ser un NN entre los vivientes. Tanto que hablamos del empoderamiento, de las violencias físicas, psicológicas e institucionales… Mis compañeras y yo calificamos en todas esas violencias, entonces me fui metiendo en la lucha y llevando la bandera, no me fue nada fácil y muchas veces tuve veces ganas de abandonar. Me amenazaron, me rayaron el auto, me sacaron a empujones de la 9 de julio cuando quisimos desfilar…Pero cuando llegaba a casa y miraba la foto de mi vieja, que falleció hace muchos años, pensaba: ‘si vos pudiste, con 33 años y 8 hijos, viuda, hacernos estudiar a todos, yo voy a poder ganarles y voy a sacar la verdad. Y la verdad salió. Logré que la Justicia me vea. Nadie nos había visto, ni los gobiernos que pasaron hasta el año pasado, ni los jefes que estuvieron, y ningún presidente, salvo el año pasado el señor presidente Alberto Fernández que nos eligió para el institucional de presidencia y que fue toda una novedad, y me dijeron de tooooodo… pero que digan lo que quieran, yo estuve, se por qué tengo esta medalla, yo tengo orgullo de tener esta medalla, no la compré en Mercado Libre y lo puedo demostrar”.

Fallo judicial con perspectiva de género

Tras 23 años de litigio, el 6 de mayo de 2021, la Sala II dela Cámara de Apelaciones Federal de la Seguridad Social de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires falló a favor de Alicia Mabel Reynoso, reconociéndola como “veterana de guerra” y reconociendo su derecho a percibir los beneficios de los ex combatientes, regulados por la ley 23109 y el decreto 1244/1998

Para rechazar el reclamo de Reynoso, la Fuerza Aérea argumentó que las enfermeras no participaron en acciones bélicas dentro del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur.

Pero en el fallo los camaristas afirman que el “punto clave radica en decidir si el personal militar enfermería de la Fuerza Aérea Argentina, por sus servicios prestados en el hospital de campaña reubicable de Comodoro Rivadavia, reviste o no la condición de ex combatiente por su participación en el conflicto bélico de Malvinas, con derecho al beneficio”.

Los magistrados señalaron que, para el otorgamiento de las pensiones, el decreto 886/05 señala que deben otorgarse a «los soldados conscriptos, oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que hayan estado destinados en el Teatro de Operaciones Malvinas (TOM) o entrado efectivamente en combate en el área del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) y a los civiles que se encontraban cumpliendo funciones de servicio y/o apoyo en los lugares antes mencionados”.

Por tanto, sostienen que resulta “discriminatorio” que se excluya a las enfermeras del beneficio porque “es posible en el caso de un civil enfermero” que se le reconozca el beneficio “por simple hecho de haber desarrollado tareas de apoyatura y que “a la alférez enfermera Reynoso, quien fuera oficial en actividad de la Fuerza Aérea Argentina al momento del conflicto, le impone la exigencia extra de haber tenido que entrar efectivamente en combate, requisito que es de imposible cumplimiento. No solo debido a la especial protección que reviste el personal sanitario sino a que expresamente se los excluye del derecho a participar directamente en las hostilidades”.

Los camaristas también apuntaron que “pensar en un combate físico solamente, y excluir la labor de la enfermera no solo lleva a invisibilizar su contribución al esfuerzo bélico, sino que a su vez prolonga la pervivencia de estereotipos en la sociedad. Hay muchas maneras de ‘participar en combate’. La actora lo hizo desde su rol de enfermera que debe ser computado a la hora de evaluar la procedencia del beneficio de Seguridad Social que reclama”.

«Reconocer una ‘veteranía de guerra’ despotenciada o en grado inferior, en la medida en que no se presenció combate como aduce la parte demandada (Fuerza Aérea), es –en el caso de la actora, enfermera de campaña– perpetuar prejuicios sociales y culturales que deben ser desterrados”, concluye la sentencia.

No les tuve miedo y aquí estoy
A 40 años del conflicto del Atlántico Sur, y con el inmenso recorrido por el reconocimiento de las mujeres que prestaron servicio, Alicia remarca que nunca la movió ningún interés económico. “No se trata de una pensión, se trata del reconocimiento que nos ha sido sistemáticamente negado por nuestros pares y por la sociedad”.

“Esos jóvenes que en 1982 dijimos presente, tienen que ser referencia, espejo, porque dijimos presente más allá del bolsillo, eso no nos importaba, habíamos jurado defender la patria y así lo hicimos. Esta generación marcó el amor a la patria. Estas mujeres estuvimos presente y nos olvidaron. Y estas mujeres nos empoderamos, desde el respeto, no fuimos ni la esposa de, ni la madre de, ni la hija de, estábamos ahí cara a cara, en el mismo lugar, bajo las mismas órdenes de guerra y bajo el mismo código de justicia militar, pero había que ocultarlas, y casi lo logran” reflexiona.

«No fue una lucha fácil, amenazas, golpes, empujones, difamación, mucha difamación, porque hasta se animaron a decir que fuimos a ‘alegrar la tropa’. A esos “poco hombre” les digo, que no les tuve miedo y que aquí estoy. Y ojalá que todas las mujeres argentinas, cuando alguien les quiera poner el pie adelante se acuerden de estas 14 mujeres que hemos luchado por la igualdad”.