Por Alejandra Ojeda Garnero

El hombre es el lobo del hombre. Thomas Hobbes

El 22 de marzo de 2014 David Moreira junto a un cómplice, Isaías, intentaron arrebatar la cartera a una joven que caminaba por Marcos Paz y Liniers, de barrio Azcuénaga. Ante la resistencia de la víctima, ambos desistieron y emprendieron la fuga en moto, pero un auto los interceptó y continuaron la huida a la carrera. Isaías logró escapar, pero David fue alcanzado por un grupo de vecinos enardecidos que le propinaron una brutal golpiza hasta dejarlo inconsciente. No conformes con eso, le tiraron encima de su cuerpo ya inerte, la moto que había quedado destrozada en la calle.

David sufrió severos traumatismos de cráneo con pérdida de masa encefálica y tres días después murió en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez. En tanto, Isaías fue condenado a cinco años de prisión por tentativa de robo, pero por otro hecho de similares características, ocurrido un año después.

Mientras tanto, los responsables de la brutal golpiza continúan en libertad, excepto uno de ellos, Nahuel Yamil P. que reconoció su participación en el hecho, y firmó un juicio abreviado en septiembre de 2019. Los otros dos acusados, Gerardo G. y Cristian A., serán juzgados en un juicio que tenía fecha para mayo de 2021 pero se postergó, aún sin fecha definida.

En un principio, ambos fueron imputados por homicidio en agresión, delito que tiene una pena prevista de 2 a 6 años de prisión.

David era un chico como cualquier otro, tenía 18 años y vivía en un barrio humilde de la ciudad, precisamente en Pedro Lino Funes al 600 bis, casi en el límite donde se unen Empalme Graneros con barrio Azcuénaga. Compartía una modesta casilla con su madre, su hermana que estaba por cumplir 15 años y dos hermanos más pequeños. Desde que sus padres se distanciaron, el se puso al frente de la casa. Para llevar algún dinero a la casa, para afrontar los gastos diarios hacía algunas changas como albañil. “Era un buen chico”, decía su madre. Era un chico tímido, introvertido. No tenía antecedentes penales. Y se lamentaba “lo hubiesen entregado a la policía si cometió un delito, hoy estaría vivo”.

La justicia por mano propia llevará a la humanidad a un estado primitivo donde regía la ley del Talión, en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido, obteniéndose la reciprocidad.

En esta entrega de Iter criminis dialogamos con Norberto Olivares, abogado querellante quien reflexionará sobre el quiebre de la sociedad ante estos casos aberrantes que, lamentablemente siguen ocurriendo.