Por Facundo Díaz D’Alessandro

El inicio del derrotero puede haber sido el final opaco de Belgrano, cuya solvencia intelectual y praxis militar, superiores a la media, lo colocaron rápidamente “como sobrevolando a los actores del poder”, lo cual terminó por permitirles a quienes manejaban sus instrumentos, a su modo, alejarlo del núcleo decisorio, pero sin querer acercándolo a la gente, al pueblo profundo de Hispanoamérica; de expedición en expedición, hasta que su salud cedió, en el ostracismo y la pobreza de 1820, cuando en un lamento (“ay Patria mía”) dejó ir su último suspiro, ante la certeza de la obra inacabada.

Su vida podría ser una metáfora perfecta argentina: entregó todo, tuvo gloria y descendencia, terminó consumido y arruinado. En el olvido nunca estará y por ende no necesita que vengamos a sacarlo de allí. Pero si aclarar algunos tantos. En principio: no era un ‘buenito’, no era débil de carácter, no era un impulsor del libre comercio sin más, y tenía un objetivo, casi una obsesión: la unidad política desde Lima hasta Buenos Aires.

Belgrano podría ser analizado desde muchos lugares: como político, estadista, promotor de la educación, como periodista, economista, diplomático, militar y hasta dos rasgos que recientemente se han descubierto: precursor de la vacunas y del cuidado ambiental.

Su carrera militar oficialmente se da en la década de 1810 hasta su muerte en 1820 pero inicia algo antes, durante las invasiones inglesas de las que participa y donde, herido en su orgullo, se encomendó a la tarea de aprender a desenvolverse en el plano miliciano.

“Ninguno sabía qué tenía que hacer”, admite en sus memorias. En ese combate en la barranca, cuando empiezan los ingleses, al primer cañonazo se dispersaron y no tuvo “otra cosa que hacer”. “Nunca tuve tanta vergüenza, y ese día me establecí el firme propósito de conocer el arte militar”, añade en esa publicación. En 1807 ya es sargento mayor del regimiento de patricios.

Y es que a la hora de pasar del pensamiento a la acción, las ideas de Belgrano quedan aún más claras. Lo suyo no podía ser solo un despliegue intelectual. Su determinación fue depositada en el Ejército del Norte, el cual San Martín le encomendó para avanzar a la postre con una ofensiva de pinzas sobre el Alto Perú, zona clave por la relevancia de Potosí, ciudad equidistante entre Buenos Aires y Lima y que llegó a brindar el 80% de la plata circulante en el mundo.

Cuando San Martín se traslada a Mendoza para formar el Ejército, donde va a iniciar la gran campaña que  consolida la independencia nacional, él encarga y pondera la capacitación e idoneidad de Belgrano para hacerse cargo del Ejercito del Norte.

Pero antes, la primera expedición que encabezó Belgrano sería a Asunción, hacia finales de 1810, para intentar sumar el apoyo de esa provincia en el camino resuelto en el Cabildo de Mayo. Ese objetivo fracasaría, pero aportaría una experiencia que comenzaba a forjar el carácter de un general, muy a contramano de lo que se ha intentado instalar sobre su figura, era idóneo y de extrema severidad.

En ese itinerario, que obviamente no incluía ni avión ni barco sino carreta y caballo, un sacrificio inaudito, llegan a Corrientes, y en dos parajes, Mandisoví y Curuzú Cuatiá (hoy ciudades), Belgrano deja su impronta en el Reglamento para el Régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 Pueblos de las Misiones (con fecha del 30 de diciembre de 1810 y que servirían de base años después para la conformación de la Constitución de Alberdi) que elaboró en su expedición hacia esa zona, en medio de condiciones sumamente adversos y durante la noche, ya que los días se colmaban en las tareas militares de la campaña.

Luego vendrían, entre otras, las triunfantes batalles de Salta y Tucumán, en las que ante condiciones desfavorables logró retener esos territorios ante avanzadas realistas, en conjunto con algunas elites locales que buscaban socavar la Nación incipiente. Un desobediente Belgrano se mostraría aquí en todo su esplendor, en un claro hito de su gesta independentista por la unidad Hispanoamericana: si bien la orden desde Buenos Aires era “retroceder hasta Córdoba”, Belgrano hizo caso omiso y logró que al día de hoy, lo que actualmente es la Argentina no sea una patria aún más chica y que América del sur no esté aún más fragmentada de lo que está.

Además, en esa acción se ve clara la dicotomía entre las dos posiciones epocales, a veces confusas en la entremezcla del proceso de emancipación de la corona española. Por un lado, el proyecto anglo porteño, de una patria chica, hasta donde llegaran las redes de distribución (¿acaso contrabando?), sin importar lo que pasase más allá de esa frontera imaginaria que delimita casi el territorio que domina una mafia.

En la otra parte, un Belgrano que ya tenía en claro en su cabeza que para poder insertarse en el mundo del siglo XIX, sin quedar a la merced de potencias ya conformadas, las provincias del Río de la Plata y el Alto Perú debían ser una misma unidad geopolítica.

Esa visión era claramente compartida por San Martín y ambos pusieron mente y manos en eso, tras los dos meses que pasaron juntos, reordenando y reorganizando el Ejército en la zona de Tucumán, luego del primer encuentro en la posta de Yatasto.

En su fallida excursión a Potosí, Belgrano aprovecharía para ver con sus propios ojos la vastedad del territorio a amalgamar, en cálculos para una eventual futura empresa exitosa. Esta y otras derrotas en esa zona son las causantes de la “fama” de militar poco preparado, imperfecto o débil, algo comprobadamente falso. Mandaba a fusilar desertores, colgaba algunos enemigos en plaza pública, quiso volar el centro de Potosí con daños irreparables, entre otras cosas que desmienten esa supuesta “ternura” con la que se buscó revestirlo, quizás por conveniencias políticas de algún periodo, para mancillar su verdadero legado y presentarlo como un prócer domesticado. El propio general San Martín diría de él: “Belgrano es lo mejor que tenemos en América de Sur”.

Ese ímpetu y esa visión geopolítica, serían lo que lo define además como su carácter de estadista destacado. Otros ejemplos claros: esbozó hacia 1819 un proyecto de Constitución para el territorio que iba a Lima a Buenos Aires. También se sabe que se realizaba la traducción del discurso de despedida de Jorge Washington, el presidente estadounidense, siempre atendiendo a las posturas de líderes de la época pero con los pies en su territorio, sin renunciar jamás al intento de construcción de esa unidad política continental.

Ese proyecto quedó trunco con su partida, gestas de esa magnitud requieren la conjunción de hombres y circunstancias y Belgrano era evidentemente imprescindible para esa construcción. Pero contrariamente al pesar que sufrió en sus agonía, pocos hicieron más que él para resguardar los intereses del pueblo hispanoamericano, el cual estaría aún más dividido y a la deriva de lo que está, sino fuera por su arrojo, desobediencia y visión estratégica.

>> Sobre la vida y pensamiento del prócer: Belgrano y la vigencia de su proyecto: el pensamiento del hijo desobediente de la Patria

Edición: Santiago Fraga