Nacido en Santa Fe, su origen humilde y la necesidad de aferrarse al sueño de un futuro mejor  lo empujaron hacia Rosario. No olvida los días en su ranchito del Barrio Pompeya, ni el sacrificio de un padre albañil y una madre que se puso al hombro la crianza de 7 hijos.

No le tiembla la voz cuando recuerda que su viejo cirujeaba para poder “parar la olla” de su casa. “Siempre me inculcaron que estudiara, que ése era el camino”, cuenta con un dejo de profunda tristeza Misael Vega en diálogo con Conclusión.

El amor se cruzó en su vida, “conocí a mi compañera a los 19 años, al poco tiempo tuvimos una hija, realidad que me empujó a tener que doblegar esfuerzos para poder sobrevivir”. La búsqueda de trabajo no lo condujo a lo que tanto anhelaba, “repartí muchos CV, tenía y sigo teniendo la enorme necesidad de trabajar. Empujado por una asfixiante realidad, conozco a unos pibes bárbaros que me enseñaron el oficio de limpiavidrios, lo que me sirvió para poder llevar un plato de comida a mi hogar”, cuenta Misael.

Pero el camino le mostraría lo que para el significaría una impostergable salida laboral, “limpiándole el vidrio a un móvil policial, el oficial me dice que estaba abierta la inscripción y de sortear el psicofísico tenía un pie adentro”. Y Misael no dudó un segundo, se acercó a la Escuela de Policía-ISeP  (Alem 2050) superando el examen psicológico pero no así el físico, “tenía problemas dentales, los cuáles a costa de comer arroz hervido con mi familia durante muchos días pude solucionarlo para de esa manera ingresar”, narra el ex cadete Vega.

El comienzo del suplicio

El pibe nacido en barrio Pompeya, viviría momentos escalofriantes. “Lo que más me impactó, lo que me atravesó profundamente, es que en la escuela no dejaron nunca de tratarme como un “caco”, y esto tiene su argumento en que mi oficio, obligado por cierto, era de limpiavidrios o trapito”, enfatizó.

Misael repite en reiterados oportunidades la palabra “ejecutar”, consultado por el significado de la misma dijo: “lo podemos comparar con el <baile> de la colimba, me atormentaron de un manera notable para quebrarme y lograr su cometido, que no era otra que acceda a abandonar el instituto. No dudaron en hacerme saber que a la gente como yo la perseguían en las calles, y tener a alguien así dentro de la fuerza era un deshonra”.

Las sanciones, algo que comenzaron a avanzar de manera sostenida, “hubo cadetes de segundo año,  no todos, que se encontraban muy cercano a los jefes que colaboraron mucho en buscarme y empujarme a cometer errores para que los mismos sean apercibidos. Es muy triste saber que quedo fuera de la fuerza por vivir en un barrio marginal y ganarme la vida de limpiavidrios, esto a las jerarquías del ISeP les quitaba el sueño. Tal es así que me dan la baja por comer una naranja afuera de la peluquería algo que no estaba penado, a las claras estaban buscando cualquier cosa para separarme de mi sueño”, expresa con un profundo dolor.

Los días de Misael Vega están atravesados por la angustia y la desesperanza, una de las tantas historias de nuestros jóvenes que empujados por la necesidad de abrazar una salida laboral, chocan de frente contra un sistema que los aborrece.

“Debido a que tenía guardias sábados y domingos, no pude continuar con mi actividad, ya que estaba abocado a lo que me encomendaban desde la Escuela de Policía. Salí más pobre de lo que ingresé, y con un futuro borroso gracias al destrato y humillación a la que me sometieron. Es por ello que quiero visibilizar no sólo mi situación, ya que tengo la certeza que existen muchísimos casos de similares características a las mías”, concluyó.

El ex cadete de policía no duda en denunciar los maltratos y ninguneo a los que fue sometido por parte de la Sub Inspector Lorena M. Un relato en carne viva que no hace otra cosa que profundizar la desconfianza social que existe para con la Institución policial.