Por Florencia Vizzi

«Parate en esta esquina y empezá a laburar porque sino te traigo la cabeza de tu hija en la mano». Jota Ele tenía 17 años cuando escuchó esa frase, que provenía de boca del hombre que se había comprometido a ayudarla. Y su hija, sobre la que pesaba la sentencia de muerte, tan sólo un año. Este lunes, la Justicia Federal de Rosario comenzó a juzgar al hombre que captó a la adolescente, que se encontraba en un grado de extrema vulnerabilidad, y la obligó a prostituirse, ejerciendo sobre ella una extrema violencia física y psicológica. En el banquillo de los acusados estarán sentados además, un matrimonio acusado de facilitar el lugar para que la explotación se consumara.

En diciembre del año 2013 Jota Ele se encontraba en una situación límite. Tenía una hija de un año y grandes dificultades para mantenerla, un contexto familiar y económico muy complejo y el consumo problemático de drogas y alcohol estaba haciendo estragos en su día a día. 

Ese 24 de diciembre, la joven tuvo un gigantesco pleito con su madre que, desbordada y con pocas herramientas y posibilidades de contención, le pidió que dejara a la pequeña allí y que se fuera de la casa. Jota Ele lo hizo y, sin rumbo ni Navidades a la vista, se cruzó con Orlando Omar Heredia, un personaje a quien conocía desde hacía un par de años del barrio  y con el que se relacionaba esporádicamente.

El hombre puso frente a ella una oferta más que tentadora: un trabajo en Santa Fe en el bar de unos amigos por unas semanas. Eso le permitiría ganar algo de dinero para volver por su hija. La joven no lo dudó, se subió a la moto y partió a Santa Fe bajo lo que parecía un ala protectora. Pero, de repente, el ala protectora mutó de rostro y, casi un mes después, el 19 de enero, Jota Ele llegó a la sub comisaría 17ª de Santa Fe, descalza, con la ropa desgarrada, la clavícula quebrada, los ojos en compota, mútliples hematomas en cara, cabeza y cuerpo y en estado de shock. 

En el lapso de tiempo transcurrido entre su llegada a Santa Fe y su llegada a la comisaría, Jota Ele transitó un derrotero de espanto. «Estuve dos días bien y cuando quise volver porque quería ver a mi hija, me dijo que no me iba más de ahí. Después de los tres días, entre los tres, cuando me quise volver, me metieron en una pieza, me encerraron… de ahí me sacaban a la noche para llevarme a prostituir en una esquina. Me llevaron a una esquina con travestis y Mario siempre atrás mío, todas las noches». 

De la promesa a la explotación

Cuando ambos arribaron a Santa Fe se alojaron en barrio Acería, en un departamento de un medio hermano de él. Pocos días después de llegar, la naturaleza de la relación entre ambos se transformó. Heredia dejó de ser amistoso y se dedicó a consumir «drogas y alcohol todos los días» . Una noche le dijo que se vistiera para salir y llevó a Jota Ele a una esquina en la cual la dejó para que empiece a «laburar» bajo amenaza de muerte hacia ella y su hija.

Mientras en Casilda su madre la buscaba por todos los lugares conocidos, Jota Ele era obligada a prostituirse a diario contra su voluntad. No tenía ningún tipo de control sobre la situación , ni acceso al dinero que los clientes pagaban ni posibilidad de negarse o volver su ciudad.

«Él estaba conmigo todo el tiempo, no me dejaba sola ni un rato porque tenía miedo que yo me escape, me tenía todo el día encerrada en la pieza, salía a las nueve y hasta las seis y media de la mañana», relató la joven  durante la investigación de la causa.

De acuerdo a su relato, Heredia no la dejaba ni a sol ni a sombra, además, era él quien pactaba el monto con los hombres que llegaban «todo el tiempo» a la esquina y recibía el pago. El lugar en el que todo se consumaba era un departamento, propiedad del matrimonio Escalante – Martínez, ubicado en Aguado al 6800.

En otra ocasión, cuando intentó negarse a prostituirse, Heredia le propinó una brutal golpiza y la amenazó repetidamente con un arma de fuego. Muchas veces la «empastillaban» para tenerla bajo control,  y volvían a encerrarla  hasta que fuera la hora de salir nuevamente. 

A pesar del encierro y el extremo control, la joven intentó pedir ayuda y escapar. La primera vez lo hizo a través de un mensaje de texto que le hizo llegar a su padre desde un celular que encontró una tarde cuando Heredia dormía. El mensaje llegó y cuando su papá quiso comunicarse con ese teléfono fue atendido por una mujer que dijo no saber nada.

