Por Facundo Díaz D’Alessandro

Si alguien le preguntaba a Alberto Fernández si soñaba con ser presidente, a esta altura de su vida, por ejemplo un año atrás, muy posiblemente la respuesta hubiese sido risueña, es decir con nulas expectativas o por lo menos improbables.

El camino que lo llevó a la presidencia del país, que asumirá el próximo 10 de diciembre, puede ser analizado desde distintas ópticas, ninguna que obvie como parada providencial su «reconciliación», a inicios de 2018, con quien fue su compañera de fórmula y será su vicepresidente por los próximos 4 años, Cristina Fernández de Kirchner, tras diez años de desencuentros, con duras críticas incluidas, en especial durante el segundo mandato de CFK.

Nacido y criado en la ciudad autónoma de Buenos Aires hace poco más de 60 años, Fernández, hijo de un juez federal, se recibió de abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) en 1983, tras el retorno democrático, mismo año en que se afilió al Partido Justicialista.

En la mencionada casa de estudios conoció, por ejemplo, a Jorge Argüello y Eduardo Valdés, quienes aún hoy mantienen relación con el presidente electo y hasta suenan para ocupar cargos importantes en el Gobierno que se iniciará en diciembre próximo.

En su larga y nutrida trayectoria política, especialmente relacionada a la función pública, Fernández fue haciéndose de otros tantos conocidos y allegados, con vínculos y relaciones que fueron aceitándose o deteriorándose con el paso de los años y gestiones.

Ese entramado de subjetividades llegó a su punto cúlmine cuando asumió la Jefatura de Gabinete en 2003, con Néstor Kirchner como presidente.

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A instancias de éste, fue el padre de la «transversalidad» que alcanzó su máxima expresión con la fórmula de Cristina Kirchner con el radical Julio Cobos, ganadora en las elecciones de 2007, luego de sortear a partir de ese mapa de «acuerdos políticos» las esquirlas de la crisis de 2001 y el «que se vayan todos».

Antes de ese hito, cumplió funciones como asesor del Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires y de la Cámara de Diputados de la Nación Argentina, Director de Sumarios y Subdirector General de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía de la Nación.

También presidente de la Asociación de Superintendentes de Seguros de América latina entre 1989 y 1992, cofundador de la Asociación Internacional de Supervisores de Seguros, negociador por Argentina en la Ronda Uruguay del GATT y en el Grupo de Servicios Financieros de Mercosur.

En el año 1992 fue destacado como uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes de la Argentina, entre otros junto a Gustavo Béliz, Martín Redrado y Julio Bocca. En 1999 asumió como Director del Programa de Transparencia en las organizaciones Públicas y Privadas de la Universidad de Buenos Aires.

Ya en el año 2000 integró las listas de candidatos a legislador de la Ciudad de Buenos Aires por la coalición denominada Encuentro por la Ciudad, liderada por Domingo Cavallo como candidato a Jefe de Gobierno y Gustavo Béliz como candidato a Vicejefe.

A pesar de que esa lista no resultó vencedora, Fernández logró ingresar al parlamento porteño.

Luego de su paso por la máxima esfera de la gestión nacional, en 2008 se alejó a poco de comenzar el primer mandato de Cristina Kirchner, luego de la crisis que enfrentó a ese Gobierno con el agro. En ese entonces, Fernández fundó su propio partido político, PARTE.

Más tarde, y tras ungirse como un crítico moderado (y no tanto) del kirchnerismo, se alió al Frente Renovador de Sergio Massa. En 2017 fue jefe de campaña de Florencio Randazzo en su lanzamiento como candidato a senador nacional, una elección en la que no tuvo un buen desempeño.

A inicios de 2018, unidos por el «espanto» al presidente Mauricio Macri, por su antiguo cariño y, seguramente, como todo político que se precie de tal, por conveniencia, su camino volvió a cruzarse con el de Cristina Kirchner, quien lo señaló como «su» candidato. El resto es historia más reciente, y conocida.

Pero sin duda, el ascenso de Alberto F. está ligado en primer término a su condición de «moderado» (puede ‘rosquear’ con empresarios y banqueros, acordar con sindicalistas y tocar la guitarra con Gustavo Santaolalla), pero ineludiblemente no hubiese existido para él 10 de diciembre sin la selección de la que hoy por hoy, más allá de cualquier crítica a su gestión, es la estratega más audaz de la política vernácula.

El camino de su presidencia, que comenzará a recorrer de ahora en más, irá por su cuenta.