Por Carlos Duclos

“Esta es una sociedad en la que hay demasiados vagos y rosqueros -dijo exaltado el profesor en la cátedra- una sociedad en la que las vocaciones se están extinguiendo y en donde la mediocridad hace alarde de sapiencia”. En la facultad se hizo silencio; los alumnos no estaban acostumbrados a tales arengas pedagógicas. Porque hay que aceptarlo, en no pocas casas de estudios de Argentina la mediocridad repta y la rosca es más importante que Aristóteles. A veces, como dijo un ilustre magistrado, “la facultad es no más que un antro que pretende catapultar políticas partidarias o profesionales devenidos funcionarios, lograr puestos en…”. Bueno… pero el asunto son las vocaciones.

La vocación, el amor por una profesión o un trabajo, cualquiera sea, es, en efecto (y hay que coincidir con el docente) una especie que se va extinguiendo para mal de todos. No quedan muchos médicos como el cardiólogo Guido Reitich (vaya el homenaje al médico ya desaperecido y en él a todos los grandes médicos que aún tienen vocación) quien entrando al cine un sábado a la noche con su esposa le suena el celular y del otro lado una voz desesperada le pide auxilio. Reitich dejó a su mujer que volviera a su casa y él corrió al lugar donde estaba el paciente al que lo salvó de morir infartado.

De periodistas y funcionarios públicos

Hace ya muchos años, cuando los periodistas no conocían ni la computadora, ni el copiar y pegar, ni el celular, y la vieja máquina de escribir Remington y la goma redonda eran todas las herramientas a mano para redactar una noticia, el Chango Sala, cuando aún estaba en la sección policiales de La Capital, o Gary Vila Ortiz (para recordar en ellos a los grandes periodistas que dio nuestra ciudad) se mandaban no menos de dos o tres notas diarias cuyo contenido era un lujo para el lector. No había horarios y más de una vez los cronistas que cubrían el Concejo (que en la década del 80 sesionaba de noche) se quedaban hasta la una de la madrugada, o más, redactando la crónica de lo que había sucedido en el recinto, después de haber cubierto por la tarde algún otro suceso.

¿Los profesionales de antes, en todos los sectores, eran mejores, más inteligentes, más eruditos, más…? Posiblemente no, pero tenían vocación, amaban lo que hacían y le dedicaban a la profesión su tiempo y más. Si el lector se sienta en un bar hoy, advertirá que debe esperar para que lo atiendan, esperar para que le traigan el servicio y esperar para pagar. Los mozos vocacionales, los que amaban su profesión, los que eran ciertamente profesionales, han desaparecido o quedan pocos. También ha desaparecido el amor por lo que se hace en otros trabajos, en otras profesiones. Hay una degradación social proverbial.
El funcionario de nuestros días, por ejemplo, debería ser, primeramente, un ser sensible, amante del prójimo, debería tener vocación de servir, pero no es así. La política ha pasado a ser, para algunos, una interesante SRL en donde primero está el rédito personal o sectorial y jamás la utilidad del ciudadano común.

¿Por Vocación o por necesidad?

Señoras, señores, si hasta hoy la policía es una agencia de colocaciones a la que se ingresa en muchos casos por necesidad de empleo, pero no por vocación ¿Y el Poder Judicial? La lista es larga. No se sabe en muchos casos si algunos puestos se buscan por necesidad o por vocación.

Lo más trágico, es que además de no tener vocación algunos son mediocres con alarde de inteligencia, no respetan a la sociedad, al público, tratando al menos de servir bien, en tiempo y forma, aunque sea por compromiso.

Hace algunas horas atrás, un joven que hace sus primeras armas en una profesión humanista, le dijo a quien esto escribe que había roto con su novia (ojalá sea algo pasajero). Cuando se le preguntó por qué, respondió: “mi profesión demanda que sacrifique tiempo, que a veces tenga que estar en esto a la una de la madrugada, y no lo entiende. Pero esto es lo que yo elegí”. Parecen palabras sacadas de una novela de ficción, pero no.

Pese a la extinción en ciernes de las vocaciones, pese a esa caterva de la que hablaba el profesor y que parece inundarlo todo o casi todo, aún es posible encontrar a un Noé, o dos o tres, que quieren salvarse y salvar a otros de este diluvio.