También hubo una llamada a un conocido del barrio en el que vivía la madre de la joven para que le avisaran a la mujer que estaba desesperada y necesitaba ayuda.

En tanto, la madre de Jota Ele también continuaba su búsqueda. Interrogó a amigos, vecinos y conocidos y fue durante esos días que escuchó por primera vez que se la habían llevado a Santa Fe y que la estaban obligando a prostituirse.

Así, tres días antes de la llegada de Jota Ele a la subcomisaría 17ª de la capital provincial, la mujer realizó la denuncia en Casilda por la desaparición de su hija.

La huída

El desenlace del brutal derrotero que tuvo que atravesar Jota Ele se produjo el 19 de enero, cuando, logró correr por su vida. «Había una persona que me estaba ayudando a escapar, un chico… lo conocí ahí en la esquina donde siempre me paro…él me iba a ayudar para que me vaya a Casilda de nuevo. Me iba a dar parra el pasaje y me mandaba en colectivo… Cuando salí para escapar, me agarró Mario de atrás, sacó un arma y lo quiso matar al chico, eran tipo seis y media y Mario me agarró, me pegó, me hizo subir a la moto y empezó a perseguirlo con el arma. Para que no lo mate, porque lo iba a matar, me tiré de la moto, me volvió a subir a la moto y me llevó».

No terminó ahí. Al llegar a la casa de los amigos de Heredia, este la subió «de los pelos y a las tromadas» al segundo piso y la tiró por las escaleras. Y tampoco terminó ahí. Así lo telató Jota Ele: «Me entró y me pegó trompadas y patadas en la cara y en todo el cuerpo, me tiró en el sillón y me cortó con un cuhillo la ropa y las zapatillas, me cortó la oreja… después me metióen un baño con agua fría y me empastillaron . Había cinco personas en esa pieza y me pegaban para que no me duerma. A cada rato entraba Mario y golpeaba. Me golpeó hasta las cuatro de la tarde y me amenazó que me iba a matar a mi y a mi hija». 

La joven logró escapar horas después, cuando su explotador, después de intentar apuñalarla con un destornillador, y cansado de golpearla, se quedó dormido. La mujer que los había alojado  le tendió una mano y la ayudó a salir. Como pudo, descalza, con la ropa desgarrada, el cuerpo destrozado y en absoluta soledad, la joven logró encontrar la sede policial donde pidió ayuda. Allí supo que, tres días antes, su madre había hecho la denuncia por su desaparición.

Acusación y juicio

La causa, que comenzó a ser juzgada este lunes por el Tribunal Oral Federal Nº 3 de Rosario, integrado por los jueces Osvaldo Facciano, Eugenio Martínez y Ricardo Vázquez, tiene a tres imputados en el banquillo, Orlando Mario Heredia, Raquel Escalante y su esposo Miguel Ángel Martínez.  Sobre ellos pesan los cargos de trata de persona agravada por tratarse de una menor de edad y consumación de la explotación sexual agravada por ser la víctima menor de edad.

Según consta en el requerimiento de elevación a juicio, el fiscal Claudio Kishuimoto especifica que «han sido colectados los elementos de prueba que permiten afirmar que Heredia captó, trasladó y acogió a Jota Ele con fines de explotación sexual, como también Raquel Escalante y Miguel Ángel Martínez intervinieron en uno de los tramos del delito al haber acogido a la víctima con la misma finalidad».

«Concretamente a Orlando Mario Heredia se le atribuye la captación, el traslado y el acogimiento de Jota Ele a la fecha de los 17 años de edad, con fines de explotación sexual; habiendo actuado bajo engaño y amenazas y aprovechándose de la situación de vulnerabilidad de la víctima». 

«A Escalante y Martínez se les atribuye el acogimiento de Jota Ele con fines de explotación sexual; habiendo actuado bajo engaño y amenazas y aprovechándose de la situación de vulnerabilidad de la víctima». 

«En estos casos corresponden penas altas», explicó el fiscal Federico Reynares Solari, encargado de llevar el juicio adelante, en relación a la cantidad de años que podrían recibir los acusados. «A los tres le corresponde la misma pena, en este caso, sería una pena mínima de 10 años, porque se trata de una menor».

En cuanto a la particularidad de la investigación, Reynares detalló que «generalmente estos casos no surgen como investigaciones sino que explotan a partir de la denuncia de la víctima». «Lo que dice la víctima está corroborado por otros elementos de prueba, pero la base, la prueba fundamental es el relato de la víctima. En este caso, el relato es coherente, es concordante y se puede probar con otros elementos de la causa. La prueba del hecho en sí mismo, de la explotación sexual, es el testimonio. Nosotros lo que hacemos es una interpretación muy fina de esos relatos y aportamos las pruebas que lo corroboren».