Entre las múltiples consecuencias que tiene la causa de los cuadernos que lleva adelante el juez Claudio Bonadío, hay una que pega de lleno en el tablero político nacional. Buscado o no, el resultado es que la ex presidenta Cristina Fernández y su fuerza Unidad Ciudadana cada día que alguien confiesa, se arrepiente o brinda datos, quedan más aisladas del resto del justicialismo.

La idea de unir a todo el universo peronista para ganarle a Macri en 2019 ya contaba con detractores –la cara más visible era el salteño Juan Manuel Urtubey– y parecía una misión “casi” imposible. La potente movida que encarna el juez que en los 90 llegó a Comodoro Py montado en una servilleta promete quitarle el casi.

Golpe de efecto

La Justicia trabaja con pruebas y llevará mucho tiempo sacar conclusiones definitivas. Fuera de Tribunales manda lo verosímil: más allá de si los cuadernos son más o menos reales, confesiones, arrepentimientos y autoincriminaciones desataron un terremoto. Esto es lo que impacta en el sistema político y sus alianzas circunstanciales y futuras. El peronismo partido, que no es lo mismo que el partido peronista, repercute en todo el sistema.

El gran beneficiario con la aparición de la causa de los cuadernos es el gobierno. No parece casualidad. Demasiado oportuna, justo en el momento que se incendió la economía, la inflación golpea más que nunca y el ajuste se lleva puesto todo: desde el fondo sojero hasta las vacunas contra la meningitis; desde el sistema científico tecnológico hasta la tarifa social de servicios públicos.

Basta ver la tapa de los diarios nacionales del fin de semana más afines al gobierno: la causa de los cuadernos (a pesar del secreto de sumario) se lleva casi todo el espacio con un fenomenal despliegue de páginas interiores; nada de la crisis económica, no figura entre esos titulares.

El gobierno usa el impacto para tapar y reducir los daños de la crisis económica. Por el otro, la causa enreda al conjunto de la oposición peronista, la única alternativa concreta de poder. Le abre brechas, le impide unificar discurso y acción.

La consecuencia inmediata del Cuadernogate es una profundización de las diferencias dentro del peronismo. Parte del peronismo siente la necesidad de despegarse de Unidad Ciudadana y Cristina Fernández tanto como del propio gobierno. El que no lo hace pasa a ser cómplice o encubridor en términos mediáticos.

Se van generando así clima y condiciones para la organización de un tercer espacio por fuera de la “grieta”, asentado en el eje de poder peronista no kirchnerista que encarnan los gobernadores, Sergio Massa y Felipe Solá entre otros.

Cuando Cambiemos está fuerte le conviene polarizar con Cristina. Debilitado, con apoyo popular en retroceso y en medio de la crisis, conserva más chances si además el peronismo se divide y se diferencia entre sí, a la hora de votar en el Congreso y a la hora de votar en las urnas. Queda por ver qué capacidad de generar una alternativa tiene el peronismo no kirchnerista.

Tercer espacio

Si el escenario político electoral 2019 se ordena sobre esos pilares (Cambiemos, Unidad Ciudadana y un tercer espacio liderado por el PJ federal) las consecuencias de la partición peronista influyen en el arco progresista, hoy por hoy un actor de reparto en el juego político de la Argentina.

El sueño de reflotar el FAP de 2011 como tercer espacio (alternativo a Cambiemos por un lado y un PJ que unía la biblia y el calefón para ganarle a Macri por el otro), se vuelve inviable si el PJ Federal irrumpe con vocación de atraer en torno suyo a las piezas sueltas del tablero político.

En ese escenario se resignifican los aceitados vínculos del gobernador Miguel Lifschitz con sus colegas Schiaretti y Bordet, el diálogo fluido con Urtubey y la articulación con las provincias peronistas a la hora de pelear recursos con la Casa Rosada.

Sin embargo esas relaciones, esa sintonía política a la hora de gestionar en base a defender intereses federales, recursos, producción y empleo en Santa Fe tiene como límite al senador y precandidato a gobernador Omar Perotti.

En ese sentido, el resultado de las elecciones primarias a gobernador de 2019 será muy tenidas en cuenta al momento de cerrar alianzas nacionales, fecha que probablemente caiga en mitad del proceso electoral santafesino.

El escenario es demasiado prematuro para todo el arco progresista. Su tarea inmediata no es tanto mirar qué hacen los demás sino construir un bloque de identidad propio. Lifschitz es la figura más relevante para encarnar una candidatura presidencial, sea para una aventura solitaria o para negociar en bloque la conformación de un espacio alternativo a Macri y al kirchnerismo. Las circunstancias en su tiempo mostrarán los caminos posibles.

Lo verosímil y lo armado

Cambiemos compensa su caída con la agudización de las contradicciones internas que provoca en el justicialismo el escándalo de las coimas. ¿Esto supone que se trata de una causa armada para perjudicar a Cristina Fernández y al kirchnerismo y profundizar la división?

Lo primero que hay que aclarar es que buena parte de los hechos que trascendieron son verosímiles. En particular el dominó de arrepentidos, confesiones y autoincriminaciones de fenomenal impacto político-mediático. Si dentro de unos años un fallo judicial logra establecer discernir qué fue verdad y qué no, es otra película y 2019 ya habrá pasado.

Lo que sí pareciera quirúrgicamente controlado es el momento y la forma en que se destapó la olla.

El momento es indisimulablemente funcional al gobierno. La crisis económica desapareció de la tapa de los diarios y los daños del Cuadernogate se concentran en la oposición peronista (hay que ver cómo evoluciona la situación de las empresas que hasta hace poco eran de la familia presidencial y la situación del primo Ángelo Calcaterra).

La forma también genera dudas. ¿Por qué los cuadernos de Centeno llegaron al periodista de La Nación ahora? ¿La información estaba en manos de alguien a la espera de detonarla? ¿Un sector de Inteligencia le vendió al gobierno la operación Cuadernos Gloria? La “apropiación” de la causa por parte del fiscal Stornelli y el juez Bonadío, que no fue sorteada, suma sospechas.

En medio de la malaria material y simbólica que transita, el gobierno se las ingenia para vender como mérito propio la caída en desgracia de corruptos y corruptores que desfilan por el Poder Judicial. ¿Fanfarronería, aprovechamiento, o confesión de uso de la Justicia como herramienta para destruir adversarios?