Un hombre fue condenado a prisión perpetua por la muerte de su pareja, simular un juego sexual y robarle pertenencias. La víctima estaba atada a la cama, con manos y pies atados; y la cara encintada lo que provocó la muerte por asfixia.

El tribunal integrado por los jueces María Trinidad Chiabrera, Facundo Becerra y Gonzalo López Quintana condenó a Eduardo Andrés Acosta a la pena de prisión perpetua por haber matado a su pareja sexual asfixiándolo cuando se encontraba atado a la cama.

Acosta y Martín se conocían hacía un año y tenían encuentros sexuales periódicamente. El 28 de noviembre de 2018 estuvieron juntos en el departamento de la víctima entre las 18 y la medianoche. Martín le había pedido al amigo con el que vivía que lo dejara solo para verse con Acosta.

Cuando volvió, lo encontró atado a la cama, sin ropa y con la cara completamente encintada. Para la fiscalía y la querella, Acosta se aprovechó de la relación de confianza e intimidad que tenían para llevar a cabo su plan criminal: uso sábanas y cordones para atarlo a la cama de muñecas y tobillos y luego le encintó la cara hasta asfixiarlo. Al retirarse del lugar se llevó una mochila, una computadora, un celular y dinero en efectivo con el que la víctima pensaba comprar una nueva moto.

El fiscal Gastón Ávila calificó esta conducta de homicidio agravado por alevosía y criminis causa en concurso real con robo y por lo cual había solicitado la pena de prisión perpetua, que el Tribunal confimó hoy.

La defensora María Celia Pasquali había planteado que la acusación buscaba hacer pasar a Acosta como “un ser perverso y calculador, pero eso está absolutamente alejado de la realidad”, dijo al inicio del debate. Argumentó que Acosta en el momento de los hechos tenía 26 años y se dedicaba al cuidado de adultos mayores, uno de los grupos más vulnerables de la sociedad. Consideró que Acosta y Martín “buscaban juntos el placer de un modo que puede ser considerado poco convencional pero no prohibido, un juego sexual consentido que tuvo consecuencias que al momento del goce no fueron advertidas” por Acosta, y que cuando se dio cuenta de lo sucedido el temor lo hizo huir, llevándose una mochila del lugar para guardar sus pertenencias. Pidió la absolución.