Por Alejandra Ojeda Garnero

Ni el infierno… Ni el fuego y el dolor son eternos. León Felipe

Corría diciembre de 1995, todo era felicidad, Facundo de apenas 2 años era todo para esa madre que vivía con su familia en una casa que compartían en la zona sur de la ciudad. El destino quiso que todo se diluyera en un abrir y cerrar de ojos. La vida, el destino, o vaya a saber qué, cruzó el camino de María Eugenia con el de Oscar Alberto Racco. Ella tenía 19 años, él 35. De la mano de ese hombre que al principio era caballero, amable, atento y protector, María Eugenia traspasó las puertas del infierno, de donde pudo salir 23 años después. Ella 42 años, él 58. Ya no era la misma de aquel entonces, no sabía quien era y tuvo que reconstruirse como mujer, como madre, como hija, como hermana, como ser humano… a tal punto de preguntarse ¿quién soy?… la respuesta tarda en llegar después de tanto daño… pero sin dudas en algún momento llegará y tantos años de oscuridad quedarán encerrados en el baúl de los recuerdos que nadie quiere recordar…

El 6 de agosto de 2021 fue un punto de inflexión para María Eugenia, el fin de una etapa y el puntapié inicial para un nuevo comienzo. Un tribunal, integrado por los jueces Nicolás Vico Gimena, Nicolás Foppiani y Rafael Coria, condenó por unanimidad a Oscar Alberto Racco a la pena de 26 años de prisión por los delitos de «privación ilegítima de la libertad, reducción a la servidumbre, abuso sexual agravado por el uso de arma de fuego, por acreditación de pruebas suficientes y fundantes de su responsabilidad». La sentencia fue clara, contundente y reparadora, porque los jueces no solo creyeron en el relato de la víctima sino que la fiscal Luciana Vallarella recolectó absolutamente todas las pruebas materiales que acreditaron los dichos de María Eugenia, además de los testimonios de familiares, amigos y vecinos de la casa de Santiago al 3500 donde permaneció secuestrada por 23 años.