En la vida de los pueblos signados por las formas republicanas de gobierno, a la hora del sufragio, en el momento de elegir quien ha de conducir al conjunto, lo peor que le puede suceder al ciudadano y a la sociedad es emitir el voto con enojo, con bronca, con cierto apetito de revancha. Suele ser fatal para todos.

No es la primera vez que en la sociedad argentina la ira, el fanatismo, le gana a la reflexión calmada en la hora de votar. Ha sucedido, sin ir más lejos, en esta provincia de Santa Fe en las últimas elecciones, cuando en algunos círculos íntimos se escuchaba decir: “No me gusta Del Sel, pero no quiero que ganen los socialistas”. Estaba ausente entonces la reflexión, la racionalidad y la lógica que habían sido desplazadas por los sentimientos, las emociones. Fue aquel un caso curioso protagonizado por la sociedad santafesina, porque mientras esto se decía y Miguel Lifschitz apenas sí superó a Del Sel por unos pocos votos, un socialista, el actual gobernador Antonio Bonfatti, fue quien más sufragios obtuvo de entre todos los candidatos. ¡Vaya cosa confusa!

Aquella historia de… “no me gusta fulano, pero no quiero que gane mengano”, es decir el llamado “voto castigo”, parece estar sobrevolando en las mentes de algunos compatriotas en las previas de este balotaje. Compatriotas que han acuñado una nueva frase, pero con la misma naturaleza de fondo que aquella que se escuchaba en Santa Fe: “No me gusta Macri, pero no quiero que ganen los kirchneristas”. Por supuesto que estas palabras, en opinión de quien esto escribe, despojadas de lógica, equidad y prudencia (dicho esto sin faltar el respeto al lector que piense distinto) constituyen una suerte de suicidio. Es decir, no hay peor castigo para un ciudadano, para una sociedad (castigo que recibirá más tarde o más temprano) que el llamado “voto bronca”.

No es la intención de esta opinión expresar sobre si Scioli es mejor que Macri o viceversa, pero sí el expresar, con certeza, que es un error grave meter en la misma bolsa a Scioli, a Cristina, a La Cámpora y demás. Y en esto debe coincidirse con lo que acaba de decir el ex presidente Eduardo Duhalde: “Scioli no es Cristina”. Y hay razones para pensar que en efecto no lo es. Por ejemplo: cuando el matrimonio de Néstor Kirchner (presidente) y Cristina Fernández emprendían un ataque feroz contra el entonces cardenal Bergoglio (hoy Papa Francisco), Daniel Scioli tomaba distancia de esa postura y hasta se reunía con el entonces cardenal muchas veces sin que nadie se enterara.

No es casualidad, por ejemplo, que en la ocasión de las dramáticas inundaciones del año 2013 el ya ungido Papa Francisco eligiera llamar al gobernador de la provincia de Buenos Aires, y no a Cristina ni a Macri, para dar las condolencias y solidarizarse con las víctimas de las inundaciones. No es casualidad que este año, exactamente en el mes de agosto, el Papa hubiera decidido concretar una reunión privadísima con Scioli en el Vaticano, que fue suspendida luego por el propio Pontífice desaconsejando la reunión en razón de las inundaciones que se produjeron. Scioli no había ido a Roma a tratar el asunto del brazo ortopédico, como se dijo, sino a hablar de política nacional con el Papa. El mismo Papa que, en Cuba, rechazó reunirse con la presidenta porque, según fuentes muy, pero muy bien informadas, la mandataria no escuchó la solicitud papal de ungir como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires a uno de los mejores cuadros políticos que tiene el justicialismo, el actual presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, hombre de confianza de Francisco. Un Domínguez quien, seguramente, en un gobierno sciolista ocuparía un lugar destacado en su gabinete.

No es casualidad, tampoco, que Scioli no se canse de nombrar en sus discursos al Papa y sus políticas a favor de los más vulnerables. Claro, hay interesados en hacer creer que Scioli usa al Papa (especialmente cierto periodismo porteño, que ha dejado de hacer periodismo para hacer política vil con el propósito de defender sus intereses, pero no los del pueblo), cuando la realidad es otra. Podría decirse que hasta el Papa “sabe que Scioli no es Cristina”.

Y por supuesto que no; Scioli no es Cristina, aunque hayan compartido el mismo espacio político por años. Tampoco Alfonsín, estimados, era Balbín; tampoco Duhalde (tan criticado por algunos) fue Menem, aunque compartieran el mismo gobierno. Un Duhalde que cuando llegó al poder puso a un talentoso y serio como Lavagna como ministro de Economía, quien sacó al país de la delicada situación en la que se encontraba.

La chicana de Macri, comprada por muchos que son persuadidos por medios opositores al gobierno (gobierno que ha sido cuestionado en varios aspectos por el autor de esta nota) respecto de que Scioli es el kirchnerismo, es una falsedad, una estratagema electoral. Es como decir que Francisco es Borgia porque formaron parte de la misma Iglesia.

Pero claro, conviene a los grupos de poder escondidos confundir a Scioli con Cristina (quien sin dudas ha contribuido, junto a otros adláteres, con el alimento a las fieras) porque de esa forma se mantiene vivo el “voto castigo” que, paradójicamente, es un arma eficaz de cierto poder para lograr su propósito. Esa es la estrategia.